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AUTOBIOGRAFIA DEL DR. FRANZ LEE

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11 abr 2015

El nuevo reformismo y la izquierda anticapitalista europea

Syriza y Podemos aparecen como una expresión política del proceso de movilización y descontento social que se abrió en los últimos años contra las consecuencias de la crisis capitalista. A su vez, ambas fuerzas políticas son vistas como una novedad en la constelación de la izquierda reformista europea, donde hubo experiencias anteriores de “coaliciones amplias” y gestión de gobiernos municipales o regionales. Es el caso de Izquierda Unida en el Estado español, Die Linke en Alemania o el Bloco en Portugal, con larga presencia institucional y pactos de gobierno con la socialdemocracia (Die Linke, IU).

Syriza (Coalición de la Izquierda Radical), se formó en el año 2004 con su núcleo principal en Synaspismos (“La coalición”), organización sucesora del KKE “del interior”, la escisión eurocomunista del Partido Comunista griego. Su “despegue” electoral se produjo en el 2012, con su oposición a los pactos con el PASOK y la propuesta de un “gobierno de izquierda”. A diferencia de Podemos, Syriza se muestra como una formación de izquierda más tradicional. Su dirección actual está dominada por capas intelectuales, en su mayoría provenientes de la tendencia eurocomunista, nacionalistas de izquierda y ex militantes del PASOK, y cuenta a su interior con una “Plataforma de Izquierda” que en el Congreso del 2013 obtuvo un 30% de los delegados.

Podemos se formó hace poco más de un año impulsado por un grupo de profesores de la universidad complutense liderado por Pablo Iglesias, junto a Izquierda Anticapitalista. Al poco tiempo, los sectores afines a Iglesias se hicieron del control organizativo y la mayoría en la dirección de la nueva formación, con un programa reformista, un discurso populista y un método plebiscitario de votaciones “online” para la toma de decisiones.[1]

Y si bien se ha nutrido de cuadros que provienen de experiencias similares a Syriza (sus principales referentes como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero fueron muchos años militantes del PC e IU), cuestiona los límites de la “izquierda tradicional” con una ideología indefinida “ni de izquierdas ni de derechas” y un discurso político “transversal” y “ciudadano” a favor de “recuperar la soberanía y la democracia”, combinando “representación” y “participación” ciudadana.[2]

Pero a pesar de sus diferencias, ambas organizaciones defienden un programa y una estrategia de reforma del capitalismo en los marcos de la democracia parlamentaria. A diferencia de la izquierda reformista tradicional en décadas pasadas, su relación “orgánica” con los sindicatos es escasa (o casi nula en el caso de Podemos), siendo fenómenos más “ciudadanos” y muy marcados por el espíritu de la “espectacularización” de la política.
La izquierda “anticapitalista” en Syriza y Podemos

En Podemos y Syriza, existen “alas izquierdas” que integradas orgánicamente en sus órganos de dirección, se ubican en un terreno crítico a las estrategias que defienden los principales líderes de ambas formaciones.

En el caso de Syriza, la Plataforma de izquierda obtuvo el 30% de los delegados en su congreso del 2013. Está integrada por la Corriente de izquierda (una ruptura del KKE en 1991 que formó el “ala izquierda” de Sinaspismos) y por el grupo DEA.

Sus principales referentes son el economista Costas Lapavitzas y Panagiotis Lafazanis, quien ejerce actualmente como ministro de reconstrucción productiva, medio ambiente y energía. La Plataforma cuenta con otros miembros en el gabinete, como el viceministro de Seguridad Social, Dimitris Stratoulis; y el viceministro de Asuntos Europeos, Nikos Hountis, además de varios diputados. DEA es un grupo más pequeño, relacionado internacionalmente con la corriente mandelista del Secretariado Unificado y con la ISO (Organización Socialista internacional). Recientemente se fusionó con el grupo Kokkoino. No tiene ministros en el gobierno y cuenta con 2 diputados en el parlamento. Stathis Kouvelakis es uno de sus referentes.[3]

Dentro de la Plataforma de izquierda hay diferentes tradiciones y definiciones políticas. Algunos se inclinan más claramente por una orientación de salida inmediata del euro, afín a un soberanismo de izquierdas, como Lapavitsas. El economista plantea que la política de Syriza debería ser dejar de pagar una parte de la deuda, salir del euro, nacionalizar la banca y reorganizar la producción.

