Jaime Plaza. Enviado a Brasil Domingo 09/12/2012
La tierra arcillosa y de color terracota pareciera no ser fértil. Pero en la granja de Francisco Pillon, agricultor desde hace 25 años, y a lo largo del valle de Laranjal Paulista (Sao Paulo) está cubierta por el verdor de los maizales y cultivos de soya. Hace cuatro años este finquero fue cautivado por la tendencia creciente en territorio brasileño: el cultivo de semillas genéticamente modificadas o transgénicas. Hoy en su finca tiene 75 hectáreas de soya y 41 de maíz. En la actualidad, Brasil es el segundo mayor productor a escala mundial de transgénicos. El primero es Estados Unidos. Hasta el 2011 tenía 30,3 millones de hectáreas cultivadas con soya, maíz y algodón. Además fue el pionero en crecimiento de cultivos transgénicos, con 4,9 millones de hectáreas en ese año.
Adriana Brondani, directora del Consejo de Información sobre Biotecnología (CIB) de Brasil, y María Andrea Uscátegui, directora de Agrio-Bio de Colombia, coinciden en que los agricultores adoptan estas semillas por el manejo práctico de cultivos, resistencia a plagas y malezas y un mejor rendimiento en las cosechas. Motivado por esos argumentos, Pillo, por ejemplo, decidió cultivar el tipo de maíz que lleva una toxina que pulveriza el organismo del gusano que carcome el grano. Hace dos semanas, mientras recorría su finca, aseguró que así evita los gastos que antes demandaban las cuatro fumigaciones por siembra. Ahora solo necesita de una o dos rociadas. Pillon no dudó en deshojar algunas mazorcas para mostrar la consistencia del grano y las comparó con otras de maíz común, en las que sí se encontró gusanos. Es tal el impulso de Brasil a este tipo de cultivos que hoy funcionan 200 institutos públicos y privados dedicados a la investigación.
Todos están registrados por el Comité Técnico Nacional de Bioseguridad de Brasil . Según Brondani, el Centro de Tecnología Canaviera (CTC), de Sao Paulo, por ejemplo, invierte USD 7,5 millones por año en investigaciones sobre semillas transgénicas. Los recursos salen de aportes desde transnacionales como Monsanto, Bayer y otros. En un invernadero instalado en la parte posterior del centro de investigaciones, el CTC ensaya con una variedad de caña que resistiría al ataque de las plagas, a las inundaciones y más. Sabina Moutinho Chabregas, investigadora del CTC, reveló que la decisión del Gobierno brasileño de usar etanol como combustible incentivó a esta investigación y se espera que la primera licencia para su cultivo sea autorizada entre el 2017 y el 2018. Desde hace dos años se experimenta en invernadero y en campo con caña de azúcar para subir su producción, resistencia a plagas y tolerancia a los herbicidas. Según Mutinho, de lograr aquello “se ayudaría a cubrir la demanda de caña”. Hoy se cultivan 9 millones de hectáreas, el 50% es para producción de etanol y el 50% restante para producir azúcar. En este país, el proceso de licencia para las investigaciones y comercialización de cada modificación genética de semillas es riguroso y tarda entre dos y tres años.
De esto se encarga el CNTBio compuesto por 44 expertos, entre ingenieros agrónomos, médicos, biólogos, economistas, etc. Además, en las sesiones de discusión participan actores sociales como representantes de organizaciones campesinas e indígenas para plantear sus inquietudes. Entre el 2010 y el 2011 se aprobaron 14 modificaciones. Una de ellas es del fréjol, impulsada Embrapa, entidad pública con presupuesto anual de USD 1 000 millones para diversos estudios. Peter Derks es uno de los agricultores que decidió cultivar 2 000 hectáreas de fréjol, cuya siembra en estos días crece en su finca en Itaí, en la región de Avaré o Paranapanema. En los últimos días de noviembre la regaba mediante un sistema mecanizado que alcanza una cobertura de una 50 metros a la redonda. Suele rotar con cultivos de maíz (400 ha) y soya (800 ha).
También siembra algodón (1 000 ha), pero no transgénico, ya que cuando lo intentó con esa semilla no tuvo éxito. No solo los agricultores en forma individual optan por estos cultivos. También lo hacen quienes están agrupados en cooperativas. Uno de esos ejemplos es Coplacana en Avaré. Son 9 500 miembros de 22 filiales, quienes también rotan con cultivos de caña, soya y maíz, para evitar que la maleza crezca demasiado. La producción brasileña de soya y de maíz se destina al consumo animal y humano. De allí que, por ejemplo, la cosecha de maíz de la granja de Francisco Pillon abastece a dos de las siete avícolas que hay en Laranjal Paulista. Desde 1998 El de la soya fue el primer cultivo transgénico aprobado en Brasil, en 1998. Hasta el 2011 ya sumaban 53 modificaciones autorizadas. En este año se aprobó la venta de la primera soya resistente a insectos y con tolerancia a los herbicidas. Según Miguel Ángel Sánchez, de ChileBio, “esta tecnología ayuda a que la agricultura sea mucho más sustentable (ambiental, económica y social)”.
Indígenas y campesinos se sienten afectados A veces hasta han tenido que vender sus tierras a las empresas y por ende migrar hacia las ciudades, la mayoría a formar los cordones de miseria. Ese es uno de los mayores problemas que denuncian los campesinos e indígenas de Brasil y de otros países latinoamericanos. Cleber Folgado, dirigente nacional del Movimiento de los Pequeños Agricultores de Brasil, denuncia que los cultivos transgénicos o agronegocios, como él los denomina, “expulsan a los pueblos de sus tierras y territorios. Eso no solo significa perder nuestros espacios de producción, sino también el espacio donde construimos nuestra vida, hogar, cultura, identidad como pueblo”.
El dirigente asegura que “con la invasión de los cultivos transgénicos” se produjo la pérdida de semillas criollas que las familias campesinas conservaron durante varios siglos. Además, que “los venenos (insecticidas) contaminan el agua, la tierra pierde la fertilidad, las plantas y los insectos desarrollan resistencias”. Miguel Ángel Sánchez, de BioChile, cree que esa posición se debe a la desinformación y a posturas ideológicas. “Hay muchos mitos que provocan la desconfianza de los consumidores. Pero no son cuestiones técnicas o científicas”.
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