La tercera sesión del seminario académico Life, evolution and complexity, al que vengo refiriéndome, se dedicó al tema de la mente cuántica. Los ponentes fueron Stuart Hameroff, al que hemos hecho referencia repetidas veces en este blog, y Manuel Béjar, un joven físico por la Universidad Autónoma de Madrid, doctorado en Filosofía por la Universidad Pontificia Comillas, que combina en sus investigaciones la física y la filosofía y que ha trabajado en el origen físico de la conciencia y en las interrelaciones, física-conciencia-transcendencia. Béjar es investigador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión del ICAI y escribe periódicamente en esta revista electrónica en la sección de Tendencias de las Religiones. Un relevante artículo suyo sobre los temas tratados aquí puede verse en "Penrose sienta las bases de una biofísica cuántica de la mente". Ha publicado también en la revista Pensamiento.
Hameroff presentó con bastante detalle las hipótesis contenidas en el modelo Penrose-Hameroff que se refieren a la imposibilidad de que el cerebro sea explicado con el enfoque de Turing usado en la arquitectura de los ordenadores actuales. Se considera un modelo insuficiente para explicar el funcionamiento de la mente humana y que muy probablemente nunca dará lugar a la emergencia de la conciencia. Se destruyen así, y dicho sea de paso, las ideas de la singularidad de Ray Kurzweil quien ha sugerido que la evolución exponencial de la tecnología, especialmente la digital, superará en algún momento a la mente humana y serán los ordenadores (o su simbiosis con el hombre biológico) los que sustituyan al hombre tal como lo conocemos hoy.
Penrose y Hameroff consideran que debe existir un comportamiento cuántico en el cerebro y que la mente es en realidad un ordenador neuronal cuántico. Sugieren además, que el lugar en el que se produce el fenómeno cuántico y su interrelación con la conciencia es en el interior de los microtúbulos que forman el citoesqueleto de las células, particularmente de las neuronas, y a través de los cuales se produce la transmisión de información entre ellas, probablemente a través de ondas cerebrales bioeléctricas “gamma EEG” (ondas de aproximadamente 40 Hz que se relacionan con la percepción y la conciencia). Jugando la tubulina un papel muy destacado en el proceso. Esta última denominación se utiliza para designar a una familia de proteínas globulares formada por las tubulinas alfa, beta y gamma, que comparten una identidad en sus cadenas de aminoácidos del 35-40 %. Las dos primeras son componente fundamentales de los microtúbulos y la tercera es un componente fundamental del centrosoma cuya función primaria es la nucleación y el anclaje de los microtúbulos.
Hameroff explicó la capacidad de la tubulina para constituirse en un qubit, es decir, un bit cuántico, un bit con dos estados propios que sólo puede ser descrito correctamente por la mecánica cuántica y en el que sólo son posibles dos resultados, con una probabilidad determinada por el peso del estado propio correspondiente en la función de ondas que describe el sistema. Así como los microtúbulos como algo similar a la memoria de un ordenador, es decir, verdaderos depósitos de información.
Cuando se produce un fenómeno consciente se elige un estado de los qubits (tubulinas) siendo imprescindible la coherencia o sincronización de muchos de ellos. Esto es lo que se llama “Reducción Objetiva Orquestada”, denominación introducida por Penrose para explicar la computación cuántica que tiene lugar en los microtúbulos en el interior de las neuronas cerebrales mediante la conciencia. Los autores a los que nos estamos refiriendo proponen que los cálculos cuánticos tienen lugar en secuencias acopladas a las ondas cerebrales gamma EEG (de aproximadamente 40 Hz) que son “orquestadas” por los inputs de las sinapsis y terminadas por la Reducción Objetiva (RO) de Penrose que supone la superposición de estados que la mecánica cuántica asume.