Una salida devaluacionista (que provocaría una caída inmediata del salario real) en clave de recuperar la “economía nacional” con medidas sociales progresistas. Hace unos años durante una charla en Argentina, Lapavitsas sostuvo que los griegos debían “aprender de América Latina”, en referencia a la salida devaluacionista burguesa que tuvo lugar después de las jornadas revolucionarias del 2001. Los sectores como Kouvelakis y DEA sostienen en cambio que su participación dentro de Syriza está orientada a iniciar un proceso de transformaciones sociales, con una perspectiva anticapitalista como horizonte a largo plazo.

En cuanto a Podemos, su “ala izquierda” está representada principalmente por Anticapitalistas, nombre adquirido por Izquierda Anticapitalista (IA) tras su disolución hace dos meses para integrarse plenamente en Podemos. Su peso interno es mucho más reducido que el de la izquierda de Syriza. El núcleo de Pablo Iglesias se hizo con el control casi absoluto del Comité Central (Consejo Ciudadano) y los principales organismos de dirección regional de la formación. La disolución de IA como partido fue una concesión a las imposiciones de la dirección de Podemos de impedir la “doble militancia”, a la vez que una adaptación a su programa.[4]

A pesar de sus diferencias, estos sectores “críticos” dentro de Syriza y Podemos defienden una suerte de estrategia combinada: “llegar a las instituciones” siendo parte de organizaciones reformistas, pero defendiendo la “movilización” o la construcción de “poder popular desde abajo” en los movimientos sociales, para abrir un proceso de “radicalización de la democracia”.

En una entrevista publicada en la revista norteamericana Jacobin días antes de la llegada de Syriza al gobierno, Sthatis Kouvelakis caracterizaba a Syriza como “una coalición anticapitalista que aborda la cuestión del poder enfatizando la dialéctica de las alianzas electorales y el éxito de las urnas con la lucha y las movilizaciones desde abajo”.[5] Pocos días después, sin embargo, tuvo que reconocer el “fin del mito del gobierno de izquierdas”, ante el pacto de Syriza con el partido derechista Anel, cuestionando el “pragmatismo” de la dirección.

François Sabado, de la dirección del NPA francés, en un saludo al II y último congreso de Izquierda Anticapitalista antes de su disolución, afirma por su parte que Podemos y Syriza son un reformismo de nuevo tipo que “no es el mismo que el de los aparatos burocratizados de la socialdemocracia, de los partidos post-estalinistas o de las direcciones sindicales. Este reformismo no ha cristalizado en aparatos burocráticos del movimiento obrero o en una integración en el aparato del Estado.” Para Sabado, estamos ante “escenarios abiertos” en los que “las bifurcaciones son posibles”, como si se estos fenómenos fueran indeterminados en su programa y contenido.

Si bien es cierto que los nuevos reformismos están lejos de ser como los aparatos burocratizados de la socialdemocracia o los PC estalinistas, por su programa y estrategia tienen mucho de “lo malo” de aquellos (empezando por su estrategia reformista) y nada de “lo bueno” (su peso en las organizaciones de masas del movimiento obrero).

Pero además, Syriza ya se encuentra en el gobierno, gestionando el Estado capitalista, desarrollando una política de compromisos con sus pares de la Unión Europea y dejando de lado aspectos centrales de su de por sí limitado programa electoral. La línea de “criticar lo malo” y “apoyar las medidas progresistas” desde adentro, no deja de ser un apoyo político a un gobierno de administración del capitalismo. Una política que remite al “ministerialismo” que tanto criticara Lenin como expresión extrema del oportunismo.

