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AUTOBIOGRAFIA DEL DR. FRANZ LEE

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4 may 2013

(LIBRO) "EL HOMBRE MAQUINA", DE J. O. DE LA METTRIE, PRECURSOR DEL TRANSHUMANISMO (PDF)

CHUCHO NERY: hacia dónde se dirige la humanidad?  Qué tienen planificado las élites desde hace 2.500 años para nosotros, las obsoletas herramientas parlantes, la caduca fuerza de trabajo humana, una vez que la acumulación de capital les ha dado los recursos intelectuales y tecnológicos para "emanciparse" de la naturaleza y de nosotros?  Ya en la alborada del capitalismo, al calor de la Revolución Francesa, uno de sus intelectuales más creativos se anticipó a la realidad actual: a la humanización de la naturaleza en grado tal que las máquinas le permiten a la clase dominante prescindir de los trabajadores humanos y de la naturaleza misma por medio de la creación de nuevos materiales en los laboratorios corporativos, convirtiendo todo en máquinas "inteligentes".  Será este el único destino posible del homo sapiens sapiens?

A continuación la biografía y extractos del personaje, así como el enlace para descargar y leer este interesante libro anticipatorio.
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Julien Offray de La Mettrie, Julien Offray de (1709-1751)

Médico y filósofo francés mecanicista y materialista. Nació en Saint Malo, y estudió en Coutances, Reims, Caen y París. Trabajó en Leiden y, de vuelta a Francia, obtuvo una plaza de médico militar. Justamente sus experiencias en este terreno le encaminaron hacia la observación de la estrecha relación entre los estados fisiológicos y los físicos, lo que, a su vez, le condujo al estudio de las relaciones entre espíritu y materia, y a la conclusión de que los estados psíquicos dependen de los físicos, tesis que le llevó a recusar toda forma de dualismo psico-físico y a negar la afirmación de un alma espiritual independiente del cuerpo. Esta tesis ya comienza a perfilarse en su primera obra la Historia natural del alma (1745, que posteriormente fue conocida como Tratado del alma), en la que sostiene una doctrina sensualista, según la cual toda la actividad psíquica procede de las sensaciones y, por tanto, del cuerpo. Estas tesis provocaron un gran revuelo y una gran oposición. 

Por ellas fue perseguido y tuvo que marchar de Francia (donde sus obras fueron prohibidas y terminaron en la hoguera), y refugiarse nuevamente en Leiden, donde en 1747 escribió su obra principal, El hombre máquina que, aunque obtuvo un gran éxito, provocó que también fuese perseguido en Holanda. Acabó hallando refugio en la corte de Federico II de Prusia, quien escribió un Elogio de Julien Offroi de la Mettrie. Desde entonces fijó su residencia en Berlín, ciudad en la que murió.Mientras en sus primeras obras La Mettrie se mostró seguidor del mecanicismo cartesiano, en  El hombre máquina  desarrolla las tesis de la identidad entre funciones psíquicas y estados corporales. A partir de ahí radicalizó la posición de Descartes que consideraba el cuerpo vivo de los animales como máquinas, extendiendo esta tesis también al ser humano. Por eso rechaza el dualismo cartesiano que oponía alma y cuerpo puesto que, en base a sus observaciones médicas, La Mettrie sustentaba que en el hombre todos los estados de lo que se ha llamado el alma son completamente dependientes del cuerpo y correlativos a las funciones fisiológicas de éste («el alma no puede dormir -decía-, cuando la sangre circula demasiado deprisa»). 

De esta manera, en contra del dualismo cartesiano opone un monismo materialista: lo único real es la naturaleza bajo toda la gran riqueza de sus diversas formas. Para poder explicar los fenómenos psíquicos correlativos a las funciones corporales, La Mettrie rechazó el concepto pasivo de materia que sustentaba Descartes, para quien ésta es simple extensión completamente ajena al pensamiento. En lugar de esto, afirmó que la materia ya posee en sí misma el principio del movimiento del que pueden surgir tanto el pensamiento como todas las diversas formas de vida que, en última instancia, son fruto de las diversas maneras de organización de la materia. La materia, pues, está animada, lo que le permitía explicar las correlaciones psico-físicas sin tener que defender ninguna forma de dualismo ni ninguna forma de paralelismo.

