Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Las falsas divisiones de la Humanidad fueron ideadas para dominarla. Es asombrosa la cantidad de inventos para mal fragmentar a la Humanidad, para quitarle fuerza. Se divide por la raza, también por religión, por geografía, clase social, por relación con el trabajo, por la propiedad, por la historia. Todo para ocultar la verdadera división, que es la de los poseedores de los medios de producción y los desposeídos de esos medios.
El día que la Humanidad comprenda que la verdadera división es la de poseedores y desposeídos, que los desposeídos tomen conciencia de su situación y de cómo remediarla, comenzará la marcha hacia la humanización de la Humanidad, hacia su integración. Ese día, el humano dejará de ser un escindido, víctima de sí mismo.
Los revolucionarios deben tener visión de Humanidad, universal, ya lo decía Martí: "Patria es Humanidad". Es desde allí que se debe hacer política revolucionaria; de lo contrario, termina siendo reaccionaria, divide y así favorece a los apropiadores del planeta. La lucha local debe ser puente para lo universal.
La lucha sólo local, ya sea en una alcaldía, una gobernación, un país, un bloque regional, o una fábrica, si se queda en esa instancia, si no se hace universal y toma partido por los "pobres de la tierra" termina favoreciendo la fragmentación, base de la dominación del capitalismo.
La grandeza de una Revolución viene dada, tiene relación directa, con su visión universal, su solidaridad con el campo mundial de los desposeídos. No existe una Revolución confinada a su entorno. El proceso revolucionario, si es sincero eleva la mirada rápidamente hacia lo universal, hacia la solidaridad con los desposeídos.
Bolívar percibió que debía extender su ideal hasta donde abarcara el mundo, fue a los confines del Continente, pensó en llegar hasta España. La llama revolucionaria impele a la lucha universal, su campo de batalla es el hombre oprimido, busca liberarlo, iluminarlo hasta en el último confín del planeta. La llama revolucionaria es humanista.
La reacción, la oligarquía, es lo contrario. Baja la vista al entorno, a sus propios zapatos, esa es su Patria. Su bienestar cabe en su bolsillo, se desentiende del mundo, la Humanidad no le importa, el hombre es un instrumento para enriquecerse.
Aquí, entre nosotros, la oligarquía pretende fragmentar el espíritu internacionalista, así debilita a la Revolución. Se queja de la ayuda a un pueblo como el palestino sometido a un genocidio, aquellos niños exterminados no ablandan su corazón, los oligarcas no se importan por más nada que su lucro.
El hombro amigo que se ayuda ayudando lo llaman con desprecio "regalar", se niegan a que el petróleo sirva a otros pueblos, denuncian la actitud amorosa, prefieren estimular el egoísmo; establecen una ética, unos valores que hacen que padres se desentiendan de los hijos, vecinos del vecino, que el hombre se transforme en lobo del hombre.
Esta conducta frente a la Humanidad condiciona las actitudes del humano en su entorno, quien no ama a la humanidad no puede amar a nada, ni a nadie: el amor, la fraternidad, no pueden fraccionarse.
El derecho a ser solidario con los humildes de la tierra, a contribuir la emancipación de los desposeídos, debe ser defendido por la Revolución. El derecho y el deber de ayudar, dar de lo que nos hace falta pero que más falta le hace al prójimo, será una medida de nuestra calidad humana, es decir, revolucionaria.
Frente a la inhumanidad de la oligarquía, el gobierno aclara que a Cuba no le regalamos petróleo, que Cuba paga la factura con el trabajo de los Médicos, Profesores, Deportistas. Hasta aquí, muy bien la actitud del gobierno. Pero debemos ir más allá y decir: "Si a Cuba le hiciere falta que le diéramos petróleo de gratis, lo haríamos; si le hiciera falta que sangre venezolana regara esa tierra agredida, lo haríamos; denos Cuba y los pueblos del mundo en qué servirles, ese es nuestro deber, sirviendo nos crecemos como humanos.
Sólo un pueblo que sienta en su corazón las penurias de otros pueblos tiene la textura para ser libre, para construir el nuevo mundo que soñaron Bolívar y Chávez. Los pueblos egoístas están condenados a la esclavitud.
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