En el caso de Podemos, aun no tiene posiciones de gobierno, pero se prepara aceleradamente para “repetir” la experiencia de Syriza, mientras sus portavoces ensayan cada vez más gestos de “socialdemocratización” abierta, como la reunión que mantuvo Pablo Iglesias con el embajador norteamericano en Madrid, tras la cual se deshizo en elogios a la política económica de Obama.[6]

Lo paradójico es que a pesar de todas las acciones y declaraciones públicas de los líderes de Syriza y Podemos dejando claro que se trata de “gestionar” el capitalismo y no de enfrentarlo, sus “alas izquierda” insisten en ver “tendencias indefinidas” o “potencialmente” anticapitalistas en su seno.

Esta ubicación no significa que la relación entre las alas izquierdas y los líderes mayoritarios sean pacíficas. Por ejemplo, en el caso de Syriza, tras el acuerdo del gobierno de Alexis Tsipras con la Troika, su Comité Central se dividió entre un sector aún mayoritario que defendió el acuerdo (un 55%) y el ala izquierda que propuso una enmienda de rechazo al acuerdo y a la “lista de reformas” presentada por el gobierno, obteniendo el 41 % de los votos.[7]

Sin embargo, estos sectores han caído en una trampa que ellos mismos ayudaron a construir, puesto que no plantean una alternativa independiente frente a la política y el programa reformista del gobierno. Esto se basa en un profundo escepticismo en la posibilidad de la movilización revolucionaria de los millones de trabajadores y el pueblo griego, para ofrecer una salida propia frente a la crisis capitalista.

En un artículo reciente, dos dirigentes de Anticapitalistas, Brais Fernández y Raúl Camargo, sostienen que: “la agudización brutal de la crisis capitalista nos obliga a repensar las líneas entre anti-neoliberalismo y anti-capitalismo, entendiendo que los procesos de ruptura que implican a las grandes mayorías sociales, las decisivas para cambiar la historia, parten del rechazo a la austeridad y la falta de democracia.”[8]

Si las fronteras entre anti-neoliberalismo y anti-capitalismo ya no tienen sentido, entonces de lo que se trata es de adaptar las organizaciones a una lucha contra la “austeridad” (un término indefinido de por sí) y por la “democracia”, lo que justificaría que por un “largo período” esta tarea puede ser llevada adelante por organizaciones reformistas. Así, los dirigentes “anticapitalistas” que hace unos años llamaron a impulsar “partidos amplios” sin delimitación estratégica, como IA, donde el anticapitalismo era un “espíritu” cada vez más difuso, tras el fracaso de esos proyectos los abandonan para diluirse en organizaciones abiertamente reformistas como Podemos o Syriza.

Un párrafo aparte merece la liquidación de Izquierda Anticapitalista. Al respecto, Fernández y Camargo dicen: “Al final, Podemos termina constituyéndose como estructura partidaria clásica, mientras que el ‘partido original’, Izquierda Anticapitalista, se transforma en movimiento, buscando adaptar su forma organizativa a los nuevos tiempos. Una ironía hegeliana: lo que aparece como nuevo envejece rápido, mientras que lo presuntamente viejo se renueva.” Curiosa lectura, cuando lo que resulta verdaderamente irónico es que mientras el movimiento avanza de lo “social” a lo “político” y una aguda crisis capitalista recorre Europa, una organización que se dice de “izquierda” y “anticapitalista”, se transforme en “asociación cultural”, adaptándose a las imposiciones de los reformistas y dejando la organización política bajo su hegemonía.

¿O cómo se entiende sino que, tras disolverse, Anticapitalistas sellara un “acuerdo de cúpulas” en Podemos para que su principal referente Teresa Rodríguez encabece una candidatura en Andalucía, pero con el programa, los métodos y el control de Pablo Iglesias? Pero sobre esto hay una ironía aún más picante. En el mismo momento en que IA deja de ser “partido” para “renovarse” en “movimiento”, recurre a métodos tan poco democráticos como expulsar a una parte de su propia organización por haberse opuesto al pacto alcanzado con el “verticalista” Pablo Iglesias.