De esta manera, los hombres, y todos los seres vivos, son máquinas, pero tan perfectas que «se dan cuerda a sí mismas». La metáfora del reloj (paradigma de máquina más desarrollada en el siglo XVIII, y que aparece a menudo como modelo de las explicaciones mecanicistas de la época) la sustituyó y desarrolló más en otra obra, El hombre planta (1748), en la que propuso una analogía diferente a la de la máquina, puesto que ésta, como el reloj, parece necesitar de algún elemento externo que le proporcione el movimiento. En cambio, el modelo de la planta ofrece el de un organismo que, surgido de la tierra y alimentado por ella y el sol, despliega toda su vida, indicando con ello que la naturaleza se basta a sí misma, puesto que, conforme a su monismo, solamente existe una única sustancia con diversas modificaciones y un principio de movimiento que es inmanente a la materia misma. ( Por ello se ha dicho que sus tesis son semejantes a las del hilozoísmo). «El alma es -decía- una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea, y que los hombres razonables solamente usan para referirse a la parte pensante que hay en nosotros. Una vez aceptada la existencia de un principio de movimiento, los cuerpos animados poseen todo cuanto necesitan para moverse, sentir, pensar, arrepentirse, en una palabra, comportarse tanto en la vida física como moral, que depende de aquélla».

De esta manera también afirmó, adelantándose a tesis desarrolladas posteriormente por los evolucionistas, que entre los animales y el hombre y, en general, entre los seres vivos, solamente se dan diferencias de gradación, no de naturaleza. Al mismo tiempo, esta tesis la extendió a la continuidad entre naturaleza, moral y arte. Por ello afirma que la misma naturaleza es la que nos proporciona las pautas del comportamiento moral. La Mettrie concibe una moral hedonista, muy influida por el epicureísmo. En 1748 publica Discurso sobre la felicidad, en 1750 El sistema de Epicuro y en 1751 El arte de gozar o escuela de la voluptuosidad, obras en las que desarrolla su concepción moral, según la cual la naturaleza nos impulsa al goce sensorial -razón por la cual también se le ha considerado como un pensador libertino-, aunque el goce no contradice el verdadero amor al prójimo. De hecho, y en contra de los que pensaban que sin la creencia en Dios no habría verdaderos valores morales, consideraba más bien que las religiones son las auténticas enemigas de la moral y atemorizan a la humanidad, razón por la cual las rechazaba todas. Se declaró partidario de la versión epicúrea formulada por Lucrecio en su De rerum natura.
El hombre máquina.

La experiencia y la observación son pues las únicas que deben guiarnos (...) todas las investigaciones que la mayoría de los filósofos han hecho a priori, es decir, queriendo servirse de algún modo de las alas del espíritu, han sido vanas. Así, sólo a posteriori, o tratando de discernir el alma, como a través de los órganos del cuerpo, se puede, no digo descubrir con evidencia la naturaleza misma del hombre, pero si alcanza el mayor grado de probabilidad posible (...).

El cuerpo humano es una máquina que compone por sí misma sus resortes, viva imagen del movimiento perpetuo. (...) El alma sigue los progresos del cuerpo, así como los de la educación. (...) Los diversos estados del alma son pues siempre correlativos a los del cuerpo. (...) 

(...) ¿Qué era el hombre, antes de que se inventaran las palabras y se conocieran las lenguas? Un animal de su especie, el cual, con mucho menos instinto natural que los demás (...) no se distinguía del mono y de los restantes animales (...) Las palabras, las lenguas, las leyes, las ciencias y las bellas artes llegaron y, gracias a ellas, se pulió al fin el diamante bruto de nuestro espíritu. Se ha adiestrado al hombre como un animal (...) a adquirido el conocimiento simbólico (...) !nada más simple que la mecánica de nuestra educación!


(...) Si la organización es un mérito, el primer mérito y la fuente de todo lo demás, la instrucción es el segundo. Sin ella el cerebro mejor construido lo estaría inútilmente, como el hombre mejor formado, sin los usos de la buena sociedad, se reduciría a un campesino grosero. Pero asimismo, ¿cuál sería el fruto de la escuela más excelente, sin una matriz completamente abierta a la entrada o a la concepción de ideas? (...) Así es, a mi parecer, la generación del espíritu. (...) La naturaleza nos había hecho pues para estar por debajo de los animales, o al menos, para así hacer destacar mejor los prodigios de la educación, la cual es la única en sacarnos de su nivel y elevarnos finalmente por encima de ellos. (...) El hombre no está formado de un barro más precioso, pues la naturaleza no ha empleado más que una sola y misma pasta, de la que únicamente ha variado los fermentos. (...)

