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13 abr 2016

Sudáfrica, el fracaso de la 'nación arcoiris'

Carlos Esteban

Los grandes medios no suelen mentir. Quiero decir que, si pueden elegir, prefieren no decir que ha sucedido algo relevante que no ha sucedido o que no ha sucedido algo que ha sucedido, más que nada porque, con Internet abierto a todos, ya no están solos en el juego. No. Lo que suelen hacer para avanzar sus agendas es decidir qué es relevante y qué no. Cuando los grandes grupos mediáticos dejan de hablar de un fenómeno, un proceso o un país, es como si dejara de existir.
Lo hemos comprobado con la crisis de los refugiados, que fue especialmente dramático y lacrimógeno mientras quisieron abrir sus portadas y sus boletines con imágenes como la de Aylán ahogado en la playa o el matrimonio sirio tumbado en las vías de tren y mover así nuestro ánimo en una dirección favorable a la acogida. Y, de repente, la atención cesó, ahora que los eurócratas están echando cautelosamente marcha atrás en su política de puertas abiertas.

Lo mismo sucede, de forma aún más irresponsable, con Sudáfrica, cuyo único problema durante décadas parecía ser el diabólico régimen del Apartheid por el que blancos y negros vivían en regímenes y condiciones muy diferentes. Desaparecido el Apartheid, Sudáfrica dejó de importar, quizá porque los sudafricanos nunca habían importado, realmente. Llegó Mandela al poder y eso es lo único que importa. Pasemos página. Pero la realidad es que Sudáfrica se hundió un piélago de horrores de los que ningún medio ha preferido hablar por razones obvias, y muy mal tienen que estar las cosas cosas para que esa voz del globalismo progresista y políticamente correcto en que se ha convertido la BBC llegara a publicar en su página web un artículo titulado 'Algunas cosas estaban mejor con el Apartheid'.



¿Como qué cosas? Sudáfrica, gobernada desde el fin del Apartheid por el Congreso Nacional Africano de Mandela (ANC), ostenta varios récords muy poco envidiables: la 'nación arcoiris' es el país con mayor criminalidad del mundo, el que sufre más violaciones por habitante, el cuarto en número de asesinatos, el que tiene más paro de África, el de mayor número de embarazos adolescentes, el más desigual económicamente (según el índice GINI), el que tiene más casos de sida en proporción a su población... Sí, el Apartheid era un régimen terriblemente injusto, pero ni su desaparición ni la llegada de ese santón laico, Mandela, a la presidencia lo convirtieron precisamente en un paraíso. Han pasado más de dos décadas desde el fin del régimen racista sudafricano e incluso los comentaristas más esperanzados admiten su decepción.



En muchos aspectos, el deterioro en picado empezó inmediatamente. Entre 1995 y 2000, según la Oficina Nacional de Investigación Económica norteamericana, los ingresos medios cayeron un 40%, y apenas se ha experimentado mejora desde entonces. "Los negros sudafricanos disponían de una renta media más alta inmediatamente antes de la caída del Apartheid", señala el instituto.

Algunos de los más críticos con la ruinosa deriva del país son, precisamente, los entusiastas de la primera hora, como R.W. Johnson, autoproclamado marxista y viejo partidario del ANC, que en su libro 'How long will South Africa survive? The Looming Crisis' explica cómo el gobierno se ha ido deslizando hacia el estilo de vida de tantas otras oligarquías africanas, pero con más riqueza que expoliar y destruir. No es un panorama atractivo ni el libro deja mucho lugar a la esperanza sobre el futuro.

Una de las primeras víctimas de las absurdas políticas socialistas del gobierno fue la agricultura que, como sucedía en Zimbabwe, estaba esencialmente en manos de granjeros blancos que producían hasta el punto de exportar al mundo entero.



Pero en seguida llegaron los demás sectores. Los intentos de nacionalizar la minería alejaron a todo posible inversor, las medidas para favorecer el empleo de negros mediante discriminación positiva se aplicó precipitadamente y con criterios populistas, hundiendo industria tras industria. Se trata del Empoderamiento Económico negro, un verdadero 'apartheid al revés' que obliga a las empresas a mantener una plantilla que refleje fielmente la proporción racial de la población en su conjunto, haya o no profesionales cualificados para cubrir los puestos. El sistema lo describió muy gráficamente en 2013 el diputado del ANC Mario Rantho: "Es imperativo deshacerse del mérito como principio rector en el nombramiento de puestos de trabajo". Pueden deducir las consecuencias. Además, la prohibición a extranjeros de mantener propiedades en Sudáfrica causó una ruinosa inseguridad jurídica y las empresas empezaron a emigrar mientras quienes tenían algún capital abrían cuentas en el extranjero.

Por no desaparecer, ni siquiera ha desaparecido la tensión racial, solo su dirección. El presidente Jacob Zuma -otro récord: es el jefe de Estado con un nivel educativo más bajo del mundo- sigue cantando en público las viejas canciones de la resistencia y, si en la lucha resultaban comprensibles, ahora que tienen el poder no resulta muy tranquilizador oírle entonar "¡Mata al granjero, mata al blanco!".

El régimen de Zuma es relativamente benévolo con los profesionales blancos -aunque los cuadros altos están ocupados en su totalidad por 'afectos al régimen'-, pero ignora voluntariamente la violencia racial contra los odiados granjeros -boer, el nombre con el que se designa a los blancos de origen predominantemente holandés, significa precisamente 'granjero'-, de los que han muerto en condiciones a menudo particularmente atroces más de 4.000 desde 1994, según el diario londinense The Times (en total, han muerto asesinados más de 68.000 sudafricanos desde entonces). Los asesinatos de granjeros blancos, sin embargo, cuadruplican la media general.

El propio gobierno sudafricano estima que se producen al año 31 asesinatos por cada 100.000 habitantes al año, lo que suponen unos cincuenta cada día, más que en el México de los narcos, en la Ruanda que vivió el genocidio tutsi en los noventa o en el Sudán que desató la masacre de Darfur. Dado que el gobierno sudafricano se ha hecho famoso por su elevadísima corrupción elevadísima, no es de extrañar que agencias externas denuncien esas terribles cifras, asegurando que los datos reales son el doble de los anunciados.

Cada año se producen casi medio millón de violaciones, de las que solo una de cada nueve se denuncia. Buena parte de estas violaciones derivan de la extendida creencia supersticiosa de que las niñas vírgenes "curan" el sida y la violación de lesbianas contrarresta la homosexualidad. Quizá eso explique también que, pese a ser el país con más violaciones por habitante, los violadores sean tratados con inusual lenidad por los tribunales, que absuelven a 24 de cada 25 acusados.

 Sudáfrica era el perfecto país de la esperanza para África. La república creada hace más de dos siglos por colonos holandeses y luego colonizada por Gran Bretaña se había convertido en una brillante historia de éxito económico y desarrollo construida sobre una atroz discriminación racial. La caída del régimen del Apartheid y la consagración del principio 'un hombre, un voto' podía haber construido sobre esta base un ejemplo para las naciones vecinas gracias a lo ya acumulado, a la experiencia ganada y la nueva igualdad. En lugar de eso, sigue el camino de tantos otros países africanos como el vecino Zimbabwe, donde una élite corrupta aplica medidas obsoletas y se dedica solo al reparto del botín, ante la indiferencia del mundo.

http://gaceta.es/noticias/sudafrica-fracaso-nacion-arcoiris-04112015-2026