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12 dic 2014

VENEZUELA: NI CHICHA NI LIMONADA Por Chucho Nery



VENEZUELA: NI CHICHA NI LIMONADA

Por Chucho Nery

            La única época en que los habitantes de lo que desde el 5 de Julio de 1811 se llama “Venezuela” se sintieron verdaderamente libres fue aquella en la que sobre cuyo territorio caminaban, provenientes de la Amazonia, El Caribe y Los Andes, los caribes, arawakos, wayúus, caquetíos, timoto-cuicas y todos los grupos vinculados a ellos: los yupkas, yanomamis, maquiritares, quiriquires, piaroas, baríes, cumanagotos, pemones, waikeríes, waraos, mariches, guaribes, yaruros.

            A pesar de estos múltiples orígenes dentro de sus diversas y ricas cosmogonías no se contemplaba (ni se vislumbraba siquiera) el atávico dilema existencial que nos carcome desde la colonización europea, que no es otro que el de la dualidad ontológica: ¿Somos o no somos? O ¿Qué somos?  Su existencia se concentraba en la diaria lucha por sobrevivir dignamente contando con los recursos que la madre naturaleza les ofrecía, surgiendo en sus culturas ancestrales el comprensible sentimiento de agradecimiento y conservación, en armonía con el origen común de esos recursos y sus “consumidores”.

            Ante las adversidades que el entorno haya podido ponerles en el camino lo que se imponía era la solidaridad, la colaboración, en todo caso, la anticipación como medida para preservar la vida del grupo, siendo condición indispensable para lograr esto la comunicación constante de sus habitantes con el entorno natural, a través del estudio, la observación y el humilde acato a las leyes naturales que se manifestaban constantemente.  Eso que llaman armonía entre sociedad y naturaleza.

            Los habitantes originarios de “Venezuela” sabían quiénes eran, qué era la naturaleza y cómo debía manejarse su interrelación social-natural, en otras palabras, conocían muy bien su historia.  No había allí problema de identidad, pues se sabía de dónde venían y hacia dónde iban. No había dualidad sino unidad, eran uno con su entorno, es más, ni siquiera había noción de “entorno”, nada los “rodeaba” pues eran parte de la naturaleza y ella era parte de ellos y por eso la cuidaban, la respetaban. Esa cosmogonía perduró casi por cinco mil años.  Muy al contrario de lo que nos ha ocurrido desde hace más de 500 años, es decir, desde que nos llegó, como regalo divino, la “civilización occidental”.

            Con la llegada de los europeos comenzó el calvario “dualista” americano, a sangre y fuego, con la espada y con la cruz (que volteada adquiere la forma de una o la otra, según se necesite, conservando su forma de objeto único), con la Biblia y con el cañón, con el cuartel y con el templo, para sustituir la libertad originada en la ley natural con la esclavitud copiada de sus códigos “humanos”.

            Los españoles sabían muy bien qué eran (amos), así como los “indígenas”, sólo que los primeros trataron (con éxito relativo) de pegarles la etiqueta de esclavos a los segundos, y que se comportaran como tales.  Lo relativo del éxito viene porque a lo largo de 300 años de colonización salvaje (valga la redundancia) fueron millones los que se negaron a perder su identidad original y natural y cambiarla por la “nueva” condición que le ofrecían los invasores, ratificando esta valiente negativa con su sangre derramada a lo largo y ancho de su querida tierra, la que los cuidaba y amamantaba.

            Allí comenzó la dualidad existencial del “venezolano”, identidad dividida entre los muchos millones que dignamente se negaron a “civilizarse” y los pocos milloncitos que no les quedó más remedio que aceptar el nuevo status quo, en virtud del estado mental en que quedaron luego de siglos de lucha, torturas, manipulaciones y engaños.  Fueron esos, los más debilitados física y mentalmente, los que finalmente “aceptaron” la nueva religión, la nueva economía y el nuevo orden social y político.  Pero aun así, muy dentro de su ser y existencia miserable, se conservaba (y aun se conserva) algo de esa lucha interna-externa entre libertad y esclavitud, entre justicia e inequidad, entre “americano” originario y europeo.

