por
Chucho Nery
29 de Octubre de 2013: 75° Aniversario del Nacimiento del Dr. Franz J. T. Lee.
(Transcripción
del relato sobre su vida grabado en video por el poeta canadiense
Clifton Ross en el año 2003 en casa del Dr. Lee en San Onofre,
Municipio Campo Elías del Estado Mérida, Venezuela, donde cuenta de
manera resumida su nacimiento y entrada a la lucha política contra
el apartheid en su natal Sudáfrica, sus estudios universitarios en
Alemania y posterior actividad académica, la cual conjugó con su
activismo en contra de la discriminación y en pro de la justicia
social y la emancipación humana. Tomando como punto de partida ese
video, de tan sólo treinta minutos, aquí se han agregado los datos
y hechos que por razones de tiempo el profesor no pudo profundizar en
su exposición. El mencionado video fue editado, traducido y
subtitulado al español por mí en el año 2008 bajo el nombre
“Empezó en una pequeña choza”, que puede verse y descargarse en
YouTube.)
Todo
comenzó en una pequeña choza en el centro de Sudáfrica, un año
antes de la II Guerra Mundial, cuando Sudáfrica se preparaba para
transformarse en una colonia de la Alemania nazi. Fue la época en
que los líderes, los arquitectos del Apartheid acababan de regresar
de Alemania, como por ejemplo el entonces Primer Ministro, Dr.
Hendrik
Frensch Verwoerd, o el Dr. John Baltazar Vorster, que vinieron con
sus ideas, especialmente Verwoerd, que estudió psicología y las
leyes racistas de Alemania, para aplicarlas en Sudáfrica. Esa fue
la época en que nací.
Y nací en una
chocita por la simple razón que mi nacimiento fue una contradicción
dentro de la sociedad sudafricana, ya que mi padre (Franz
Tennyson Lee) venía de una familia británica que había
llegado a Sudáfrica y mi madre (María Smith de Lee) era una
autóctona originaria de los pueblos del sur de África, por lo cual
fui clasificado como “de color”. Mi familia ya expresaba la
barrera de color que dividía a Sudáfrica entre blancos, de color y
negros. En realidad no se suponía que estuviéramos juntos ya que
según las leyes los blancos no debían vivir con los de color, y los
de color no debían vivir con los negros. Lo que ocurrió fue que
esta ley fue aplicada y el matrimonio entre mis padres fue anulado,
por lo que mi padre, que era maestro de escuela, fue enviado a otro
lugar y a mi madre la dejaron ahí conmigo por un tiempo. Luego fue
deportada y estando yo muy pequeño me dejaron al cuidado de una tía,
por lo que no vi a mi mamá hasta que tuve catorce años. Todo
empeoró pues la familia de mi padre, orgullosa de ser blanca, donde
algunos de los hermanos de mi padre se habían casado con mujeres
blancas y otros con musulmanas, cuando mis tías blancas venían de
Johannesburgo me escondían en la cocina, donde yo comía. Fueron
condiciones muy miserables
Por
alguna razón, tal vez genética, fui un alumno brillante, más
inteligente que los demás. Entré en la escuela primaria cuando
tenía tres años y medio, y ya a esa edad le enseñaba el álgebra y
el alfabeto a los que tenían seis. Mientras mis compañeros de
clase pasaban un grado yo pasaba dos, sin examen. A la edad de seis
años ya había pasado tres grados y entonces se fue agravando mi
problema de la vista, por lo que me dijeron que si seguía forzándola
(leyendo) quedaría ciego. Siempre tuve sobre mi esta Espada de
Damocles: si leía, si estudiaba, afectaría mi ya deteriorada
visión, por lo que me sacaron de la escuela. (En otra
ocasión el Dr. Lee me contó que la causa de su mala visión provino
de un accidente cuando era bebé en la choza donde vivía, al
incendiarse por dentro mientras dormía y su madre estaba afuera
buscando agua. En Sudáfrica en esa época hace mucho frío, por lo
que la gente debe encender fuego dentro de las chozas para cocinar y
mantenerse calientes.)
Mis tíos y tías
que venían de Johannesburgo traían periódicos o libros, los cuales
yo devoraba, así como cada pedazo de papel que caía en mis manos, a
escondidas, con una vela bajo una cobija, pues tenía prohibido leer.
Quería estudiar y no podía, y al mismo tiempo trabajaba cuidando
ganado junto a mis amiguitos negros, en el campo, acostado mirando al
cielo azul y las nubes blancas, soñando con hacer algo, saber algo.
