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10 may 2016

Cristina y los “ciudadanos” sin clase


En plenos años 90 en Argentina conceptos como “ciudadanía” y “ONG” se expandieron de forma exponencial. Sobre todo en aquellos ámbitos donde los sectores medios son protagonistas. Por caso, la universidad pública.

Eran épocas en las que muchos sueños y proyectos personales y colectivos se caían a pedazos a fuerza de desocupación y hambre planificado y esa terminología aparecía en boca de quienes intentaban explicar que, pese a la aplanadora neoliberal peronista-aliancista, era “posible” construir “alternativas” sin tener que pelearse con quienes se estaban quedando con todo.

Así fue que durante ese período florecieron en Argentina cientos, miles de organizaciones no gubernamentales (ONG) dedicadas a la comunicación, al deporte, a la creación de espacios de contención para “excluidos” (otro término extendido por entonces) y, algunas incluso, al fomento de pequeños proyectos productivos.
Zanahorias y garrotes

Pero que esas organizaciones fueran “no gubernamentales” no las convertía en antisistema ni mucho menos. Justamente esas ONG eran sostenidas (porque de algún lado debía salir la plata) por el mismo Estado y las mismas empresas que del otro lado del mostrador provocaban el hambre y el desempleo masivos y la privatización de cuanto bien social se pudiera vender.

Muchas de esas ONG, curiosamente, fueron fundadas y dirigidas por personas que en los años previos se habían identificado con la izquierda y hasta habían militado en proyectos inscritos en la lucha de clases y en la autorganización de los explotados y oprimidos. Pero la aplanadora neoliberal había logrado arrebatarlos de esas experiencias y hasta cambiarles el lenguaje. Al asumido “fin de las ideologías” lo condimentaron con la “construcción de ciudadanía”, los “espacios de inclusión” y “otro mundo es posible”.

La paradoja fue brutal. Según los gurús de las ONG se podía ser “ciudadano” y no tener trabajo, salud, casa ni educación.
Sur, 2001 y después

Pero Argentina vivió el cimbronazo de diciembre de 2001 donde se gritó en cada esquina “que se vayan todos”. Miles de desocupados se organizaron en movimientos que cacheteaban hasta al más pánfilo. Miles de laburantes ocuparon sus fábricas y las pusieron a producir, demostrando que si había despidos no era por una fatalidad del destino sino por una decisión empresaria. Y miles, también, pusieron en pie asambleas barriales y populares, discutiendo desde el bache de la esquina hasta qué hacer con la Corte Suprema de Justicia.

La burguesía y sus agentes políticos sabían que el régimen sacudido en sus cimientos debía ser restaurado. Pero, primero con Duhalde y después con los Kirchner, el peronismo posmenemdelarua tenía que dar cuenta de que había una enorme masa de “ciudadanos” que exigían respuestas materiales y concretas.

Así fue que, sin dejar de garantizar ante todo la mayor tasa de ganancia para el empresariado, el peronismo en el poder se vio obligado a otorgar una serie de concesiones a sectores de la población en pos de limitar la tensión social. Por otro lado, la devaluación permitió el crecimiento y la creación de millones de puestos de trabajo, siempre con la ventaja a su favor del “viento de cola”. El kirchnerismo, además, hizo su propia declaración de los derechos humanos y hasta tuvo la astucia de culpar a la parte más reaccionaria de la burguesía por muchos de los males acarreados.

El éxito no fue menor. No solo las clases dominantes vivieron una fiesta de ganancias poca veces vista, sino que una parte importante de la clase trabajadora consideró que el período fue, ante el desastre del que se venía, muy beneficioso. La fiesta del consumo parecía no terminar y hasta el más relegado se podía sentir parte del “ascenso social”.

Pero eso no duraría toda la década y los últimos años verían el crecimiento de los signos negativos sobre la economía, con inflación y continuidad permanente del trabajo precario para la clase trabajadora.
Cristina ayer y hoy

Una combinación de tiempo, reservas acumuladas y suerte le permitieron a Cristina no ser ella la encargada de ir por el desmonte de ese andamiaje de contención pergeñado en los años más movidos. No hubiera dudado en hacerlo, pero zafó. Eso sí, dejó mucho servido para que quien la sucediera (fuera Macri o Scioli) realizara el trabajo de ajuste al pueblo trabajador y de represión a la protesta.

Hace veinte años los Kirchner alentaban la creación de miles de ONG prociudadanía, mientras formaban parte del menemismo que entregaba el país. Su rol destacado en la privatización de YPF no deja lugar a dudas. Las decenas de fotos junto a Menem lo confirman.

