Por
Chucho Nery
@chuchonery
Desde hace milenios las visiones que la
humanidad ha creado sobre su mundo y sobre sí misma han estado condicionadas
por un mundo que no ha parado de ponérsela cada vez más difícil. A media que las condiciones planetarias
fueron favoreciendo el establecimiento de asentamientos humanos alcanzando una
estabilidad “aceptable”, al margen de sus constantes y cíclicos terremotos,
maremotos, eras glaciales, inundaciones y sequías, el “ser humano” tuvo tiempo
y espacio para ponerse a pensar y así lograr mediante esa ventaja intelectual
superar los vaivenes de la Madre Naturaleza y poder perpetuar su especie con un
poco más de garantías.
Al margen del hecho que en algunas
regiones del mundo predominara una visión naturalista totalizante del mundo, en
armonía con la Naturaleza, y que en otras, como en la Antigua Grecia, la “Cuna
de la Civilización Occidental Cristiana y Capitalista”, tomando como puntos de
partida muchas de las bases fundamentales de las cosmovisiones materialistas
originarias, haya surgido una visión idealista, que parte de la Idea
Individual, del Espíritu auto-creado y creador (más adelante concretizado en la
ideología dominante como el “Dios” monoteísta), lo que queremos resaltar aquí
es el hecho que todas esas visiones, aparte de pugnar infinitamente por ser la
predominante, la “oficial”, no siempre han sido del total dominio público, es
decir, no necesariamente han estado al alcance de todos los seres vivos de la
Tierra en alguna época particular de su “Historia”.
Si bien como lo dijeran Marx y Engels en
1845 “Las ideas dominantes en una sociedad dada en una época dada siempre son
las ideas dominantes de la clase dominante”, esas ideas que salen a la luz
pública, transmitidas por medio de la educación, la religión y los medios de
comunicación, nunca han representado la totalidad del conocimiento humano
alcanzado en esa época determinada, pues siempre han sido solamente las ideas
filtradas por la censura dominante, dejando a buen resguardo aquellas ideas,
teorías y respectivas aplicaciones prácticas (tanto en el plano físico como en
el intelectual: armas y control mental, principalmente), que sólo han servido a
los intereses del poder político y económico de las élites dominantes.
Es bien sabido que no se imparte el mismo
conocimiento en las escuelas a las que van los hijos de los esclavos pobres
(asalariados o no) y los hijos de los amos ricos de todas las épocas, gracias a
ese maravilloso invento de la minoría explotadora llamado la “división del
trabajo”: unos pocos elegidos son los que mandan y reciben todos los frutos y
ganancias y la inmensa mayoría es la que trabaja y recibe unas migajas para
sobrevivir (y seguir trabajando). Por lo
tanto, los ricos tienen que y deben saberlo todo, y los pobres sólo tienen y
deben saber lo mínimo necesario para mantenerse respirando y trabajar al
máximo. Por eso es que las escuelas y
universidades de los pobres sólo producen burócratas y obreros (“técnicos”),
mientras las de los ricos producen líderes y gerentes (altos ejecutivos).
En virtud de esa perversa división del aun
más perverso “trabajo” un zapatero sólo iba a su zapato y no tenía por qué
saber nada de las trayectorias elípticas de la Luna y su influencia en las
mareas y las cosechas, y por lo tanto en la navegación y la producción
agrícola, y por tanto en el libre flujo de las inmensas flotas mercantes y sus
respectivas escoltas militares que por milenios han surcado los siete mares
transportando esos productos extraídos a la Madre Tierra (entre ellos mano de
obra esclava, una de las mercancías más apreciadas en todos los tiempos y en
todos los lugares). Si acaso podía
llegar a saber, por casualidad, el por qué de las fluctuaciones en el precio
del cuero de vaca que necesitaba para confeccionar sus zapatos.
Ese conocimiento estaba reservado a los
dueños de haciendas, de barcos, de esclavos, de industrias, a los políticos que
administraban la buena marcha de los negocios y de la tan siempre necesaria y
anhelada paz social, esa que siempre ha garantizado el auge de los buenos
negocios. Como se ha visto, una no puede
sobrevivir sin la otra.
