Por ejemplo, alguien preguntaba ¿“qué pasó mi amigo”?, y esa frase de saludo era reconocida como una declaración de guerra. Pedir una dirección era un esfuerzo grande que se perdía en una maraña de imprecisiones. Dar una opinión era un riesgo mayor, se podía interpretar de cualquier manera, tanto como una ofensa, tanto como un halago. Decir que algo podía salir mal era una declaración de enemistad y una calificación de pesimismo. Hablar frente a algún funcionario del cuento “Alicia en el País de las Maravillas” sería tomado como un sarcasmo a la gestión, brincarían los adulantes prestos a ahondar la malicia.
Poco a poco la gente dejó de hablar, sólo se usaban palabras y gruñidos. Por ejemplo, a la pregunta “¿cómo está la familia?”, la respuesta era un “uuuju”, y en el mejor de los casos “uuuju bien”.
La escritura y la lectura no corrían mejor suerte, se leía y se entendía de cualquier manera. Una afirmación podía leerse como una negación, una cita de un clásico, de una obra de García Márquez, por ejemplo, “El Otoño del Patriarca”, podía significar que un alcalde se sintiera aludido y pusiera preso al audaz que lo llamaba “patriarca” y, para colmo, “otoño”. Escribir de historia era peligroso, podía llevar a enemistades infinitas, todo era torcido, cada palabra formaba parte de una cadena de interpretaciones que conducía por los más inverosímiles recovecos, que siempre terminaban mal.
Se buscó el auxilio de psicólogos, brujos, pediatras, foniatras, veterinarios, geólogos, estrategas, generales, periodistas… pero la enfermedad siguió avanzando. Aquel país se pobló de seres que hablaban poco y escribían menos, se creó una especie de censura para evitar incomodidades, problemas. Un filólogo propuso cambiar el nombre a "Republica Uuuju”, la proposición causó tanto enredo que fue desechada, en reunión kilométrica, por una comisión reunida a puertas cerradas.
Sólo uno se aproximó al remedio, pero todo quedó en veremos, nadie entendió, todos vituperaron. La enfermedad siguió su curso, no se sabe el rumbo de esa nación, sólo quedaron algunos documentos que atestiguan la proposición. Veamos algunos fragmentos del diagnóstico:
“En esta República pasan cosas inauditas: los burgueses construyen socialismo, los dólares vuelan a los bolsillos de unos pocos vivos y nadie sale preso, al contrario, siguen volando con abundancia. Un día los gringos son buenos y otro son amenaza. Los enemigos se reconcilian, se sientan a la mesa a compartir planes, los que ayer eran monstruos hoy son mejores amigos. Padecemos una guerra que no tiene enemigo. De un plumazo, abolimos la explotación del hombre desposeído por el hombre capitalista, que ahora es buena gente, patriota”.
“Los que ayer aplaudían el Socialismo, hoy dicen que no es posible porque la geopolítica no lo permite, los que ayer cuestionaban los pactos hoy los promueven, los que antes le tenían rabia a la oligarquía hoy la abrazan”.
No hay duda: la extraña enfermedad es causada por un virus político, lo podríamos bautizar como demagogia, o quizá hipocresía. Lo que sí es seguro, ese virus intoxicó a aquel país y causó los males que hoy padece la "República Uuuju".
El remedio propuesto fue:
“¡No mentir jamás!, rescatar la coherencia, producir conciencia revolucionaria. Cumplir con el deber del revolucionario”…
Ojalá que esto, cuando se lea, se interprete correctamente, de no ser así atengámonos a las consecuencias.