James Watson cree en la teoría de la evolución, es decir, en que el ser humano que hoy conocemos es el resultado de miles de siglos de transformación azarosa. Le parece absurdo que dejemos que la casualidad haga lo que está a nuestro alcance, en lugar de coger la sartén por el mango y decidir en qué queremos convertirnos. Lo cierto es que, como indicamos en un artículo anterior (“Ni el hombre es un mono, ni el mundo se hizo en seis días”) la teoría de la evolución no ha logrado ser más que eso, una teoría, es decir, no existen datos suficientes para confirmarla. Los hechos con los que contamos ni la verifican ni la descartan, así que se puede creer o no en ella, como se puede creer en otras cosas que no han sido comprobadas.
Ahora bien, la pretensión de construir el futuro de la humanidad sobre una teoría indemostrada no es hacer ciencia, sino ideología. Es más, aunque se acepte que nuestra especie surge del azar de ahí no se derivaría que sea “bueno”, “adecuado” o “mejor” manipular nuestros genes para lograr… ¿el qué: la idea de ser humano que en cada tiempo determinen la moda, el poder o el mercado? ¿Quién decidirá en qué consiste “mejorar nuestra especie”?
Pero, ¿y si, como la razón puede suponer y los cristianos sabemos por fe, Dios nos creó a su imagen y semejanza? Manipular la naturaleza humana supone un atentado a la dignidad del hombre y, también, a la creación, que estamos llamados a custodiar y no a destruir. En palabras de Benedicto XVI: “cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre.” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2010)
El transhumanismo es un intento, uno más, de generar una respuesta al sufrimiento, a la debilidad y, sobre todo, a la muerte. Sin embargo, con él se arriesga la propia concepción de la persona y se convierte a las nuevas generaciones en “material procesado” en los laboratorios, según el gusto y capricho de otros, que los utilizan como un medio para sus intereses o convicciones ideológicas y no como fines en sí mismos.
Si apreciamos el valor de la naturaleza, del ecosistema, de la variedad de especies animales, ¿qué nos impide mirar a la persona humana y reconocer su valor intrínseco? Tal vez que hayamos perdido algún tipo de criterio esencial para comprender y amar lo que tenemos delante. Urge recuperarlo.
http://es.aleteia.org/2016/05/30/transhumanismo-la-ideologia-que-viene-manipular-la-naturaleza-humana/