Pero una vez en el poder, sin mucho margen para el chamuyo simplón, hablaron de “corporaciones”, del “poder real”, de los intereses multinacionales, de los trabajadores, de los pobres, de las mujeres. Incluso hablaron de derechas e izquierdas.

Cristina nunca dejó de pensar en “ciudadanos” y ahora, después de más de una década de “populismo” vuelve a su credo anterior. Es más, para ella todas y todos somos ciudadanos. Pero con niveles, no vaya a ser cosa que nos confundamos. Si los gerentes de las grandes automotrices, los banqueros y los empresarios amigos eran ciudadanos de primera; los mecánicos, los bancarios y los empleados de Báez, López o Szpolsky eran ciudadanos de segunda. Si los popes de la Barrik Gold, de la Ford y de Chevron eran honorables ciudadanos, los docentes y empleados públicos contratados durante años sin lograr una planta permanente eran ciudadanos de tercera. Y aunque más de una vez les habló con cariño y carisma, los millones de beneficiarios de la AUH no eran más que ciudadanos de cuarta o quinta. Pero todos ciudadanos al fin.

Para Cristina los argentinos que estudian en Harvard son tan ciudadanos como los que estudian en La Matanza, aunque a unos no les justifique desubicaciones y a otros los considere naturalmente guarangos.

Ahora ella ya no está en el poder. Y si bien ya lleva cuatro meses en el llano aún no dio una explicación seria de por qué cree que la derecha de las cacerolas de teflón le arrebató el sillón de Rivadavia a su Frente para la Victoria. Ni tampoco hizo pública una opinión sobre por qué en tan poco tiempo muchos aliados que la acompañaron hasta el 9 de diciembre hoy se reúnen con Macri pero le niegan asados a Zanini.

De lo que sí habló, esta semana, fue de que es momento de fundar un “frente ciudadano”, compuesto por ONG de todo tipo, incluso religiosas, para bregar por no perder derechos ni conquistas y exigirle al Congreso que ayude en la tarea.
“Antes de volver, cambiemos”

En el mismo acto se vio obligada a desautorizar a muchos que desde abajo parecían no entender la consigna. ¿Ciudadanos? ¿ONG? ¿Basta de “enojo entre argentinos”?...

“Está bien, la patria será el otro pero no todos los otros son iguales, che”, dijo uno mirando al cielo de Comodoro Py antes de seguir agitando “vamos a volver”.

La misma líder que conquistó su capital simbólico durante años a base de batallas discursivas (y sobre todo discursivas) contra monstruos poderosos que al son de los clarines arremetían contra la Casa Rosada para destituirla y quitarle la felicidad al pueblo, ahora pide a su militancia que se olvide de los partidismos, que se junte con todos, incluso con quienes votaron a Macri, y que “unidos” en un “frente ciudadano y patriótico” caminen todos a Callao y Rivadavia a hacerse respetar un poco.

La paradoja vuelve a ser brutal. Quien mejor logró reescribir su propia historia despotricando contra los “odiados 90” ahora se noventiza en una búsqueda consciente por aglutinar a la tropa propia y por seducir a parte de los sectores medios que le dieron la espalda – y a Scioli también- en 2015 entregándole sus votos a Macri, Massa y Stolbizer.

Cristina reapareció sin hablar de trabajadores ni de empresarios, las clases fundamentales que habitan este suelo. Prefirió no distinguir entre la clase mayoritaria que no tiene más que su fuerza de trabajo para subsistir y la clase minoritaria que tiene las tierras, las fábricas y el comercio. Eligió no hablar de la clase que está llena de ciudadanos “de segunda”, “de tercera” y “de cuarta” y de la que solo los tiene “de primera”. Es que antes hablaba como peronista y proponía, fiel a la doctrina, la conciliación de unos y otros.

Ahora el “frente ciudadano”, integrado en apariencia por hombres y mujeres sin pertenencia de clase, es la nueva moda kirchnerista. Como ya se dijo en este sitio, “si el discurso populista evocaba a un sujeto con pretensiones disruptivas que disolvía a la clase obrera dentro un movimiento más amplio conformado por el pueblo (...) la nueva narrativa ciudadana directamente borra toda frontera y posibilidad de conflicto para la construcción de un civilizado proyecto de oposición parlamentaria”.

¿Es posible liquidar de un plumazo la historia de la clase obrera argentina y transformar a millones de trabajadoras y trabajadores en ciudadanos sin clase, como le sugiere Cristina a sus militantes y adherentes?

Mientras en unidades básicas y centros culturales se empieza a buscar una respuesta a semejante pregunta, Macri mira la televisión, sonríe y piensa irónicamente “Cristina ¿en qué te has transformado?”.


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