Ese lugar donde
vivíamos (Poplar Farm, Distrito de Herschel, provincia de El Cabo)
era muy peligroso pues estaba lleno de culebras, especialmente de la
Mamba Negra de Sudáfrica (la más venenosa del mundo), y una vez uno
de mis amiguitos fue mordido por una culebra, muriendo a los quince
minutos. Esa experiencia me llevó a desear ser médico , pero ¿cómo
serlo si no podía leer? Aun así soñaba y ocurrió algo
interesante, que demuestra cómo algo que uno critica puede tener el
efecto opuesto.
Mis familiares
pertenecían a la iglesia anglicana. Mi abuelo, un oligarca de la
zona, se cambió al catolicismo y ordenó que todos sus trabajadores
y familiares se hiciesen católicos también. Como consecuencia se
acercó un sacerdote de una escuela misionera a dar una misa para
todos ellos, en latín, como se hacía en aquellos días, y yo era el
único que podía aprender y entender en latín. Aunque no entendía
realmente lo que se decía me convertí en monaguillo, y aun después
de tantos años recuerdo lo que aprendí entonces: “Mia culpa, mia
culpa, mia maxima culpa. In nomine Pater et Filiis et Spiritus
Sanctus”.
Eso
era lo que hacía a los doce años de edad, y además de eso yo en
verdad era muy, muy religioso, porque el ambiente era muy religioso.
Creía en Dios y quería ser un niño bueno. Quería ser más
papista que el Papa. Fue entonces cuando el sacerdote dijo que
quería llevarme a la escuela misionera para convertirme en misionero
o en cura, lo que me hizo muy feliz y asistí a esa escuela. Me
dijeron que debía rezar veinte veces al día. En cinco años recé
tanto que lo único que sabía eran plegarias. Pero me di cuenta que
de toda esa gente tan religiosa el único que realmente aplicaba los
principios católicos era yo. Muy pronto descubrí que en realidad
no necesitaba de todo eso porque todo lo que alguna vez tuve o hice
fue por mi mismo. “Hazlo tu mismo”, ese es el principio
(enseñado por el profesor en su Trialógica)
del hacer, pensar y superar todo por ti mismo.
Mi padre
trabajaba como maestro en el centro de Sudáfrica en una escuelita de
Aliwal del Norte, por lo que fui allí. Al
no tener suficiente para vivir trabajé en las haciendas de los Boer.
Como ven, he recorrido toda la estructura de la sociedad
sudafricana. Trabajé manejando tractores, ganando una miseria, la
cual utilicé para pagar un curso de bachillerato por correspondencia
y así ir a la universidad. Pero debido al sistema del Apartheid no
habían universidades, sólo una, para negros, que quedaba muy lejos.
Saqué el
bachillerato, me inscribí en el Union College en Johannesburgo
y luego me inscribí en la sede de la Universidad de Sudáfrica en
Pretoria para sacar mi licenciatura en artes, idiomas y psicología.
Eran los años sesenta, con agitaciones a escala mundial y también
en Sudáfrica, donde el sistema racista del Apartheid se aplicaba con
todo rigor. Pude vivir y ver el fascismo, ver lo que es un estado
policial, de manera que puedo reconocer uno cuando lo veo hoy en día.
Esas eran las
condiciones de entonces, cuando me vi enfrentado a un doble problema,
no sólo por parte del gobierno blanco, del estado policial racista,
sino de mis propios compatriotas negros, ya que para ellos no era lo
suficientemente negro y para los otros no era lo suficientemente
blanco. Siempre he estado en problemas, y si algo sale mal Franz es
el indicado para echarle la culpa.
Debido a que no
ganaba lo suficiente trabajando en las haciendas fui a la gran Ciudad
del Cabo, como secretario en una fábrica, la Western Steel Company,
propiedad de judíos sudafricanos acaudalados. Una tarde, creo que
del Veintiuno de Marzo de 1960, salía de mi trabajo, en donde
también laboraban muchos sudafricanos negros, y vi una marea de
sesenta mil personas marchando, todos hombres negros, de los que
trabajaban por nueve meses en una reservación (bantustán). Me
acerqué a hablar con ellos pues conocía sus lenguas: xhosa, zulú y
sotho, y me dijeron: “No hace falta que nos hables en nuestra
lengua, ¡acompáñanos!”
Marchamos
hasta el parlamento de Ciudad del Cabo, supuestamente para hablar con
el ministro, pues la protesta era por las condiciones miserables de
trabajo y de vida y por tener que llevar un pasaporte, una visa (el
llamado “pase”) dentro de su
propio país. Al llegar allí el ministro no apareció, los que sí
llegaron fueron la policía y el ejército con helicópteros,
disparándole a la gente. Pude escuchar las balas zumbando en mis
oídos. Corrí como nunca había corrido en mi vida. Al día
siguiente, al volver a mi trabajo, encontré una carta en mi
escritorio que decía: “Despedido por Comunista”. Adicionalmente
estamparon un sello que decía “Comunista” en el certificado de
trabajo que uno utilizaba para encontrar empleo.
