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4 dic 2014

La fría relación entre la Iglesia Católica y un Estado laico

Pese a que ciudades hoy turcas, como Efeso, Antioquía o la propia Bizancio, han tenido una importancia histórica en el desarrollo del Cristianismo, las relaciones de la Iglesia Católica con Turquía son distantes y nada indica que vayan a cambiar con la visita del papa Francisco, que comenzó ayer. Oficialmente, la Iglesia Católica no existe en Turquía, aclara el vicario de Estambul, Louis Pelâtre, dado que Ankara no le reconoce estatus jurídico alguno. “Claro que tenemos reivindicaciones frente al Gobierno turco: Queremos que nos reconozcan jurídicamente”, recalcó Pelâtre. Pero añadió que este tema, en manos de una comisión negociadora, no se tocará de forma específica durante la visita de Francisco a Ankara, donde el Papa sólo participará en actos protocolares.

Turquía se ha negado siempre a reconocer a la Iglesia Católica, o a cualquier otra confesión, un estatus de persona jurídica, aduciendo que lo impide el laicismo del Estado, fijado por la Constitución. El ministerio de Relaciones Exteriores turco argumentan que ni siquiera los lugares de culto islámicos tienen tal consideración, por lo que sería inadecuado otorgárselo a otros. En realidad, la Diyanet es una especie de ministerio de la Religión que administra las mezquitas y paga a los imanes, gracias a una asignación de fondos públicos superior al presupuesto de varios ministerios juntos. Además, las clases de religión islámica son obligatorias en los colegios públicos.

LAICISMO PARTICULAR

En este aspecto, el “laicismo” en Turquía es poco más que otro término para lo que se ha convertido en una religión de Estado. Tres importantes grupos sociales y religiosos, el ortodoxo griego, el armenio y el judío sefardí, fueron reconocidos en 1923 como “minorías” por el Tratado de Lausana, que estableció las bases para la República de Turquía. Pero esta definición, que permite a armenios y griegos (los sefardíes no lo llevaron a la práctica) establecer sus propios colegios e impartir una educación en su lengua materna, se basa en un criterio étnico, y no religioso, matiza Pelâtre. Los bienes de estas dos Iglesias históricas están administrados por sus respectivas “fundaciones pías”, que sí tienen personalidad jurídica y pueden contratar a sacerdotes, pero no se les reconoce legalmente a su jerarquía eclesiástica. Por otra parte, Turquía insiste en mantener el control sobre los nombramientos de esa misma jerarquía y la ratificación en el cargo a sus máximos representantes, que deben ser ciudadanos turcos. Algo complicado en el caso del patriarca ecuménico de la Iglesia Ortodoxa, porque sólo quedan 3.000 fieles de esta creencia en Estambul, y las autoridades no permiten formar a nuevos sacerdotes en Turquía. El seminario teológico Halki de la isla Heybeliada, fundado en 1844, fue cerrado en 1971 por las autoridades y desde entonces, el patriarca lucha por su reapertura, sin que las numerosas promesas de Ankara en los últimos años se hayan materializado.

SOLO EXTRANJEROS

La Iglesia Católica, por su parte, prácticamente sólo emplea a sacerdotes extranjeros, cuya acreditación exige numerosas gestiones burocráticas, dado que no existe un cuerpo jurídico local que pueda figurar como empleador. Eso sí, Turquía reconoce al Estado de Vaticano y desde mediados del siglo XIX existía una delegación apostólica en la entonces Constantinopla, que fue convertida en nunciatura en 1966. Angelo Giuseppe Roncalli, más tarde Juan XXIII, fue desde 1934 a 1944 delegado apostólico en Turquía, y en la calle que acoge a la sede de la nunciatura en Estambul lleva su nombre. A Francisco se le recibe con el protocolo correspondiente a jefe de Estado y con enormes medidas de seguridad. Pero lo que a la Iglesia le gustaría es que se le reconociera su jerarquía como institución, insiste Pelâtre. “Siempre se escudan en que Wen el islam tampoco hay clero” pero, vamos, con sus muftíes, sus imames, sus mezquitas...” deja el vicario la respuesta en el aire, recordando la organización disciplinada y pública de la Diyanet.

La corriente islamista que se está fortaleciendo en los últimos años en Turquía, con cierta benevolencia por parte de las autoridades, no se ha dirigido contra las comunidades cristianas. Salvo alguna anécdota de un transeúnte que se quejaba del tañido de las campanas al cruzarse con el vicario en la calle, Pelâtre no se ha encontrado una actitud hostil en la población ni prevé que vaya a producirse. Las iglesias católicas, como la de San Antonio en la calle más concurrida de Estambul, están abiertas a todos y numerosos turcos musulmanes se acercan para tomarse una foto ante la estatua de Juan XXIII o incluso encender una vela, en un gesto espontáneo y muy ecuménico.

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