Cuando algún “descubrimiento” salió a la
luz pública, a lo largo de toda la historia humana, no todo el mundo tuvo
conocimiento de él, ni al mismo tiempo ni en todas partes. Sólo gradualmente algunas porciones de la
sociedad ha venido sabiendo las leyes cósmicas que rigen la Naturaleza, sus
consecuencias, y sobre todo, sus aplicaciones e implicaciones naturales y
sociales.
Hasta no hace mucho amplios sectores de la
población mundial estaban segurísimos que la Tierra era plana, que el mundo no
se extendía más allá de lo que veían sus cansados ojos, que el hombre no era
capaz de volar, viajar al espacio, posar su pie sobre la Luna u otros planetas,
dividir el átomo y producir energía (o bombas), controlar el clima. ¿Y cómo iban a saber algo de esto si ni
siquiera sabían, de antemano, qué es un átomo y de qué está compuesto, qué son
las leyes de la aerodinámica, de la gravedad, la termonidámica, que existe una
cosa que se llama atmósfera que está compuesta de moléculas de oxígeno,
hidrógeno, nitrógeno y carbono, que no se ven porque son pequeñísimas, pero
están ahí y al moverse producen lo que llamamos el viento y al mezclarse
producen gases que sirven para que nosotros y las plantas y animales respiren y
vivamos?
¿Cuantas centenas de miles de esclavos que
construían las pirámides de Egipto murieron sin saber leer ni escribir,
ignorando las investigaciones y
descubrimientos de Ptolomeo y su visión geocéntrica del mundo, aun cuando sus
vidas estaban organizadas violentamente en torno a la misma? ¿Cuántos de los esclavos capturados por la
Atenas del Siglo de Oro de Pericles, trabajando arduamente en las minas y los
campos de sus amos murieron sin tener la más mínima idea de los debates en el
Agora entre platonistas y epicureístas, idealistas y materialistas,
aristócratas y demócratas, aun cuando su desenlace desembocara en un destino
“mejor” o “peor” para ellos y todos sus descendientes por milenios?
¿Cuántos siervos, peones y vasallos que
araban la tierra y transportaban sus frutos a miles de kilómetros de distancia
para sus señores feudales en la vieja Europa hasta quedar exhaustos y morir de
desnutrición, pestes o en sus guerras territoriales disfrazadas de “santas”
llegaron a escuchar, aunque sea por casualidad, sobre el “descubrimiento de
América”, los experimentos con la electricidad de Volta, Watson y Maxwell, las
investigaciones de Leonardo Da Vinci, en resumen, todas las innovaciones que se
incubaban y nacían al calor del Renacimiento y la Ilustración, aun cuando todo
ello cambió para siempre sus vidas al conducir al estallido de la Revolución
Francesa (revolución filosófica y política) y la Revolución Industrial
(revolución científica y económica), con todas sus consecuencias, las cuales
llevamos padeciendo hasta el día de hoy, en su culminante etapa final?.
No sólo se trataba que las noticias, en
aquella época, viajaran más lento que hoy en día, sino que al llegar a un sitio
determinado no se diseminaban “totalmente”, ya que no todo el mundo sabía leer
y escribir, y no todos los que sabían leer y escribir mostraban algún interés
en todas las noticias, tan sólo en las que más tenían que ver con ellos o las
que más afectaban sus “negocios”. Así ha
sido siempre y sigue siendo hasta el día de hoy.
Y esos intereses están determinados y
condicionados por muchas razones: intereses creados, intereses ficticios,
apatía, conformismo, falta de tiempo debido a sus compromisos dirigenciales o
laborales (dependiendo de en qué extremo de la escala social se encuentre uno),
intereses reales en virtud de sus necesidades inmediatas (alimentar una
familia, trabajar arduamente toda una vida para un patrono), etc.