Como
consecuencia, para el año 1961, no pude hallar empleo en ninguna
parte, por lo que fui a dar a un sitio, al pie de una bella meseta,
el Distrito Seis, un área con mucha delincuencia, durmiendo en las
bancas, robando manzanas, viviendo de lo que me daban los amigos. De
noche, bajo la luz de los faroles, jugaba a los dados, convirtiéndome
en un experto, ganando dinero en las apuestas para poder sobrevivir.
Entonces vino el
invierno y con él la nieve. Al estar durmiendo cubriéndome tan
solo con periódicos viejos me enfermé, algo que me sigue afectando
hasta el día de hoy. Alguien me dijo: “Allá en aquella casa hay
un médico que atiende a la gente aunque no tenga dinero”. Fui
allí, pero lo que no sabía era que al entrar a ese lugar también
estaba entrando en la revolución sudafricana, puesto que en esa casa
estaban el Dr. Kenneth Abrahams y su amigo el Dr. Neville Alexander,
fundadores del Club Yu Chi Chan (“guerrilla” en chino).
En medio de las
protestas populares contra lo que ocurría en Sudáfrica en los años
sesenta la gente decidió que la única forma de salir de aquello era
la guerra de guerrillas. Ellos trataron de salir del fascismo en
Sudáfrica a través de la lucha de clases violenta.
Después de
mejorar ellos me dijeron: “Mira, estamos trabajando y tenemos dos
niños, te puedes quedar, te pagamos tus estudios y por cuidarlos a
ellos”. ¡Me había vuelto niñero! ¡Fíjense en todas las
posiciones en las que he estado en este mundo!
Estando allí
(1962) encontré unos libros, los cuales leí, y por primera vez
entendí qué era un comunista pues eran los libros de Marx y Engels,
“El Papel del Individuo en la Historia” de Pléjanov, “La
Guerra de Guerrillas” del Ché Guevara. Además de eso había
gente muy extraña entrando y saliendo, hasta que un día me dijeron:
“Mira, pensamos que tú ya entiendes lo que nosotros estamos
haciendo aquí. Danos una charla sobre la Revolución Francesa”.
Precisamente de lo que estoy hablando hoy en día. Ellos siguieron:
“Tu ve y reúne información y danos una charla sobre la Revolución
Francesa”.
Cuando lo
recuerdo pienso que debe haber sido la peor charla que he dado en mi
vida pues para entonces no entendía lo que había pasado en la
Revolución Francesa. Aun así estuvieron encantados, me uní al
grupo, que cambió su nombre a “Frente de Liberación Nacional de
Sudáfrica”. Estuve en el primer núcleo del movimiento
guerrillero sudafricano. ¡Miren todo el camino recorrido: de estar
cuidando ganado a esto! Todavía no existía el Congreso Nacional
Africano ni el movimiento panafricanista, nada de eso.
Debido a mis
buenas notas en el bachillerato ellos lograron que yo obtuviera una
beca para estudiar en Alemania. ¿Que cómo logré esa beca? Pues
debido a que eran tiempos revolucionarios en Alemania, donde cada
alumno que se inscribía en la Universidad de Tubinga donaba un
marco, y ese dinero se utilizaba para darle una beca a un estudiante
no-europeo de Sudáfrica.
Al mismo tiempo
esta organización guerrillera, que se estaba multiplicando al estilo
de Blanqui y Babeuf, de la Sociedad de Las Estaciones, estructurada
en días, semanas, meses, años, con sus respectivos líderes, fue
infiltrada por el servicio secreto sudafricano (BOSS), por lo que me
dijeron que iría a estudiar a Alemania pero en calidad de
“canciller”, para explicarle al mundo lo que ocurría, establecer
contactos internacionales, recabar fondos. Así fui a Alemania.
Primero estudié
en Tubinga y luego en Francfort del Meno, pero fue muy difícil pues
para Septiembre de 1962 no sabía alemán, sólo afrikaans, por lo
que tuve que aprender el alemán en tres meses para poder pasar el
examen, siendo el único que aprobó, de entre cuarenta y tres
estudiantes. Al entrar ocurrió otra cosa interesante. En aquella
época llegó a la Universidad de Tubinga en Alemania el famoso
profesor marxista Ernst Bloch con su “Principio de la Esperanza”.
Imagínense sentarse en un seminario de Bloch, con mi pésimo
alemán. Aun así lo escuchaba.
