“…preguntémonos cuáles son las condiciones teóricas y políticas que pueden permitir reabrir una perspectiva de luchas sobre el terreno real de la construcción subversiva…”.
TONI NEGRI
La necesidad de gobernar, de atravesar una transición, de gestionar el capitalismo de Estado, introduce una ambigüedad muy peculiar al movimiento de izquierda realmente existente: apuntar a un desmantelamiento del Estado heredado (subvirtiendo sus prácticas y discursos) y al mismo tiempo tener que gestionar la cochina realidad. Esa dualidad es un dato empírico, nadie la elige caprichosamente. ¿Cuál es el problema? Hay varios entuertos. Veamos:
Una de las derivas de aquella ambivalencia es que el discurso oficial se va tornando cada vez más conservador. Una palabra tóxica que se ha instalado es la “desestabilización”. Por rebote, el asunto que más presencia tiene en la mentalidad imperante es la “estabilidad”. El calificativo más socorrido contra la oposición es la de su afán “desestabilizador”, de lo que se infiere que la tarea vital de la izquierda en el gobierno es la de la “estabilidad”. Semejante extravío semiótico tiene variadas repercusiones ideológico-políticas. La más relevante a largo plazo es el desplazamiento del horizonte de transformación radical de todo lo existente (dije bien: de todo lo existente) por una resignada reingeniería social que deja lo esencial del post-capitalismo en el mismo lugar (vea Usted cualquiera experiencia de los socialismos europeos en el gobierno).
Lo difícil es sostener consistentemente un horizonte de cambios radicales con el compromiso simultáneo de gestionar un capitalismo de Estado más o menos intrascendente. Gobernar eficientemente en la transición del Estado capitalista es ya un desafío enorme. Lo que suele ocurrir es que la subjetividad subversiva se va desdibujando a causa de las tremendas dificultades de mantener a flote las tareas cotidianas de la gestión púbica. Incluso cabría preguntarse si los operadores políticos de la vieja izquierda albergan en verdad una subjetividad subversiva (puedo asegurarles que en campos fundamentales—epistemológicos, estéticos, socio-políticos—la mentalidad de la izquierda tradicional es básicamente de derecha) ¿Entonces?
En muchos países—incluida Venezuela—la cuestión no es tanto que se produzca ese desplazamiento de la subversión a la conservación, sino que tal mentalidad de la revuelta y la contestación es muy frágil, algo retórica y en algunos casos literalmente inexistente. No tiene nada que ver con “traidores” o “blandengues”. El fondo del asunto es que macerar una sensibilidad subversiva no cae gratuitamente del cielo. Hace falta remontar la cuesta del paquete cultural que heredamos y ello no es posible desde la ignorancia, desde los simplismos de la izquierda tradicional, desde los convencionalismos ideológicos que reconfortan la mentalidad conservadora.
La izquierda realmente existente viene arrastrando una crisis terminal que la coloca patéticamente en los rastrojos de la sobrevivencia. Esa izquierda no entiende casi nada de estas complejidades entre conservación y revuelta. El debate que plantea, por ejemplo, el compañero Toni Negri sobre una “izquierda subversiva” es muy improbable que florezca en los ambientes ideológicos de la izquierda decimonónica. En la presentación del libro Izquierda que contiene buena parte de esa discusión con Negri, los amigos Héctor Sánchez, Gonzalo Ramírez y Juan Barreto, insistieron justamente en el papel del debate teórico de cara al empirismo-pragmatismo que tiende a imperar en la inercia de las prácticas cotidianas.
La subversión de lo constituido no es una manía estética para regodeo de intelectuales “indignados”, es fundamentalmente la condición constitutiva de cualquier idea de revolución, es decir, la palanca que diferencia una reforma de lo dado, de un cambio radical de discursos y prácticas.
Una izquierda subversiva es esencial para expandir los horizontes de los cambios que están en curso en todos lados.