¿Cuántos de nosotros moriremos sin saber
cuáles han sido las verdaderas razones de nuestras desgracias o creyendo en las
falsas razones que nos han sido enseñadas por siglos? ¿Cuántos de nosotros, esclavos asalariados de
la era tecnológica de la III Gran Revolución Post-Industrial, moriremos
ignorando los verdaderos fundamentos del actual estado de cosas, de la
injusticia, la opresión y destrucción humana y natural? ¿Cuántos de nosotros seguimos creyendo que
sólo hay vida en este planeta, que sólo hay asentamientos humanos en la Tierra,
que los “desastres” climáticos sólo tienen causas naturales, que la potencia de
turno arrasa con todo a su paso para imponer la democracia y defender los
derechos humanos dejando una estela de muerte y destrucción, que todo lo que ha
ocurrido, ocurre y ocurrirá es por la voluntad de un “Dios”?
Es cabalgando sobre nuestra milenaria
ignorancia que las clases dominantes han podido pasar, exitosamente, de una
etapa a otra del desarrollo de su sistema de explotación económica, dominación
política, discriminación social, genocidio militar y alienación espiritual, con
sus revoluciones científicas y culturales aplicadas a ellos mismos, sobre las
clases dominantes (ellos siempre han sido revolucionarios), para su superación
y perfeccionamiento, dejándonos a nosotros como pasivos testigos, como los
eternos convidados de piedra, manteniendo nuestra sempiterna condición de
herramientas parlantes.
Sólo una pequeña parte de estas
revoluciones, debidamente filtrada y aliñada, es la que ha llegado a nosotros,
a lo largo de los tiempos, lo absolutamente necesario para mantenernos
ignorantes pero productivos, muy productivos. Nunca hemos tenido la oportunidad
de pensar, sólo trabajar, el pensar sólo está reservado para unos pocos, que
utilizan los frutos de ese pensar para seguir jodiéndonos la vida.
¿Cuándo comenzaremos a pensar, no como los
ricos, para joder a otros, sino desde, por y para nosotros mismos para
ayudarnos y ayudar a otros a superarse, a superar este estado miserable de
cosas, esta injusticia infinita? Una de
las primeras cosas que habría que hacer no es “desechar” lo hasta ahora
pensado, comenzar a quemar los libros clásicos, cual hordas católicas o
hitlerianas de la época inquisitorial o nazi, sino aprender de sus errores y
crear nuevos pensamientos, nuevas lógicas, para alcanzar nuevas acciones,
nuevas formas de hacer y pensar.
Precisamente esto es lo que propone el
libro del Dr. Franz J. T. Lee: “Ciencia, Filosofía y Emancipación”, publicado
en su versión original en inglés en el año 2003 en su página de Internet
franzlee.org.ve; una aproximación trialógica para una nueva visión del mundo,
que abarque todas las anteriores, entendiéndolas, haciéndolas propias y
superándolas, única forma de hacer que todas nuestros esfuerzos, pasados y
presentes, tengan un sentido, un propósito y un fin que valga la pena,
totalmente opuesto a todo lo pensado y actuado hasta ahora, sin ningún tipo de
egoísmo, sin censuras, abierto a todas las posibilidades, a la experiencia
teórica, al ejercicio práxico, a la multiversalidad infinita.
La única “condición” que nos recomienda
este sabio para nada arrogante es abrir nuestra mente sin miedo, tener
curiosidad científica, reflexión filosófica, amor a la sabiduría liberadora,
amarnos a nosotros mismos para conocernos a nosotros mismos, o lo que es lo
mismo, a nuestro “mundo”, nuestro terreno, nuestra casa, es decir, tener
curiosidad por conocer a nuestra Madre Tierra es querer conocernos a nosotros
mismos, y viceversa. Fue precisamente lo
que hizo el Dr. Lee toda su vida, y todo eso es lo que comparte con nosotros, a
través de los videos de sus charlas y sus libros, a través de su vivo ejemplo,
de su vida ejemplar, paradigmática, sin guardarse nada, como regalo amoroso
para toda la humanidad.