            Luego vino el mestizaje, lo que acentuó la crisis de identidad, pero conforme iba avanzando el tiempo eran más los que aceptaban (porque se beneficiaban) que los que refunfuñaban (porque les tocaba una parte muy pequeña de la torta), pero en todo caso ninguno planteó por tres siglos acabar de raíz con el estado de cosas.   Por trescientos años en la provincia y más tarde Capitanía General de Venezuela todos aceptaban en mayor o menor medida ser una colonia de España, ya no éramos libres, éramos un apéndice de una potencia extranjera.  Volvió la “unidad”, esta vez trasatlántica, éramos parte de España, a la que llamamos (y muchos aun siguen llamando) la “Madre Patria”.  Nuestra madre dejó de ser la naturaleza, que de todos modos proporcionaba el café, el cacao y el oro que se exportaba a Europa y pasó a ser la “Corona” puesta sobre unos “reyes” que gobernaban “por la gracia de Dios”, pasó a convertirse en “madrastra”.  Pero mientras la unidad natural originaria se mantenía gracias a un equilibrio cósmico social-natural esta unificación monárquica político-económica se sostenía gracias a las armas y la barbarie, santificadas y complementadas con el control mental religioso, algo que sigue muy vigente.

            Y las armas no sólo eran para mantener por la fuerza la unidad con la potencia imperial sino para sostener la cohesión social interna en una sociedad dividida en clases, y que por lo tanto generaba tensiones que de vez en cuando causaban estallidos, que no provocaron mayor problema; al menos hasta 1811.

            En aquella época, como consecuencia de la Revolución Francesa, se produjo en Venezuela y otras partes de “América” un movimiento independentista (separatista-terrorista, para decirlo en los términos que usan los voceros imperiales del siglo XXI) que introdujo, una vez más, el factor dualista existencial en estas tierras.  Otra vez nos preguntamos qué eramos y otra vez creímos haberlo resuelto.  Pensamos que ya no teníamos por qué ser una colonia sino que debíamos ser una república independiente, llamarla “Colombia” (abarcando los actuales territorios de Ecuador, Venezuela y Colombia) y llamarnos a nosotros mismos “colombianos”, cambiando por supuesto el orden social, nuestra economía, nuestra forma de “ser”.

            Y tal como ocurrió hace más de quinientos años hubo algunos que sí quisieron y otros que no, unos que resolvieron el dilema y otros que querían seguir padeciéndolo.  Unos querían seguir siendo “españoles” y otros “colombianos”.  Y eso no se acabó con la guerra de independencia (que más bien debió llamarse “Guerra de Identidad”), pues hasta el día de hoy unos añoran volver a ser una colonia (española, gringa, marciana) y otros desean fervientemente ser un país independiente (en un mundo globalizado e interconectado a todos los niveles, grados y mensiones). 

            Lo que no se ventiló entonces (en gran parte por culpa de los historiadores) fue qué tipo de sistema era el que quería imponerse en “Colombia” y el resto de América Latina (donde nadie habla latín, por cierto).  En todos los libros de “historia” lo que se lee es independencia, colonia, constitución, leyes, república, división de poderes, soberanía, patria, heroísmo, integración, pero por ningún lado se explica bajo qué sistema debía desarrollarse todo eso.  Y no fue por falta de “teorías” o “modelos” porque desde la época de la “Ilustración” europea ya se conocían las tesis del capitalismo y del socialismo, sólo que a “Venezuela” (entonces parte de la “Gran Colombia”) sólo llegaron las del primero a través de pensadores como Simón Rodríguez, Francisco de Miranda (quien luchó en la Revolución Francesa) y Simón Bolívar. Sólo que no lo llamaron capitalismo abiertamente sino que usaron eufemismos como “independencia” e “panamericanismo”, y más tarde “bolivarianismo”.  Ni siquiera los pocos historiadores marxistas se atrevieron a aclarar qué modo de producción se instauró en “Venezuela” a partir de 1811.

            En todo caso, una vez lograda la independencia política de España (que no de Europa) comenzó el calvario de lograr la independencia económica (algo que después de 200 años aun no se ha logrado, y se ve difícil que se logre), originando una nueva crisis de identidad: ¿Somos o no somos independientes?, sumándose a las viejas incertidumbres ontológicas: ¿Somos o no somos “indios”, “negros” o “europeos”?

