El mundo occidental ha caído literalmente en la histeria con tal de impedir la expresión de la libre voluntad de los habitantes de Crimea, que desean el retorno de su región a la patria histórica, Rusia.
En tanto, no hace mucho, Washington y las capitales europeas respaldaban a cuatro manos el deseo de Kosovo de separarse de Serbia, aunque había muchas menos razones objetivas para ello. ¿Cómo se explica todo esto? ¿No será que para Occidente las nociones del derecho internacional, de la justicia histórica y del mundo multipolar devinieron hace tiempo sonidos hueros que solo merecen sonrisas llenas de desprecio?
Las historias de Crimea y de Kosovo han mostrado clara y tajantemente que el principio de la doble moral, expresión por cierto trillada pero exacta, es el que profesa Occidente invariablemente y plenamente. En esencia, sus esfuerzos principales han estado encaminados en las últimas décadas tan solo a imponerse sobre la diversidad de las culturas, los criterios y los modelos sociopolíticos. Y en el caso de una resistencia activa, subordinar con dinero a las élites y, con las bayonetas a todos los demás. Ha surgido así una suerte de “racismo geopolítico”. Occidente son los “blancos” que lo pueden todo. Los demás son los “negros” que pueden solo aquello que les permiten los “blancos”. Solo dentro de este paradigma es posible dar una explicación, aparentemente, de la postura ilógica e inconsecuente de los países occidentales en unas u otras regiones con problemas parecidos.
La disposición o no disposición a actuar según las órdenes del “hermano mayor” se ha convertido en la medida principal de su suerte posterior.
El respaldo de Occidente en la separación de Kosovo de Serbia, en 2008, debía ser, en este sentido, una historia elocuente y didáctica para todos. No se prestó atención alguna a resoluciones sobre la integridad territorial de los Estados y las normas básicas de la ONU. Y resultó simple lírico que los serbios consideren Kosovo símbolo de integridad y de cohesión nacional, donde están ubicados sus más importantes santuarios y se libraron combates que iban a determinar la suerte de Serbia. Sin embargo, Occidente, al optar por el atropello flagrante de las normas internacionales, no supo llevar hasta el final su proyecto, comentaba el politólogo Vladímir Bruter:
–El fallo del Tribunal de La Haya con respecto a la escisión de Kosovo reviste un carácter indefinido. Pues, desde el punto de vista del derecho internacional, no puede existir un procedimiento para la creación de nuevos Estados, aunque sea porque en ninguna Constitución del mundo está consignado de qué manera se separan los Estados y de qué manera dejan de existir. Esto es simplemente de sentido común. Occidente, al reconocer a Kosovo y al prometer a Serbia distintas franquicias a cambio de su reconocimiento se afana en justificar una situación de facto, pero no existe una decisión que jure en este momento tampoco.
Propiamente, la promesa principal a Belgrado fue el ingreso de Serbia a la UE. En qué deriva eso se puede ver en el ejemplo de los países novatos de la UE. Pero, lo principal no es siquiera esto. Todo el conflicto yugoslavo, al igual que el respaldo de Kosovo, tenía un detalle típico, a saber, que en la mayoría de los casos, los jueces y los políticos occidentales acusaban a los serbios de los crímenes, incluso los de guerra, así como de la iniquidad total. ¿No son acaso los vínculos históricos, espirituales y geopolíticos de Serbia con Rusia en los que Occidente ve con una tozudez maníaca la amenaza principal para sí? Por lo demás, el signo de interrogación está demás. Además que ya es hora de entender quién es la verdadera amenaza. En la última década, Washington y las capitales europeas han sido justamente los promotores de agresiones en distintas partes del mundo.
Borís Shmeliov, director del Centro de Política Exterior de Rusia subrayaba que, en el caso de Kosovo, Occidente pisoteó, con la ayuda de la ONU no solo las normas internacionales sino también sus propias decisiones, además del Instituto de Legislación Nacional, creando un precedente peligroso:
–En la Constitución de Serbia estaba claramente consignado que Kosovo formaba parte del país. Allí estaba apuntado que el jefe de Estado está obligado a hacer todo para conservar la integridad territorial de Serbia. Nadie estaba facultado para acordar la separación de Kosovo de Serbia. La resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU de junio de 1999, que no autorizaba la agresión de la OTAN contra la Yugoslavia de entonces, indicaba claramente que Kosovo formaba parte de la República federal de Yugoslavia, integrada por Serbia y Montenegro. Pero, Occidente optó por renunciar a todos los documentos y cerró filas con los separatistas de Kosovo.
Aquella fue una verdadera confesión principios. Y la consecuencia fue el surgimiento en el mapa de Europa de un territorio de los más criminalizados con un futuro totalmente incierto. Además, la actual situación con el referendo de Crimea mostró lo siguiente: desde el momento de la separación de Kosovo de Serbia, la denominada Europa desarrollada devino mucho menos autónoma y más dependiente de Washington. Y es que son justamente los europeos, y no los ciudadanos del lejano EEUU, los que sufren a causa de proyectos dudosos del tipo de Kosovo. Sin embargo, la UE continúa desempeñado tozudamente el papel de aval y de caja de resonancia de su patrón transoceánico.
En cuanto se supo que EEUU estaba redactando el 14 de marzo una resolución draconiana para el Consejo de Seguridad sobre la situación en Ucrania, los diplomáticos europeos se arrancaban literalmente el micrófono de las manos para condenar a Moscú, el que pérfidamente desearía arrebatar Crimea indivisible de Ucrania. Y mientras más intransigentes y chillonas eran sus declaraciones, confiaban así, al parecer, en un futuro político más radiante garantizado por su patrón.
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