Sin una ciencia y filosofía propias nunca
lograremos, al menos, lo logrado por nuestros eternos enemigos de clase,
superarse a sí mismos en pensamiento y acción, pues aparte de que fue así como
ellos lo lograron siempre, este esfuerzo no va encaminado a sustituir una clase
dominante por otra (como lo propuesto por el marxismo con la “dictadura del
proletariado”), o a perpetuar a los herederos de las mismas clases dominantes
de siempre (como lo propone el capitalismo en su etapa tardía y
post-industrial), sino a ayudar a entender la necesidad de acabar con “la raíz
de todo mal”, toda sociedad dividida en clases, toda necesidad de “trabajar”,
“producir”, o lo que es lo mismo seguir destruyendo más a la naturaleza y a la
sociedad, a entender que hay un “más allá” que no tiene nada que ver con mundos
imaginarios poblados de seres aun más imaginarios, un futuro triferente o
multi-ferente de creación y amor, en el que las capacidades humanas, nuevamente
redescubiertas y actualmente reprimidas por las razones ya expuestas, se
utilicen para algo más que llenar planillas y sellar y firmar documentos en una
oficina, teclear las mismas cosas todo el santo día doblados sobre una
computadora, marchar armas en mano tras un líder mesiánico bajo un sol
abrasador esperando un ascenso, un cargo público o una limosna, morir en un
campo de batalla ajeno defendiendo una casta de vampiros aun más ajena o parasitar
imbécilmente sumergidos en un paraíso artificial de auto-compasión y
conformismo.
Una de las lecciones más importantes que
nos han enseñado nuestras clases dominantes (inconscientemente, claro está) es
que para hacer una revolución, sobre todo una liberadora, que esa es la
verdadera revolución, antes de hacerla primero hay que pensarla muy bien, sobre
todo una que se pretenda hacer en estos tiempos en que la tecnología, como
nunca antes, lo domina todo, lo cual requiere de nosotros un conocimiento mucho
más amplio y complejo de todas las ciencias, sin complejos, para ponerlas a
nuestro servicio y no que sigan siendo utilizadas para nuestra esclavitud. Con más razón tenemos que estudiar más, saber
más, hasta donde sea posible, pero partiendo de una nueva ciencia y filosofía,
pues hasta ellos mismos admiten (con sus actos, no con sus palabras) que su
ciencia y filosofía ha caducado, ha cumplido su cometido y ha llegado el fin de
su “vida útil”, como todo lo que ocurre dentro de un sistema cerrado, al llegar
a sus límites explota y destruye todo lo que lleva adentro, como lo demuestran
la “crisis energética mundial”, las guerras por el petróleo (pues saben muy
bien que se acerca su agotamiento total), el declive de las religiones
monoteístas mayoritarias, la quiebra moral y ética de la sociedad, el estallido
de la sobreproducción y el descenso en la tasa de ganancias, etc.
Pongamos, pues, en marcha nuestro éxodo
mental, espiritual, fuera de esta nave que se está hundiendo, y construyamos
nuestra propia insumergible embarcación que nos lleve más allá de la miseria y
la desolación. Este libro, si no el
único, es un buen comienzo, que ya es mucho decir en este mundo en que todo se
nos niega, menos la ignorancia. En él se
encuentra la visión del mundo en transición y el mundo futuro, adaptada a las
nuevas circunstancias, con la suficiente anticipación, con la necesaria
precisión, para que el cambio y sus consecuencias no nos agarren de sorpresa,
como ha sido siempre, como ellos (las clases dominantes) esperan, agarrarnos
desconcertados y llevarnos como bestias al matadero, cantándoles y alabándoles,
agradeciéndoles por sacarnos de nuestra desgracia, después de habernos sacado
todo el jugo.
Por primera vez en la historia humana un
pensador, Franz J. T. Lee, sudafricano de nacimiento, alemán por formación
académica, venezolano por adopción y cósmico por su amor a la sabiduría, pone
en manos de todos, al alcance de todos, las herramientas metodológicas para su
liberación, superación y trascendencia.
De nosotros depende hacer que su valiente y amoroso esfuerzo haya valido
la pena. Más no se le podía pedir, menos
no deberíamos hacer.
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