(...) La naturaleza nos ha creado a todos únicamente para ser felices; (...) Por este motivo, ha dado a todos los animales alguna porción de la ley natural (es un sentimiento que nos enseña lo que no debemos hacer, porque no quisiéramos que se nos hiciera a nosotros), porción más o menos exquisita, según admiten los órganos bien condicionados de cada animal. (...) la ley natural no es más que un sentimiento íntimo, el cual pertenece también a la imaginación como todos los demás, entre los que se incluye el pensamiento. Por consiguiente, no supone evidentemente ni educación, ni revelación, ni legislador, (...)

(...) No nos perdamos en el infinito, no estamos hecho para tener la menor idea de él, pues no es absolutamente imposible remontarnos al origen de las cosas. Por lo demás, para nuestra tranquilidad igual da que la materia sea eterna o que haya sido creada, y que exista un Dios o no exista. Qué locura atormentarse tanto por lo que no podemos conocer, ni nos haría más felices, de conseguirlo. (...)

(...) el universo nunca será dichoso, a menos que sea ateo. (...) Si el ateísmo, decía, estuviera ampliamente difundido, todas las ramas de la religión, serían entonces destruidas y cortadas de raíz. !No más guerras teológicas, ni más soldados de la religión, esos soldados terribles!. La naturaleza infectada de un veneno sagrado, recobraría sus derechos y su pureza. Sordos a toda otra voz, los mortales tranquilos, sólo seguirían los consejos espontáneos de su propio individuo, los únicos que no se desprecia impúnemente, y los únicos que pueden conducirnos a la felicidad por los agradables senderos de la virtud. (...) El alma sólo es un término vago del que no se tiene la menor idea, y del que un espíritu culto únicamente debe servirse para nombrar nuestra parte pensante. Establecido el menor principio de movimiento, los cuerpos animados tendrán todo lo que necesitan para moverse, sentir, pensar, arrepentirse y, por último, para actuar en lo físico y en lo moral que depende de éste. (...) El hombre no es más que un animal o un conjunto de resortes, que se montan unos sobre otros, sin que pueda decirse por qué punto del círculo humano empezó la naturaleza. Si estos resortes difieren entre sí, sólo se debe a su situación y a algunos grados de fuerza, y nunca a su naturaleza. Por consiguiente, el alma no es más que un principio de movimiento o una parte material sensible del cerebro, que se puede considerar, sin temor a equivocarse, como el resorte principal de toda la máquina, el cual tiene una influencia visible sobre todos los demás. (...) 

(...) Ser máquina, sentir, pensar, saber distinguir el bien del mal, (...) haber nacido con una inteligencia, y un instinto moral, y ser tan sólo un animal, son cosas que no son más contradictorias que ser un mono o un loro, y saber procurarse el placer. (...) Imaginamos, o más bien suponemos, una causa superior a la que le debemos todo y que lo ha hecho verdaderamente todo de una manera inconcebible. No, la materia no tiene nada de vil, más que a los ojos groseros que desconocen sus obras más brillantes, (...) Su poder se pone de manifiesto por un igual, ya sea en la producción del insecto más ínfimo, como en la del hombre más soberbio. (...) Romped la cadena de vuestros prejuicios, armaos de la antorcha de la experiencia, y tributaréis a la naturaleza el honor que merece, en lugar de concluir algo en contra suyo, por la ignorancia en que os ha dejado. Limitaos a abrir los ojos, y abandonad lo que no podéis comprender. (...) Concluyamos osadamente que el hombre es una máquina, y que en todo el universo no existe más que una sola sustancia diversamente modificada. No se trata aquí de una hipótesis construida a base de postulados y suposiciones: ésta no es obra del prejuicio, ni tampoco de la sola razón. (...) La experiencia me ha hablado pues para la razón, y así es como las he reunido a ambas. (...) sólo me he permitido el razonamiento (...) tras multitud de observaciones físicas (...) y (...) anatomista, (...) ¿Qué podrían contra un roble tan firme estas débiles cañas de la teología, de la metafísica y de las escuelas; (...). Este es mi sistema, (...). 


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