Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Cuando la socialdemocracia desempeña el papel de revolucionaria se sumerge en un dilema doloroso: tiene que mantener un discurso caliente, anticapitalista, antiimperialista y, simultáneamente, cuidarse de no subir mucho la temperatura, de no irritar más de lo conveniente a los capitalistas, al imperio. Por eso sus embestidas se quedan en el furor de la intención, no pasan a mayores; el imperio les tolera sus bravuconadas, espera, no se desgasta inútilmente.
El imperio nos lanzó algunos dardos, rápidamente subió la temperatura, el discurso rompió la mesura, se dijo que “había llegado la hora final”, que era “la agresión más grave en doscientos años de historia”, que “si Venezuela cae, cae el Continente”; “ejercicios militares que disuadan al enemigo” dictó alguien; “resistencia”, grito otro. Sonaron los tambores de guerra, el nacionalismo alcanzó cotas altas... pero todo duró unas pocas horas. La socialdemocracia llegó a su límite de calentamiento y reculó, le tendió una mano al jefe invasor, llamó a recoger firmas para pedirle que dejara la agresión. La rebeldía fue de papel y tinta, todo se diluyó, no había tal guerra, las visas quedaron canceladas, los bienes congelados, el ensayo imperial cumplió su papel.
En la escaramuza se evidenciaron fallas de la socialdemocracia, demostraciones de su impotencia para sostener una confrontación.
Después de los ejercicios militares del pasado fin de semana, es necesario afirmar que la dirigencia sigue viendo al país tras el cristal de la soberbia: dan por descontado el apoyo de las masas, suponen que movilizar para una guerra necesita sólo algunas consignas ya manidas. De esta manera cometen torpes errores que tendremos que pagar muy caro. Veamos.
La principal cualidad de un ejército exitoso es la moral de combate, y ésta se adquiere cuando hay razones sagradas para luchar. He aquí la primera falla de esta guerra dirigida por la socialdemocracia. La Patria está en peligro, dicen, pero ¿así lo percibe la masa?, ¿qué hemos hecho para de verdad dar la sensación de agresión? Si decimos que vamos a una guerra, nada menos que con el imperio, debemos tomar medidas que hagan creíble la amenaza. Pero, ¿qué hacemos? Junto a gritar, recogemos firmas para que deroguen la medida, despojamos a la agresión de su carga geopolítica y la reducimos a que obama es malo, que no está bien informado, que con un poco de firmas entrará en razón, nos perdonará. Entonces, ¿para qué guerra?, rara manera de acicatear el espíritu de la defensa de la Patria, ¿cuál es el vértigo?
No aparece por ninguna parte el Socialismo, no tiene nada que ver en la contienda, sólo se menciona un difuso concepto de Patria sin contenido, sin signo, que lo mismo es de los empresarios -que un día se llaman y otro día se acusan de cómplices de la agresión- que de los humildes. Al lado de los llamados a defender la Patria en inminente peligro, hacemos un llamado a escoger los candidatos a las elecciones parlamentarias, dándole un tinte electoral a toda la parafernalia.
No hay dudas de que la ambigüedad socialdemócrata es incapaz de elevar la moral de combate, de sostener la resistencia a la agresión, todo le queda como una retórica que se extingue rápidamente, o una bufonada electoral. Está demostrado por la historia: sólo las revoluciones que proponen mundos superiores al imperio pueden derrotarlo. Por eso decimos: sólo el Socialismo puede ser exitoso en la lucha contra el imperio, la socialdemocracia se consume en su ambigüedad.
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