Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
La socialdemocracia, el reformismo, esa enfermedad que ataca a los intentos revolucionarios en su juventud, tiene como objetivo impedir el Socialismo. La historia demuestra su éxito, son muchos los intentos revolucionarios que han sucumbido en sus arenas movedizas.
Existe la “enfermedad infantil del izquierdismo”, ésta se diagnostica por un querer avanzar muy rápidamente; en contraste con la enfermedad de la socialdemocracia, que es no avanzar aún en condiciones favorables. Las dos se diagnostican en la práctica. No faltó quien dijera que Chávez, el 4 de febrero, fue infantil, la historia demostró que esa tesis fue errada. Es así, siempre los avances revolucionarios, a primera hora, parecen enfermedad infantil, lo mismo se puede decir del Asalto al Moncada. Ahora bien, la socialdemocracia, el socialadequismo, nunca ha avanzado hacia la Revolución, al contrario, es un signo de su derrota.
La socialdemocracia, a través de los años, ha perfeccionado sus argumentos contra el camino socialista. Ya no usan el desprestigio brutal, como aquel de que los revolucionarios comían niños, o de que Stalin recibía transfusiones de sangre de niños de los koljoses. Estas bestialidades están reservadas para la ultraderecha, y cada día influye en menos incautos. La socialdemocracia es más sutil: deforma, extravía, se disfraza, aparenta ser, trabaja desde las entrañas de la Revolución.
Aquí entre nosotros, estamos en una guerra entre dos capitalismos -el chino y el gringo- que se disputan la región, en una pugna dentro del capitalismo. Enfrente encontramos al Socialismo, que el Comandante Chávez puso de nuevo en la esperanza de la Humanidad, consiguió hacerlo entrar de nuevo en combate.
La socialdemocracia es muy sagaz, lo primero que hizo fue hacernos creer que nadie sabía cómo es el Socialismo, que aquello era un asunto de inventarlo. Borró de un plumazo toda la experiencia de la humanidad de miles de años de lucha contra el egoísmo, desde los cristianos primitivos hasta la Revolución Cubana. De esa manera, desubicados históricamente, huérfanos, estafados de raíces ideológicas debíamos buscar nuestro rumbo a oscuras, ciegos, débiles, creó un terreno propicio para cualquier contrabando.
Después del asesinato de Chávez la Revolución entró en turbulencia. Perdida la dirección impuesta cada vez con más tino por el Comandante, la socialdemocracia salió a cielo abierto y marcó con marrullería un rumbo restaurador.
El reformismo enfrenta dificultades: debe mantener un discurso revolucionario, engañador y, simultáneamente, vigorizar al capitalismo simulando que eso es Socialismo. Si lo anterior no fuera suficiente, está en el medio de una lucha interimperialista que lo zarandea, no la comprende y por eso termina peleando con fantasmas, como los gatos que maúllan a la luna, víctima de la realidad que lo asedia, buscando polos donde sólo hay complicidad.
No obstante la peor dificultad del reformismo, de la socialdemocracia, es que ¡el capitalismo no funciona! Por ese camino no podrán resolver los problemas más urgentes. No podrán engañar al pueblo contrabandeando el capitalismo cuartarepublicano por Socialismo, la miseria propia del capitalismo los delatará.
Como ha sucedido en la historia, en estas condiciones, cuando se empantana en su propia indefinición, la socialdemocracia debe aplastar la idea revolucionaria y a los revolucionarios, aquellos que le atormentan desvistiendo su verdadero carácter de “socialtraidores”, como los califica Lenin en “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo".
Así, en el pasado, asesinaron a Lovera, a Jorge Rodríguez, a Livia, a Fabricio, Américo Silva... a miles de héroes, pero no pudieron asesinar la idea socialista que reencarnó en el Comandante.
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