Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Imaginemos a un señor que sufrió un golpe en el cráneo, similar al del piloto Schumacher, y quedó inconsciente desde la muerte de Chávez hasta hace poco que despertó.
El hombre pidió periódicos, leyó internet, se informó de la economía, de la política; quiso entender el diálogo abierto pero al mismo tiempo inexistente, las fluctuaciones del dólar, o mejor, de los tantos tipos de dólar que hay en el mercado, la escasez, las colas. Se enteró de las nuevas relaciones con la banca internacional, le extrañaron las reuniones con empresarios, se sorprendió con la carta de Giordani pero más con la sanción a Navarro, se alivió con la declaración de “pasar la página” pero aún espera que se haga algo para restituir la armonía, para restañar las heridas, para suspender las sanciones. Oyó rumores, estudió el discurso del General, lo enredaron las declaraciones de voceros económicos afirmando que se necesita al capitalismo para construir Socialismo... Al final, no soportó la confusión y gritó: “¡doctor para dónde va esto!”
Intentemos ayudar un poco al turbado enfermo.
Para ser sinceros y no enredarlo más, digámosle que es difícil saber para dónde va esto. Lo que sí se puede afirmar es que no va para el Socialismo. Intentemos exponerle nuestra visión.
El paso de un sistema social a otro ha preocupado a grandes estudiosos. Se han ensayado argumentos, teorías, pero los cambios de sistema se resisten a certificar los pensamientos: se dan en países con escaso proletariado y bajo desarrollo de las fuerzas productivas, aún se esperan, desde hace casi un siglo, revoluciones en los países desarrollados, donde las presagia la teoría. Parece que cada cambio es un modelo en sí mismo. La Revolución Soviética fue peculiar, hubo que crear una doctrina especial para ese fenómeno, aquello del eslabón más débil. China reventó todos los moldes, la guerra adquirió allí nuevas formas y nuevos tiempos. Cuba, para decirlo junto al Che, fue rebelión contra los dogmas y las oligarquías.
Sin embargo, lo común a todos los cambios de sistemas, a todas las Revoluciones, es la pasión por ir más allá, por avanzar, la imperiosa necesidad del cambio que embarga a grandes sectores actuantes de la sociedad. En otras palabras, la Revolución -así lo dice la historia- es ante todo un asunto de conciencia, de espíritu, es obra de un volcán social que hace erupción en el alma colectiva.
En estos últimos meses, mucha agua ha corrido bajo el puente de la Revolución, muchas acciones y medidas sucedieron con una velocidad tal que hace difícil su comprensión, muchas palabras intentan explicar, la polémica se abre paso entre las grietas de la represión, la crítica pelea con la falsa lealtad para salir al aire, se blanden argumentos variados, nuevos y también viejos, los tiempos son confusos. Para intentar una aproximación a la respuesta debemos simplificar una referencia, una medida. Veamos.
Ya dijimos que la Revolución tiene una exigencia común: la pasión, la comprensión de grandes sectores de los desposeídos sobre la necesidad de un cambio profundo en la organización social; que la Revolución se haga una meta por la cual valga la pena luchar, que se encarne en los humildes como una razón sagrada, un razón de vida. La Revolución caminará junto a esa pasión. Cuando la pasión decae la Revolución se debilita, cuando esta pasión se eleva la Revolución puede avanzar a grandes trancos.
Podemos concluir que los acontecimientos de los últimos meses, del tiempo en que el señor estuvo ausente, han llevado la pasión revolucionaria a niveles de extinción, eso explica el grueso de la situación de hoy. El Socialismo sale de escena por la puerta de atrás, el río social cambia de cauce, la pasión colectiva es sustituída por el egoísmo, por la solución individual, el sentido del deber social desciende a niveles delincuenciales.
No sabemos para dónde va esto, lo que sí podemos afirmar es que para el Socialismo no es.
¡Horror a las oligarquías!
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