Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Son días que llaman a reflexionar sobre la guerra, las amenazas están allí, nunca se sabe qué pasará cuando se sueltan los demonios; es prudente pensar, estudiar el posible conflicto que hasta ahora parece más un evento preelectoral que se realiza en la pantalla del televisor.
La victoria en el enfrentamiento con el imperio tiene dos condiciones necesarias:
Uno: moralizar a la tropa, al pueblo, dotarlo de razones sagradas por las cuales ir al combate, que sepa qué es lo que se está decidiendo; sólo de esta manera se liberarán las fuerzas creadoras, la iniciativa, la pasión, el sentimiento, las fuerzas indispensables para vencer al monstruo poderoso y bien armado pero carente de razones justas, de ideales, de fuerza moral.
Dos: estudiar las ricas experiencias históricas de enfrentamientos con los imperios. No es la primera vez que un pueblo se enfrenta a uno, ni la primera vez que se lo derrota; no es la primera vez que un imperio aplasta a los incautos. Veamos.
Una enseñanza temprana es que los movimiento revolucionarios sólo consiguen mover la fibra más íntima de las masas si proponen cambios radicales, si se enfrentan al imperio desde el futuro, no desde su misma lógica; si intentan construir nuevos mundos, con relaciones nuevas, concretar los sueños mejores de su época. Si se detienen sólo en la forma, en cambios moderados, la masa les dará la espalda. Así pasó con la Primera República: los mantuanos no superaron la lógica monárquica y fracasaron.
Si la lucha contra el imperio se funde con los anhelos libertarios de la época se está abriendo el camino para el triunfo. Bolívar entendió que era necesario liberar a los esclavos y al liberarlos quitar la base fundamental de la vieja sociedad; al proponer libertad al hombre sumó la fuerza necesaria, el ímpetu indispensable para las hazañas de la Independencia. Es la segunda enseñanza de la guerra contra el imperio español.
Dejemos a los expertos el estudio de las técnicas militares, que de ese aluvión de sentimiento patrio surgieron: cuándo atacar, cuándo replegarse, dónde arremeter contra el enemigo, dónde evitar el combate, cuándo pasar de un modo de guerra a otro, de la guerra de guerrillas a la guerra de movimiento, y de allí a la guerra de posición.
Ahora estudiemos las características más generales que de esas enseñanzas surgieron.
Es indispensable una jefatura con determinación férrea en la confrontación, convencida de su necesidad y dispuesta a ir hasta las últimas consecuencias. Es legendaria la determinación de Bolívar por la Independencia, de Fidel en la Revolución Cubana, de Chávez en el enfrentamiento al imperio. En ellos no cabía una duda, una grieta, en su voluntad. No se concibe el triunfo vietnamita sin el liderazgo de Ho Chi Minh y del general Giap.
Es necesaria una fuerte disciplina, que será la que permita la plasticidad táctica que requiere el enfrentamiento con un enemigo fuerte, que sostenga la moral en la derrota y modere el éxtasis en la victoria. Los movimientos espontáneos no tienen agilidad táctica, no son rápidos en el repliegue, no son ordenados en el ataque; se guían por las vísceras y terminan siendo dirigidos por el enemigo, caen en sus provocaciones. La disciplina es hija de la conciencia y de la confianza en la dirección, por eso es indispensable la unidad alrededor de metas claras, entendibles, razones sagradas.
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