Es lógico, siempre que una Revolución se desliza hacia la derecha, en su seno aparece el temible Ministerio de Persecución de las Ideas Revolucionarias (MPIR). Es un ministerio muy especial. Veamos.
No tiene sede fija, no tiene titular, sus miembros no tienen carné, pero siguen instrucciones transmitidas de manera etérea, imperceptible. No obstante, tienen una fuerza oculta que las hace de obligatorio cumplimiento: un jefe que muestra desagrado por una idea, una mala cara, una arruga en la frente es suficiente para accionar el cuerpo perseguidor del ministerio. La persona-objetivo empieza a sentir una anaconda que le oprime el cuello, un dolorcito en el pecho, ya no se sonríen con él, ahora es mal visto, parece que huele mal, los zamuros revolotean a su alrededor, todo el rebaño de necios se confabula contra él, le espera, en el mejor de los casos, el olvido, la deformación, ser un paria.
El ministerio existe, actúa, es eficaz, quizá el más eficaz de todo el tren ejecutivo y, sin dudas, el más reaccionario, prefigura el fascismo. Se comprende su existencia, cuando una Revolución avanza hacia la restauración, su mayor enemigo no son los burgueses sino los que persisten en seguir el camino hacia el Socialismo, los que develan el retroceso. El ministerio ha existido siempre que es necesario perseguir las ideas revolucionarias. En la cuarta estudiaba muy bien a sus enemigos y los excluía, los asesinaba, muchos revolucionarios supieron de su existencia, de sus torturas, de sus prisiones. Con Chávez el ministerio cerró sus puertas: el perdón, la comprensión de la disidencia, sustituyó a la persecución.
Ahora, es verdad que todavía no hemos llegado a esos extremos, pero el ministerio, sin dudas, abrió sus puertas, el camino que se transita no lleva al cielo. Es más cómodo rechazar una idea aplicando las medidas del MPIR, que discutiéndolas abiertamente.
Al principio, el ministerio persigue las ideas, las rebate en el terreno de las palabras, quizá inventen una que otra mentira. Luego pasan a las vías de hecho, descalifican a los portadores de ideas incómodas, irrebatibles, para el ministerio. A veces ignoran ideas y hombres, otras los cercan, les quitan las vías de comunicación, los condenan al ostracismo, persiguen de mil maneras a los portadores de ideas revolucionarias.
La disidencia, los cuestionadores, los que se salgan del rebaño no son aceptados, pasan a engrosar las listas del ministerio, son sospechosos.
Cuando un gobierno se resbala hacia la diestra, se produce un cambio en sus relaciones. Ahora los capitalistas no son malos, “¡pagan impuestos!”, especulan pero dan empleo, “elevan las fuerzas productivas”. Los llamados a caminar hacia una nueva sociedad pierden sentido, el capitalismo es la meta, pero bien administrado, claro. Cuando un gobierno gira hacia la derecha enfrenta una contradicción, su retórica de ayer choca con su práctica de hoy, así va confundiendo a su base social, y al final se empantana en la contradicción mayor: el capitalismo no puede resolver los problemas que él mismo crea, la miseria desmiente cualquier discurso, la realidad derrumba cualquier pacto, la represión es inevitable, comienza con los sospechosos del ministerio y termina guillotinando a sus creadores.
El derrape hacia la derecha exige la creación del Ministerio de Persecución de las Ideas Revolucionarias, que si se deja actuar se transforma, fácilmente, en el ministerio de la instauración fascista.