Con el tiempo nos
volvimos muy buenos amigos, y él mismo se interesó por la
revolución sudafricana. Le informé que todos mis amigos estaban
presos o sentenciados a muerte. Él donó dinero, organizó gente.
Mientras tanto las cosas empeoraron en Sudáfrica a mediados de los
sesenta. Fui a los EE.UU. (hablando ante el Comité Especial de las
Naciones Unidas contra el Apartheid en Nueva York), recabé fondos,
divulgué la verdad en casi sesenta ciudades. Llegué a través de
Canadá, desde Halifax a Vancouver, entrando por San Francisco,
llegando hasta Nueva York, y por el sur hasta Miami.
Al
obtener mi PhD (en Ciencias Políticas y Filosofía en la
Universidad de Francfort del Meno en 1972)
quise comenzar a aplicar mis conocimientos pero entonces sucedió un
ataque por parte del gobierno sudafricano, ya que según sus leyes
hablar ante las Naciones Unidas contra el gobierno de Sudáfrica era
un delito que se castigaba con una pena mínima de diez años. Me
sentenciaron en ausencia en Sudáfrica a diez años de cárcel. En
conjunto con el gobierno alemán acordaron extraditarme a Sudáfrica.
Prepararon a mi familia diciéndoles que había muerto. Lo único
que me quedaba era subir al avión de Aerolíneas Sudafricanas sin
saber a dónde me llevarían ni qué harían conmigo.
Pero en aquellos
días, debido a la solidaridad europea, todo el mundo protestó la
medida, el movimiento estudiantil, inclusive algunos ministros. En
veinticuatro horas anularon la orden de extradición y me pude quedar
en Alemania. Inclusive me otorgaron la nacionalidad. De repente
este kaffir, este negro que vivía en un monte, era un europeo.
Luego
de aquello empaqué mis maletas, pues quería volver al África, mas
ninguna universidad me ofreció empleo allí. Sólo pude ir a Guyana
(Universidad de Guyana, Departamento de Ciencias Políticas
y Derecho), donde para entonces
había un gobierno socialista cooperativista. Estando allí
trabajando no tardaron en notar que estaba en algo pues había
conocido a Walter Rodney, un revolucionario conocido mundialmente,
quien había fundado otro movimiento, al cual yo me uní, tratando de
ayudar a Guyana.
No
pasó mucho tiempo antes de que el gobierno guyanés tratara de
matarnos. Pude salvarme gracias a que el profesor universitario
estadounidense Roland T. Ely se interesó en que yo trabajara en la
Universidad de Los Andes (en Mérida, Venezuela),
debido al conflicto fronterizo entre Guyana y Venezuela (1978-1979),
por lo que el gobierno venezolano sabía de mis conocimientos y
contactos en Guyana. Así fue como llegué a Venezuela (en
1979), ¡una vez más sin saber
ni jota del idioma! Aun así tenía que enseñar a estudiantes de
post-grado. En tres meses también pude superar ese obstáculo.
Aquí hallé, a principios de los ochenta, un ambiente académico
pluralista en la universidad, en donde necesitaban de un marxista,
especialmente el marxista radical adecuado, tan sólo para
demostrarle al mundo su “tolerancia”, por lo que tuve toda la
libertad para decir lo que quisiera; y mientras más radical mejor
para ellos, sólo porque sabían que nadie escuchaba y mis colegas no
me entendían.
En
aquellos días, pero a finales de los ochenta, surgió este
movimiento estudiantil de izquierda, donde la mayoría son los
bolivarianos de hoy en día, ocupando posiciones importantes, y que
también pasaron por mi post-grado, como por ejemplo el gobernador
(del Estado Mérida)
Florencio Porras, el Alcalde (del Municipio Libertador del
Estado Mérida) Carlos León, y
muchos otros. Inclusive los golpistas de 1992, el grupo de Chávez,
fueron mis estudiantes. (Como por ejemplo el Comandante
Francisco Arias Cárdenas, que para el año 1989 estudiaba un
post-grado en el núcleo de la Universidad de Los Andes en el Estado
Táchira, una de cuyas materias fue dictada por el Dr. Lee).
En
aquellos días discutíamos mucho acerca de estas cosas, sobre la
teoría, la práxis, pero lo extraño es que fue algo muy prematuro y
allí está el problema. En todas las partes que estuve me adelanté
mucho en mis enseñanzas. Sólo ahora esta gente (el
gobierno bolivariano) está
empezando a leer, estudiar y pensar en otras cosas, de las que yo ya
hablaba hace veinte años.
Ese es el
trasfondo de cómo llegué aquí y empecé a aprender qué pasa en
Venezuela.
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