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18 ago 2012

Mérida: de paraíso a infierno

MARIANO NAVA CONTRERAS |  EL UNIVERSAL
viernes 8 de junio de 2012  
Hubo una época feliz y no tan remota en que pájaros de todos los colores, y hasta alguna ardilla, venían a saludar a los vecinos en sus ventanas algunas mañanas en las que, con un poco de suerte, la sierra nos sorprendía con alguna preciosa nevada. La ciudad, más bien un pueblo grande en el que "no pasaba nada", se despertaba y disponía a dedicarse a sus actividades cotidianas. Actividades concentradas fundamentalmente en torno a la Universidad de Los Andes, pujante y abierta, que recibía estudiantes de todas partes del país y profesores de América y Europa, y que se encaminaba a ser sin duda la mejor universidad de Venezuela. Esto, lo aseguro, no son exageraciones. Yo lo viví.

Hoy lamentablemente la realidad es muy otra. Pronto lo benigno del clima y del espléndido entorno atrajo gentes de todas partes que querían echar raíces aquí. Ello creó las condiciones para una especulación inmobiliaria que no respetó la delicada geografía del angosto valle. Numerosos conjuntos habitacionales fueron construidos sin respetar las mínimas normas de urbanismo. Quién y a cambio de qué se aprobaron y aún se aprueban esos proyectos, es una buena pregunta. Sin embargo, esta densificación inevitable vino acompañada de una falta de planificación, así como de la ausencia casi total de construcción de obras de infraestructura importantes y efectivas que acompañaran el crecimiento de la ciudad en los últimos años.
NEVADA EN EL PICO BOLIVAR

El caos vehicular, en una ciudad cuyos habitantes, como en el resto de Venezuela, carecen por completo de cultura vial (tanto conductores como peatones), tiene aquí sin embargo otro agravante. En Mérida los disturbios y problemas de orden público son parte de la cotidianidad. La cultura de la violencia se apoderó de casi todos los estratos de una Universidad que debería ser ejemplo de civilidad, al punto de que cualquier diferencia de orden administrativo se dirime en la calle a pedrada limpia y caucho quemado antes de mediar siquiera palabra, creando casi con regularidad semanal la anarquía y el caos en una ciudad que casi no tiene vías. Esto lo soportamos a diario los ciudadanos con mezcla de indignación y resignación. A ello debemos agregar los graves problemas de acceso a la ciudad, pues el aeropuerto local dejó de recibir vuelos comerciales, y la carretera que comunica con el aeropuerto más cercano presenta a menudo derrumbes e interrupciones, lo que supone el aislamiento y el atraso en una ciudad que pretende ser un polo académico y turístico. Así, hoy Mérida se encuentra más lejos de todo que hace veinte años.

Finalmente, la ciudad no escapa al trastorno generalizado de todos los servicios públicos que es común a todo el país. A los frecuentes apagones y fallas en el servicio del agua y el gas debe añadirse el colapso del servicio del aseo urbano en la que fue la ciudad más limpia de Venezuela, lo que ha traído una peste de ratas, moscas e inmundicia en sus hoy pestilentes calles. De esto último tanto el gobernador del Estado como el alcalde de la ciudad, ambos candidatos a la gobernación y muy entretenidos en sus campañas, se echan mutuamente las culpas, sin que nadie aporte una real solución.

Seguramente todo lo que estamos contando, grosso modo, es historia común para todas las ciudades venezolanas, pero el caso de Mérida ilustra mejor que cualquier otro cómo la mano del hombre puede convertir, en cosa de unos años, un entorno paradisíaco en un verdadero infierno. También sirve para demostrar que de poco sirve vivir rodeado de paisajitos bonitos cuando a nadie le importa la ciudad ni los ciudadanos.

marianonava@gmail.com