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14 ago 2014

Metamos a los negros en el escudo

Metamos a los negros en el escudo
(A la memoria de la doctora Irma Mendoza, quién nos hizo comprender, que nuestros tatarabuelos, negros esclavos de las llanuras de Calabozo, también eran gente).
Los genealogistas tienen una medida universal para calcular la distancia entre una generación y otra, que es de 23 años. Por supuesto que es una medida arbitraria, pero alguna debe aplicarse para calcular el ritmo generacional y esta parece ser la menos inexacta. En mi caso particular se equivoca doblemente porque mi madre me dio a luz a sus 17 años y mi hija a sus 40 años acaba de traer al mundo a una hermosa niña. Pero esa medida es el patrón universalmente aceptado.
Si tomamos provisionalmente como buena esta medida y dividimos los 515 años que tenemos de “conquistados” (de 1498 a 2013), resulta que nuestro mestizaje ha producido 22 generaciones de a 23 años cada una. Esto significa que muchos venezolanos podrían tener a sus 22° generaciones de abuelos, nacidos luego de comenzada la mezcla que dio origen al pueblo venezolano.
Todos sabemos que nuestro pueblo se formó del mestizaje de tres etnias: los primitivos habitantes llamados por error “los indios”, los españoles y los africanos.
Si aceptamos que todos tenemos 2 padres (conozcámoslos o no), 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 choznos o chornos, tendremos 64 rechornos o quinto abuelos, y hasta ahora solo hemos contado 6 generaciones, todas nacidas en los últimos 138 años. Cuando subimos hasta la décima generación, descendemos de 1.024 ascendientes que nacieron en los últimos 230 años y al llegar a 15 generaciones, descendemos de 32.768 ascendientes que nacieron en los últimos 345 años. Al contar desde la vigésima generación, descendemos de 1. 048.576 personas, nacidas todas durante los últimos 460 años; y al llegar a la vigésima segunda (22°) generación, nuestros abuelos alcanzan a ser 4.194.304, todos nacidos en los últimos 506 años, lo que quiere decir que nuestros más de cuatro millones de ascendientes nacieron todos después de comenzado el mestizaje. (Saquen sus calculadoras y échenle número).
La mezcla no fue simple sino que fue mezcla de mezcla, porque los habitantes de este nuevo continente llevaban siglos mezclándose por sucesivas invasiones y guerras. Los africanos llevaban más de dos siglos mezclándose y guerreando, tanto que quienes los capturaban para traerlos de esclavos a la América no eran ni los ingleses ni portugueses, quienes los vendían, sino los propios africanos. Por su parte los peninsulares tenían más de mil años mezclándose y de ellos 800 invadidos por los árabes. El producto de este mestizaje enriquecedor somos nosotros, el pueblo venezolano, “todos café con leche; unos más leche y otros más café”.
MEZCLA
Entre nuestros ascendientes hay de todo. Nadie podría afirmar que todos sus miles de ascendientes son blancos ni negros ni indios. Ni que todos son patriotas ni realistas, ni hombres de bien ni bandidos, ni mujeres virtuosas ni parranderas, ni analfabetas ni ilustrados. No! Ahí hay de todo.
Salvo los casos contados de venezolanos descendientes solamente de extranjeros, sin gota de sangre criolla, todos somos producto de una mezcla y en consecuencia, pretender separar sus elementos, además de injusto, es imposible. Hasta a los químicos y alquimistas se le dificulta separar los elementos de una aleación en sus laboratorios; imaginemos como será de difícil hacerlo en esa inmensa aleación étnica fraguada durante siglos.
Con las excepciones que confirman la regla, todos somos afrodescendientes, eurodescendientes, indiodescendientes. Sin contar que como país de integración que hemos sido siempre y seguimos siéndolo hoy en día, no podemos permitir que lo que ha unido el mestizaje, pueda ser desunido por nadie.
El pueblo venezolano es el producto de un mestizaje, de una mezcla de tres etnias muy bien definidas: los primitivos habitantes del nuevo mundo, los aborígenes, llamados inicialmente y por error, los indios; los españoles y los africanos, a las cuales se sumaron luego muchas otras más. Esa mezcla produjo al hombre venezolano, a lo que somos hoy, y por eso, todos somos café con leche; unos más leche y otros más café. El mestizaje continuó enriqueciéndose hasta nuestros días con nuevos aportes y por eso Venezuela es un país de integración constante que debe reconocer la pluralidad étnica y cultural de su origen. El Acta de nuestra Independencia la redactó un italiano, nuestro Escudo de Armas lo pintó un inglés, los verdaderos descubridores de Venezuela ante el mundo fueron un cartógrafo italiano llamado Agustín Codazzi y un viajero alemán llamado Alejandro de Humbodt; en la Batalla de Carabobo había más alemanes que carabobeños y más ingleses que aragüeños; “Cuando la perica quiere que el perico vaya a misa” lo compuso un curazoleño, nuestro mejor joropo aragüeño, “El Jarro Mocho”, lo compuso un alemán en Hamburgo y hace poco vimos como entre las quince mujeres más bellas del mundo, había dos venezolanas.
Esa legión de mujeres bellas que salen por el mundo a acaparar las coronas y que están por todas partes, en las calles, en la universidad, en los automercados, no las inventó Osmel Sousa; son también producto de esa mezcla, de ese mestizaje.
Por eso ahora, después que metimos a nuestros abuelos indios en el Escudo de Armas de la República, debemos incluir alegorías que simbolicen a nuestros abuelos negros y a nuestros abuelos españoles, para así hacerle honor a la afirmación del Libertador Simón Bolívar, según la cual ya no éramos ni indios ni europeos sino un crisol de razas, una raza nueva sobre la faz de la tierra y que éramos el punto equidistante entre América, África y España. Por todo ello, metamos a nuestros abuelos negros en el Escudo.