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16 abr 2016

Las naves que nos llevarán al primer viaje interestelar

     "Estás en la Tierra. No hay cura para eso"

Samuel Beckett. Final de partida


Cuando Alejandro Jodorowsky invitó al dibujante Chris Foss a trabajar en su ambiciosa —y a la postre fallida— adaptación de Dune, lo primero que le dijo fue: «La humanidad no colonizará el espacio en naves de la NASA». La afirmación del cineasta chileno tenía que ver con un firme posicionamiento estético. O sea, que en su película no quería ver ni un vehículo estelar que se pareciese a los satélites, cohetes y transbordadores que la agencia espacial norteamericana ponía en órbita por esas fechas, a mediados de los 70. Foss siguió la orden de Jodorowsky y, en efecto, entregó una serie de diseños conceptuales mucho más cercanos al mundo de la biología que al de la mecánica. Tiburones con piel de cebra, luciérnagas o avispas.

Al margen de la iconografía visual, se antoja difícil tirando a imposible que la NASA siga existiendo dentro de 20.000 años, fecha en la que se desarrolla la novela de Frank Herbert. De hecho, es bastante probable que sea algún tipo de corporación transnacional quien mande las primeras naves con destino a otro sistema solar. Aunque para eso aún falta mucho tiempo.
Uno de los diseños de Chris Foss para Dune.
Uno de los diseños de Chris Foss para Dune.

O quizá falten menos de cien años, si Icarus Interstellar cumple sus pronósticos. Fundada en 2011 por los doctores en física Richard Obousy y Andreas Tziolas, Icarus Interstellar es una organización no gubernamental y sin ánimo de lucro cuya misión, en sus propias palabras es «[…] hacer posible el vuelo interestelar antes del año 2100». Parece un periodo extraordinariamente corto para cumplir un objetivo tan difícil como cubrir, al menos, los 4.37 años luz que nos separan de Alfa Centauri, el sistema más cercano al Sol. Pero para abrir un camino, hay que dar el primer paso; y en esta empresa, el primer paso es tomársela en serio. Es decir, dejar de pensar en términos de ciencia-ficción y empezar a considerarla como ciencia-ciencia. «Alcanzaremos nuestro objetivo investigando y desarrollando los elementos científicos y tecnológicos que harán posible el viaje interestelar, despertando el interés público y atrayendo a todos aquellos que estén preparados para invertir en la exploración interestelar», afirman en su declaración de intenciones.

Así, aunque la organización es más bien pequeña y sus fondos no especialmente, hace gala de estar compuesta, además de por Obousy y Tziolas, por científicos de prácticamente todo el globo; no solo físicos o ingenieros aeroespaciales, sino también biólogos, sociólogos, diseñadores o arquitectos.
Modelo de sonda no tripulada basada en el Daedalus. Adrian Mann/Icarus Interstellar.
Modelo de sonda no tripulada basada en el Daedalus. Adrian Mann/Icarus Interstellar.

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Modelo de sonda denominado Firefly. Michel Lamontagne/Icarus Interstellar.

Con estas premisas, es lógico que las investigaciones (de momento teóricas) que desarrolla Icarus Interstellar estén siempre dentro de los parámetros de la credibilidad científica. Por ejemplo, el Icarus, proyecto estrella de la organización y del que toma el nombre, no plantea nada especialmente descabellado: el diseño de una sonda no tripulada con autonomía interestelar propulsada por motores de fusión nuclear. Es más, inicialmente no se trataba de proponer un diseño concreto sino tan solo de reactivar el interés de la comunidad científica por el viaje interestelar, recuperando las iniciativas de organizaciones pioneras como la British Interplanetary Society —creadora del pionero Proyecto Daedalus en los 70— la Tau Zero Foundation. Aun así, apenas dos años tras su fundación, la organización albergó el primer Starship Congress en Dallas, cita que se repitió en 2015 en Filadelfia, reuniendo a más de 200 ponentes que dieron su visión del futuro de los viajes espaciales.
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Modelo de nave tripulada. Steve Summerford/Icarus Interstellar.

Pero Icarus Interstellar también trabaja en proyectos menos discretos. Quizá el más espectacular sea el que llevan a cabo en el Exotic Research Group: la investigación sobre un hipotético motor de curvatura espaciotemporal que permitiese alcanzar velocidades relativas superiores a la de la luz. O sea, el warp drive de Star Trek.  El padre intelectual del concepto es el ingeniero de la NASA Harold White, quien a su vez basa su trabajo en el del físico teórico mexicano Miguel Alcubierre. A grandes rasgos, Alcubierre propone un mecanismo teórico que generaría una burbuja de espaciotiempo curvado, en cuyo interior viajaría cualquier objeto convencional. De algún modo, la burbuja recorrería distancias a velocidad superlumínica mientras que su interior permanecería dentro de los principios físicos de la relatividad de Einstein.
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Esquema teórico del motor de Alcubierre. Kris Holland y Matt Jeffries para popular Science.

En 2012, White publicó un paper científico para dar fe  del nacimiento del Advanced Propulsion Physics Laboratory, dependiente de la NASA y el Johnson Space Center. En el texto explicaba varias de las teorías marginales que iban a investigar con el propósito de hacer posible la exploración del sistema solar en los próximos 50 años y del viaje interestelar antes del fin de siglo. Pese a que el laboratorio —apodado «Eagleworks» por sus propios fundadores— es muy modesto, el anuncio de su creación y los detalles sobre los trabajos que desarrollarían causó un pequeño torbellino no solo en la comunidad científica sino, y sobre todo, entre los aficionados a la ciencia ficción.

Tal fue así que aparecieron un buen puñado de artículos en internet diciendo que la NASA había creado un motor de velocidad superlumínica. La red se llenó de noticias explosivas y de diseños de naves interestelares. De hecho, el propio White contó con el artista Mark Rademaker para que ilustrase parte de sus conferencias con un modelo tridimensional de un posible vehículo propulsado por su motor warp. El diseño de Rademaker era tan detallado que incluía no solo los supuestos motores de curvatura, sino las zonas habitacionales y de soporte vital, el puente de mando y hasta el nombre: «IXS Enterprise», en honor a la nave del Capitan Kirk y su tripulación televisiva.

En realidad, la NASA no estaba financiando la investigación de un motor warp, sino la construcción de un péndulo de torsión que permitiese medir determinadas propiedades cuánticas del vacío, principalmente el efecto Casimir. Lo que sucede es que White cree posible aprovechar dicho efecto para propulsar un vehículo espacial.
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La IXS Enterprise según Mark Rademaker.


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A fecha de hoy, la NASA sigue manteniendo que el motor de curvatura espaciotemporal es algo perteneciente al mundo de los sueños. Porque curvar el espaciotiempo, aun teóricamente factible, es muy difícil de creer y aún más difícil de llevar a cabo. Y sin embargo, Howard White lleva desde 2012 trabajando en colaboración con el doctor Richard Juday en su péndulo de torsión, en un experimento dirigido al fin y al cabo a generar una microburbuja de curvatura espaciotemporal. Lo llaman Interferómetro de campo warp de White–Juday, y aunque sus resultados no han sido concluyentes, el hecho siquiera de que lo estén intentando ya nos hace temblar las piernas a quienes creemos que el futuro de la humanidad estará en el otro extremo de la galaxia.

http://www.yorokobu.es/naves-viaje-interestelar/