El artículo proviene del blog “Señales de los Tiempos” y refleja una de las grandes contradicciones de la Iglesia Católica, que mientras condena la manipulación genética para investigaciones sobre las células madre, avala los alimentos transgénicos, numerosas veces probados como nocivos para la salud humana.
Aunque se opone a la clonación de los seres humanos, la Iglesia Católica sí aprueba la clonación en animales y plantas. Así lo detalla la página web del Vaticano, en un capítulo titulado Reflexiones sobre la clonación.
El texto indica que existe un lugar en la investigación para la clonación “en el reino vegetal y animal, siempre que responda a las necesidades o provea un beneficio para el hombre o para los otros seres vivientes”.
El documento especifica que es importante observar las reglas para proteger el animal y respetar la biodiversidad.
De allí que, según el Vaticano, se requiere mantener la solidaridad entre la ciencia y el bienestar de la humanidad. Es decir, que utilizar la ciencia para curar enfermedades y aliviar los sufrimientos del hombre, representa una esperanza en las manos de los científicos.
Las semillas transgénicas han generado un gran debate en Paraguay después de la homilía del obispo de Misiones y Ñeembucú, Melanio Medina, y la interrupción del presidente Federico Franco en la misa de Villa Florida. Pero, ¿cuál es la opinión de la Iglesia Católica con relación a los transgénicos y el uso de la ingeniería genética?
Dentro de los muros del Vaticano y detrás de la Basílica de San Pedro se encuentra la Pontificia Academia de las Ciencias (PAS). Este organismo de la Iglesia ha reunido desde 1603 a varias generaciones de grandes científicos de toda raza y religión para hablar sobre diversas disciplinas de la ciencia.
En la actualidad cuenta con 80 académicos de diferentes lugares del mundo que desde hace años debaten, entre otros asuntos, sobre los alimentos transgénicos.
En 2004, esta academia vaticana publicó el “Documento-estudio sobre el uso de plantas comestibles genéticamente modificadas para combatir el hambre en el mundo”.
Se encargó la redacción a ocho científicos entre los que estaba el chileno Rafael Vicuña. Este bioquímico y profesor del Departamento de Genética Molecular y Microbiología de la Pontificia Universidad Católica de Chile explica a ABC Color que “la ingeniería genética representa una herramienta promisoria que vale la pena explorar, siempre dentro de un marco regulatorio que cautele los beneficios para los agricultores, los consumidores y para el medio ambiente”.
Vicuña es miembro de la PAS desde el año 2000 y al mirar hacia el futuro del primer sector de la economía afirma que “en el largo plazo, estimo que habrá una coexistencia de agricultura tradicional, de transgénicos y de orgánicos”.
La Iglesia Católica da importancia a la existencia de los alimentos transgénicos para combatir el hambre en el mundo. De hecho, en 2009, los científicos del Vaticano se reunieron durante cinco días para debatir sobre la necesidad de las “plantas transgénicas para la seguridad alimentaria en el contexto del desarrollo”.
Aunque gran parte de sus conclusiones se basaron en el documento-estudio publicado en 2004, los científicos añadieron consideraciones como que “la tecnología de ingeniería genética puede combatir deficiencias nutricionales a través de modificaciones que proporcionen micronutrientes esenciales” o que su aplicación en “el desarrollo de resistencia ante insectos ha llevado a la reducción en el uso de insecticidas químicos”.
Tanto la Iglesia Católica como su academia científica no pueden obligar a ningún país a que tome una decisión u otra, pero sí pueden proponer y recomendar prácticas que consideren positivas.
En el documento de 2004, la PAS explica que “la agricultura, en la forma en que se practica actualmente, es insostenible” y defiende que “las técnicas para modificar genéticamente las plantas de cultivo pueden contribuir de forma significativa a la solución de este problema”.
Muchos científicos defienden que casi todos los alimentos que se consumen en la actualidad han sido modificados genéticamente. La Pontificia Academia de las Ciencias afirma que “el ADN contiene los genes y los genes actúan generalmente mediante la producción de proteínas; por tanto, la nueva planta modificada, obtenida por un cruce genético, contiene por lo general algunas proteínas que difieren de la planta original” y añade que “en la modificación genética no hay nada intrínseco que pueda hacer peligrosos los alimentos”.
Deben pasar pruebas
El científico estadounidense David Baltimore fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1975. En la actualidad, este miembro de la academia vaticana de la Ciencia desde 1978, es profesor de Biología en el California Institute of Technology. Al preguntarle si la ingeniería genética es buena o mala para la agricultura, responde que “las alteraciones genéticas de los productos agrícolas pueden ser muy valiosas, por ejemplo el aumento de la resistencia a patógenos o la disminución de las necesidades de agua”. Y en cuanto al peligro para quien come este tipo de alimentos, “en los casos de los que tengo conocimiento, la modificación genética no ha causado problemas, pero, por supuesto, todos los productos deben ser probados para asegurar que son seguros. Y los que están en el mercado han sido muy probados”, explica el profesor Baltimore a ABC Color.
Algunos científicos, como el alemán Ingo Potrykus – académico de la Ciencia en el Vaticano desde el año 2005 – , piden que los gobiernos apuesten por el uso de la ingeniería genética. Defiende que estas prácticas tienen “el objetivo de contribuir a las soluciones actuales y futuras en la agricultura” y pide que “la tecnología se utilice de manera más eficiente por las instituciones públicas y para el bien público. Para ello es necesario que se pase de la regulación de transgénicos a la regulación basada en la ciencia”, declara a este periódico.
La Pontificia Academia de la Ciencias y, por tanto, el Vaticano valoran de forma positiva la ingeniería genética que da como resultado las semillas transgénicas. Así lo reflejó Benedicto XVI en su tercera encíclica titulada “Caritas in Veritate”. En ella, el Papa explica que “podría ser útil tener en cuenta las nuevas fronteras que se han abierto en el empleo correcto de las técnicas de producción agrícola tradicional, así como las más innovadoras, en el caso de que estas hayan sido reconocidas, tras una adecuada verificación, convenientes, respetuosas del ambiente y atentas a las poblaciones más desfavorecidas”.