            Como cosa rarísima nadie habló de capitalismo en “Venezuela” hasta el descubrimiento de petróleo en sus entrañas (los “indios” lo usaban como combustible para iluminar, para calafatear sus embarcaciones o los techos de sus chozas, y lo llamaban “Mene”: el excremento del diablo).  Siempre me he preguntado, sumándome a nuestra eterna crisis de identidad, antes del petróleo ¿qué había en “Venezuela”? ¿Capitalismo, socialismo, o todavía estábamos en una burbuja espacio-temporal que nos mantenía en el feudalismo?  ¿Cómo llamarían los economistas, sociólogos e historiadores el modo de producción imperante en “Venezuela” entre el 5 de julio de 1811 (firma del Acta de Independencia) y el 22 de diciembre de 1922 (explosión del pozo El Barroso 2, que dio inicio a la explotación comercial petrolera)? ¿Pre-capitalista? ¿Post-colonial?  Los intelectuales burgueses (de derecha e izquierda) son muy dados a ese tipo de eufemismos, sobre todo en nombre de la “patria”.

            En fin, Bolívar, Sucre y Miranda tuvieron que luchar con discursos y hasta con armas (no sólo contra España sino contra muchos “venezolanos”) para que “Venezuela” fuese libre y soberana (no se si también capitalista, me causa curiosidad saber cuál sería su opinión, o se mantenían al margen de ese debate ideológico, a la espera de poder desarrollar sus propias ideas al respecto).  Luego las oligarquías (herederas de los amos coloniales españoles), que al fin y al cabo fueron la que aprovecharon lo poco aprovechable de la llamada “independencia”, provocaron otro caos en nuestra psiquis colectiva, primero al provocar la disolución de la “Gran Colombia” en tres países independientes allá por 1830, desuniendo con amenazas de guerra lo que se pretendió unir con discursos, proclamas y buenas intenciones, y más tarde al llevar a las huestes de Ezequiel Zamora y el General Juan C. Falcón a la Guerra Federal (1859) con el objetivo de lograr “Tierra y Hombres Libres”.  Ahora el dilema ya no era “españoles vs indios-negros-mestizos”, ni entre “colombianos”, “ecuatorianos” y “venezolanos” (¡triple dilema, o más bien tri-lema!) sino entre “oligarcas” y “peones” (campesinos).  Los oligarcas hablaban francés pero seguían creyéndose españoles, mientras los campesinos medio hablaban español, mezclado con dialectos “indígenas” y voces africanas, y se creían “venezolanos soberanos e independientes” (aunque seguían viviendo miserablemente, como sus antepasados), o al menos eso creían o les hacían creer los ideólogos del “federalismo”, como Antonio Leocadio Guzmán.  Para darles una idea de lo seguro que estaban los campesinos venezolanos de esa época de sus ideales “federalistas” y libertarios baste saber que durante las batallas el grito de guerra “¡Viva la Federación!” se se escuchaba como “¡Viva la Feberación!”, pues la inmensa mayoría no sabía cómo se pronunciaba ni qué significaba esa palabra.  Todo se hacía (y lo seguimos haciendo) por inercia.

            ¿Centralistas y federalistas?  ¿Así era la cosa allá por los años 1860s?  Los españoles (feudalistas) se habían vuelto oligarcas (¿capitalistas?).  La historiografía venezolana patriotera y cursi como la que más llama a estos últimos “terratenientes”, y ¡que viva el idioma castellano, tan rico en albures y eufemismos!  Mientras tanto los “indios”, “negros” y mestizos se volvieron peones, campesinos y jornaleros, que a pesar de la abolición de la esclavitud primero por Bolívar y luego por Monagas seguían siendo esclavos asalariados, otra de aquellas dualidades que han perdurado hasta hoy en día.