La liquidación de Izquierda Anticapitalista como partido, presentada por su dirección como un mero “cambio jurídico”, fue resistida por un sector de su militancia que presentó en su último Congreso una Tendencia. Como sostiene Antonio Liz, haciendo un recorrido de la deriva política de IA desde su fundación hasta su segundo y último Congreso, “No es pues sólo un cambio jurídico lo que ha llevado del ‘partido’ Izquierda Anticapitalista al ‘movimiento’ Anticapitalistas. No, el ‘cambio jurídico’ esconde en realidad un cambio de política total, ya no se quiere construir una alternativa al capitalismo a través de las luchas sociales sino entrar en las instituciones del régimen capitalista para, en el mejor de los casos, reformarlo desde dentro.” [9]

Recapitulando, la defensa de la estrategia de combinar la “conquista de las instituciones” con la movilización social para iniciar un proceso de “radicalización de la democracia” defendida por las alas izquierda de Podemos y Syriza, resulta en una adaptación a la estrategia y el programa de los reformistas. Una orientación que sólo puede terminar en la impotencia de no poder transformar la naturaleza de clase del Estado “desde adentro”, ni desarrollar las fuerzas sociales y materiales que podrían transformarlo verdaderamente “desde afuera”, como consecuencia del abandono de la “hipótesis insurreccional” y el camino de la movilización revolucionaria, la centralidad de la clase obrera y la necesidad de levantar un programa revolucionario anticapitalista.[10]

Esta perspectiva en la que la revolución como “momento de ruptura” desaparece, o en el mejor de los casos, representa un horizonte lejano que emergerá al final de una “larga etapa de transformaciones democráticas”, lejos de combatir la deriva reformista y “estatalista” de las direcciones de Podemos y Syriza, desarma estratégicamente a los trabajadores y sectores populares frente a la necesidad de quebrar la maquinaria estatal capitalista.
La necesidad de un programa anticapitalista frente a la crisis actual

La combinación de crisis capitalista y de los regímenes políticos ha hecho emerger fuertes movimientos de protesta obrera y popular. En Grecia, el ciclo de movilización social abierto con la crisis fue hasta ahora el más profundo y extendido de todo el continente. La clase trabajadora llevó adelante 30 huelgas generales, 2 de ellas de 48 horas, ocupación de plazas, centros de estudio y lugares de trabajo, luchas juveniles y educativas.

En el Estado español, la irrupción de “los indignados” del 15M en 2011, fue el puntapié inicial de la manifestación en las calles españolas de un masivo descontento social. Un proceso que se extendió con las “mareas” de maestros y personal de la sanidad, asambleas barriales, plataformas contra los desahucios, junto a dos huelgas generales y luchas de la clase obrera, siendo las más largas y simbólicas hasta el momento las de Panrico en Cataluña y Coca Cola en Madrid.

Estos movimientos, no obstante, fueron insuficientes para derrotar los ataques de los gobiernos capitalistas y la Troika. La potencialidad revolucionaria de la situación actual no se ve limitada, como lo fue en la posguerra, por la existencia de fuertes aparatos burocráticos estalinistas y la existencia de un orden mundial pactado entre los “bloques” de Estados Unidos y la Unión Soviética.

Pero como decimos en otro artículo[11], tiene otros límites: la falta de radicalización política, la persistencia de fuertes aparatos burocráticos en los grandes sindicatos que siguen manteniendo el control de amplios sectores de los trabajadores y, consecuentemente, la participación de la clase trabajadora disuelta (en mayor o menor medida) dentro de movimientos “ciudadanos”, “populares” o “democráticos”.
Un contexto que visto desde una perspectiva revolucionaria, reclama más que nunca la necesidad de un programa anticapitalista pero que paradójicamente encuentra a gran parte de la izquierda europea adaptada a los programas y estrategias de los reformistas.