            Pero si desde que uno de los Monagas abolió la esclavitud por decreto en 1854, convirtiendo a los antiguos esclavos en “jornaleros”, es decir, en esclavos asalariados, ¿no se puede decir que desde entonces “Venezuela” es un país capitalista?  Sin embargo en esa época no se percibía ninguna dualidad en términos de capital vs trabajo, capitalismo vs socialismo.  O al menos ningún historiador lo percibió así.  Lo cierto es que después de la Guerra Federal “Venezuela” quedó destruida por los cuatro costados, sin nadie que resguardara las fronteras de la “patria”, el pueblo “soberano” era un guiñapo donde ni siquiera los oligarcas que sobrevivieron a la horca y a la quema de sus haciendas podían prosperar.  Los caudillos regionales surgían como hongos y las montoneras de peones analfabetos asolaban lo que había quedado.  Allí no hubo crisis de identidad ni dualismo alguno, pues aunque no sabíamos lo que éramos no nos importaba un carajo ni hacíamos la guerra para resolverlo.  Estábamos a la deriva.

            Al mismo tiempo llegaron el General Gómez y el Dios Petróleo a Venezuela, a principios del siglo XXI, como caídos del cielo y surgidos del infierno, de las alturas y de las profundidades, para confluir en la silla de Miraflores y gobernar con mano de hierro a este país que se negaba a ser algo, lo que sea, con tal de evadir otra crisis de identidad, una más de las tantas que hemos tenido.  Podemos hacer lo que sea con tal de no ser nada, porque nos da asco reconocer lo que somos, una mezcla de todo y al mismo tiempo de nada.  Pero Gómez y Petróleo llegaron para hacer lo que los españoles en 1492 (convertirnos en un país feudal a la fuerza): convertirnos en un país capitalista también a la fuerza.  La oligarquía criolla se acercó como mosca a la leche al Benemérito para ver qué le tocaba de la torta petrolera (¿les suena familiar?), sin hacer el menor intento por volverse una clase capitalista, burguesa, creadora de empresas nacionales.  Nada de eso, para ellos era mucho trabajo.  Más fácil era mamar de la teta del nuevo petroestado, es decir, lo poco que les dejaban las empresas extranjeras.  Pero nada que el capitalismo le entraba a los venezolanos, ni siquiera a la fuerza, ni siquiera con créditos blandos, que nunca pagaban, o pagaban otros, ni siquiera por imitación, viendo cómo actuaban ingleses y “americanos”..  Sólo unos pocos tomaron en serio el reto, pero no fue suficiente para crear una verdadera y sobre todo fuerte burguesía nacional y nacionalista.  A lo sumo lo que se creó fue una casta importadora de bienes extranjeros, para abastecer una incipiente burocracia estatal y privada y un microscópico proletariado que creció a la sombra de la única industria que merece el nombre de industria en “Venezuela”: la petrolera, la que por inercia generó el resto de la pequeña y mediana industria, y eso porque se puso al servicio de la primera, la original, la única que produce riqueza en este país que se rehúsa a definirse.

            Eliminados los caudillos regionales y las montoneras que le robaban la mano de obra a las empresas europeas y estadounidenses (las que trajeron la segunda oleada de capitalismo a “Venezuela”, después de Bolívar, Miranda y compañía), comenzó otro dualismo, más moderno, más conectado con la realidad capitalista mundial: capital vs trabajo, burgueses (extranjeros) vs proletarios (ex-campesinos “indios”, “negros” y mestizos).  Esta vez no eran los europeos colonialistas tratando de convertir a los mantuanos en virreyes, ni los blancos criollos radicalizados tratando de independizar a los mestizos para volverlos republicanos, ni los oligarcas otorgándoles la libertad a los esclavos para convertirlos en jornaleros, ni caudillos formando bandas de bandoleros para saquear lo poco que quedaba.  Esta vez eran capitalistas burgueses foráneos explotando un recurso muy valioso en el mercado mundial y una mano de obra baratísima creada por siglos de atraso económico y social para llevarse la riqueza generada a sus países de origen, dejando más miseria y dualismo existencial como único saldo. Simultaneamente caminó la eterna dualidad política del siglo XX entre dictadura o democracia, como si eso representara alguna diferencia de fondo para los sempiternos esclavos asalariados.  Este dilema alimentó a su vez otra contradicción interna entre adecos o comunistas, copeyanos o urredistas, democracia burguesa o lucha armada, reforma o revolución.  Ninguna le resolvió nada a las masas oprimidas, aunque ellas hayan participado masiva y fervorosamente en todas esos duelos identitarios.

            Paralelamente Papá Estado, nacido al abrigo del Dios Petróleo (el verdadero amo de “Venezuela”), trató en posteriores gobiernos de crear una burguesía criolla nacionalista que desarrollara una industria petrolera y en otros sectores que fuese propia, que generara y acumulara su propio capital, que se guardara en sus propios bancos, en fin, trató de crear de la nada lo que otros en tiempos anteriores fracasaron en crear a través de la mera creación de instituciones democrático-burguesas, siendo este “enfoque” politizado ajeno a la base socio-económica la raíz de su fracaso.  Pero una vez más surgió la ya mencionada crisis psicológica de identidad social e individual, la que nos ha impedido ser algo (así sea malo) en este mundo.  La “burguesía” que surgió de este sistema apéndice del mercado mundial controlado por las elites petroleras no fue industrial sino comercial, importadora, parasitaria, que sólo se contenta con traer a nuestros puertos y distribuir en sus comercios lo que otros países sí producen.  Una dualidad más para el baúl: burguesía industrial o comercial, explotando una clase trabajadora que se divide a su vez en un proletariado industrial minúsculo (que sólo existe en el sector petrolero y en una porción específica del país) y una burocracia estatal y privada tan parasitaria como su contraparte capitalista patronal, donde ambas no producen nada, como no sea dolores de cabeza, que comenzó a expandirse a todo el país como una plaga de langostas alimentada del presupuesto estatal.

            Ese es el triste destino que comparten la lumpen-burguesía y las burocracias (estatal y privada) venezolanas, ser o no ser, o ser y no ser, chupando de la teta petrolera hasta que esta se acabe, sin saber qué harán cuando ésta se agote, esperando que el dios mercado mundial le dicte sus movimientos, hasta el último momento de su agonía.  Resumiendo, un país que sólo estuvo seguro de ser lo que era cuando fue una colonia y perdió su “identidad” cuando trataron de hacerlo “independiente”, y desde entonces no encuentra su cabeza, que se la pasa buscándola en el piso donde la han dejado sucesivas guerras, divisiones internas y demás mezquindades propias e importadas, ¿acaso puede llegar a pensar siquiera en ser “socialista”?  Sobre todo sabiendo todo lo que hace falta para siquiera tener el atrevimiento de plantearse una forma de vida que se acerque al socialismo: humanismo, solidaridad, respeto por el entorno natural (precisamente todo lo que perdió al llegar la desgracia “civilizatoria” europea y su dualidad intrínseca, que se repite cada vez que nos llega una de sus cíclicas crisis de identidad).

            Ese es el eterno dilema de los “venezolanos”, desde hace más de 500 años, debatirnos en una eterna dualidad que nunca termina de resolverse y que cada día nos hunde más en la mediocridad y la deshumanización, que incluso se manifiesta (por si alguno todavía tiene alguna duda) hasta en las cosas más triviales: ¿Pepsi-cola o Coca-cola, Caracas o Magallanes, Venevisión o RCTV, AD o Copei, telenoveletas venezolanas o mexicanas, fútbol o béisbol, católicos o evangélicos, Chavismo o anti-chavismo?  ¿Acaso no son estos dilemas dignos sucerores de los anteriores?: ¿Amos o esclavos? ¿Monarquía o República? ¿Integrados o Desintegrados? ¿Federalistas o Centralistas? ¿Dictadura o Democracia? Y más recientemente ¿Capitalistas o Socialistas?

            El triste saldo es que ninguno de esos dilemas fue resuelto y por ello es absurdo plantaerse nuevas dicotomías, de la misma forma que es una pérdida de tiempo plantearse vivir con otro ser humano si se es incapaz de cuidar una planta o una mascota.  ¿Volar antes de aprender a gatear?  Esa actitud sólo garantiza un fracaso tras otro.  Como también lo garantiza mezclar soluciones.  Si alguien tiene alguna duda sobre esto último, que trate de mezclar chicha con limonada y se la beba, a ver qué pasa.