Frente a la agudización de la crisis capitalista y la persistencia de una grave crisis social que ha sumergido a la mayoría de los trabajadores y el pueblo de los países del sur de Europa en la miseria, es necesario defender un programa que partiendo de las necesidades más urgentes de los trabajadores y sectores empobrecidos, como trabajo, pan y techo, desarrolle un conjunto de medidas transitorias que planteen una salida de fondo. Medidas elementales como el no pago de la deuda, la nacionalización de la banca bajo control de los trabajadores, la renacionalización de empresas estratégicas y de servicios bajo control obrero, el reparto de las horas de trabajo entre empleados y desempleados, entre las más importantes.

Pero también un programa que, al mismo tiempo, otorgue una importancia fundamental a las consignas democráticas que contienen gran potencialidad para la movilización contra los regímenes políticos y la casta de políticos profesionales, como que ningún cargo público gane más que el salario de un trabajador, la rotación y revocación por sus electores, la anulación de las leyes de criminalización de la protesta y las “leyes de extranjería”, plenos derechos para las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes, y fundamentalmente, la convocatoria de asambleas constituyentes libres y soberanas para decidir sobre el destino de nuestros pueblos.[12]

Un programa así enfrentará inevitablemente la resistencia de los capitalistas y su Estado en defensa de sus privilegios. Por ello, sólo puede imponerse por medio de la movilización obrera y popular y el desarrollo de experiencias de autoorganización obrera y popular desde abajo. Es decir, enfrentando las ilusiones en que es posible alguna salida progresiva en los marcos de este sistema social de opresión y explotación, y defendiendo un programa anticapitalista y de clase con una perspectiva de lucha por conquistar gobiernos de trabajadores.

Lamentablemente la mayoría de la izquierda europea, embelleciendo a las direcciones reformistas de Syriza y Podemos y comprometidos con la gestión del capitalismo, han abandonado este camino. En este marco, la lucha por la conquista de la independencia política de la clase obrera, su rol como sujeto hegemónico capaz de liderar al conjunto de los sectores explotados y oprimidos, y la necesidad de avanzar en la construcción de fuertes partidos marxistas revolucionarios enraizados en la lucha de clases, son tareas fundamentales que tenemos por delante las organizaciones revolucionarias de Grecia y el Estado español.

NOTAS:

[1]Santiago Lupe, De Arquímedes a Iglesias: dadme un reglamento de voto y crearé el partido que quiero, La Izquierda Diario, 22/10/2014.

[2]Josefina Martínez, De la “ilusión social” a la “ilusión política”, Ideas de Izquierda Nº 11, Buenos Aires, julio 2014.

[3] Dentro de Syriza también hay un grupo que obtuvo el 1.5% en el Congreso, la Tendencia Comunista, relacionado internacionalmente con la corriente de Alan Woods.

[4]Diego Lotito, Todo el poder a Pablo Iglesias, La Izquierda Diario, 20/11/2014.

[5]Sebastian Budgen y Stathis Kouvelakis, Greece: Phase One, Jacobin, 22/01/2015.

[6] Diego Lotito, Reunión entre Pablo Iglesias y el embajador yanqui en Madrid: ¿por la senda de Felipe González?, La Izquierda Diario, 03/03/2015.

[7] Josefina Martínez, ¿Quiénes son y qué defienden los sectores críticos dentro de Syriza?, La Izquierda Diario, 04/03/2015.

[8]Brais Fernández y Raúl Camargo, Movimiento “Anticapitalistas”: ni nacemos, ni morimos; nos transformamos, Viento Sur, 29/01/2015.

[9] Antonio Liz, El círculo se cierra. Del I al II Congreso de Izquierda Anticapitalista, Kaos en la Red, 10/02/2015.

[10] Claudia Cinatti, ¿Qué partido para qué estrategia?, Estrategia Internacional 24, diciembre 2007-enero 2008.

[11] Josefina Martínez y Diego Lotito, Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata, en este número de Contracorriente.

[12] Sobre las consignas democráticas y el programa revolucionario, ver Federico Grom, Los marxistas y las demandas democráticas, en este número de Contracorriente.

http://clasecontraclase.org/portada/2015/03/el-nuevo-reformismo-y-la-izquierda-anticapitalista-europea/