"Estás en la Tierra. No hay cura para eso"
Samuel Beckett. Final de partida
Cuando Alejandro Jodorowsky invitó al dibujante Chris Foss a trabajar en su ambiciosa —y a la postre fallida— adaptación de Dune,
lo primero que le dijo fue: «La humanidad no colonizará el espacio en
naves de la NASA». La afirmación del cineasta chileno tenía que ver con
un firme posicionamiento estético. O sea, que en su película no quería
ver ni un vehículo estelar que se pareciese a los satélites, cohetes y
transbordadores que la agencia espacial norteamericana ponía en órbita
por esas fechas, a mediados de los 70. Foss siguió la orden de
Jodorowsky y, en efecto, entregó una serie de diseños conceptuales mucho
más cercanos al mundo de la biología que al de la mecánica. Tiburones
con piel de cebra, luciérnagas o avispas.
Al margen de la iconografía visual, se antoja difícil tirando a
imposible que la NASA siga existiendo dentro de 20.000 años, fecha en la
que se desarrolla la novela de Frank Herbert. De
hecho, es bastante probable que sea algún tipo de corporación
transnacional quien mande las primeras naves con destino a otro sistema
solar. Aunque para eso aún falta mucho tiempo.

Uno de los diseños de Chris Foss para Dune.
O quizá falten menos de cien años, si Icarus Interstellar cumple sus pronósticos. Fundada en 2011 por los doctores en física Richard Obousy y Andreas Tziolas, Icarus Interstellar
es una organización no gubernamental y sin ánimo de lucro cuya misión,
en sus propias palabras es «[…] hacer posible el vuelo interestelar
antes del año 2100». Parece un periodo extraordinariamente corto para
cumplir un objetivo tan difícil como cubrir, al menos, los 4.37 años luz
que nos separan de Alfa Centauri, el sistema más cercano al Sol. Pero
para abrir un camino, hay que dar el primer paso; y en esta empresa, el
primer paso es tomársela en serio. Es decir, dejar de pensar en términos
de ciencia-ficción y empezar a considerarla como ciencia-ciencia.
«Alcanzaremos nuestro objetivo investigando y desarrollando los
elementos científicos y tecnológicos que harán posible el viaje
interestelar, despertando el interés público y atrayendo a todos
aquellos que estén preparados para invertir en la exploración
interestelar», afirman en su declaración de intenciones.
Así, aunque la organización es más bien pequeña y sus fondos no
especialmente, hace gala de estar compuesta, además de por Obousy y
Tziolas, por científicos de prácticamente todo el globo; no solo físicos
o ingenieros aeroespaciales, sino también biólogos, sociólogos,
diseñadores o arquitectos.

Modelo de sonda no tripulada basada en el Daedalus. Adrian Mann/Icarus Interstellar.

Modelo de sonda denominado Firefly. Michel Lamontagne/Icarus Interstellar.
Con estas premisas, es lógico que las investigaciones (de momento teóricas) que desarrolla Icarus Interstellar estén siempre dentro de los parámetros de la credibilidad científica. Por ejemplo, el Icarus,
proyecto estrella de la organización y del que toma el nombre, no
plantea nada especialmente descabellado: el diseño de una sonda no
tripulada con autonomía interestelar propulsada por motores de fusión
nuclear. Es más, inicialmente no se trataba de proponer un diseño
concreto sino tan solo de reactivar el interés de la comunidad
científica por el viaje interestelar, recuperando las iniciativas de
organizaciones pioneras como la British Interplanetary Society —creadora del pionero Proyecto Daedalus en los 70— la Tau Zero Foundation. Aun
así, apenas dos años tras su fundación, la organización albergó el
primer Starship Congress en Dallas, cita que se repitió en 2015 en
Filadelfia, reuniendo a más de 200 ponentes que dieron su visión del
futuro de los viajes espaciales.

Modelo de nave tripulada. Steve Summerford/Icarus Interstellar.
Pero Icarus Interstellar también trabaja en proyectos menos discretos. Quizá el más espectacular sea el que llevan a cabo en el Exotic Research Group:
la investigación sobre un hipotético motor de curvatura espaciotemporal
que permitiese alcanzar velocidades relativas superiores a la de la
luz. O sea, el warp drive de Star Trek. El padre intelectual del concepto es el ingeniero de la NASA Harold White, quien a su vez basa su trabajo en el del físico teórico mexicano Miguel Alcubierre. A grandes rasgos, Alcubierre propone un mecanismo teórico que generaría una burbuja de espaciotiempo
curvado, en cuyo interior viajaría cualquier objeto convencional. De
algún modo, la burbuja recorrería distancias a velocidad superlumínica
mientras que su interior permanecería dentro de los principios físicos
de la relatividad de Einstein.

Esquema teórico del motor de Alcubierre. Kris Holland y Matt Jeffries para popular Science.
En 2012, White publicó un paper científico para dar fe del nacimiento del Advanced Propulsion Physics Laboratory, dependiente de la NASA y el Johnson Space Center.
En el texto explicaba varias de las teorías marginales que iban a
investigar con el propósito de hacer posible la exploración del sistema
solar en los próximos 50 años y del viaje interestelar antes del fin de
siglo. Pese a que el laboratorio —apodado «Eagleworks» por sus propios
fundadores— es muy modesto, el anuncio de su creación y los detalles
sobre los trabajos que desarrollarían causó un pequeño torbellino no
solo en la comunidad científica sino, y sobre todo, entre los
aficionados a la ciencia ficción.
Tal fue así que aparecieron un buen puñado de artículos en internet
diciendo que la NASA había creado un motor de velocidad superlumínica.
La red se llenó de noticias explosivas y de diseños de naves
interestelares. De hecho, el propio White contó con el artista Mark Rademaker para que ilustrase parte de sus conferencias con un modelo tridimensional de un posible vehículo propulsado por su motor warp. El diseño de Rademaker
era tan detallado que incluía no solo los supuestos motores de
curvatura, sino las zonas habitacionales y de soporte vital, el puente
de mando y hasta el nombre: «IXS Enterprise», en honor a la nave del
Capitan Kirk y su tripulación televisiva.
En realidad, la NASA no estaba financiando la investigación de un
motor warp, sino la construcción de un péndulo de torsión que permitiese
medir determinadas propiedades cuánticas del vacío, principalmente el efecto Casimir. Lo que sucede es que White cree posible aprovechar dicho efecto para propulsar un vehículo espacial.

La IXS Enterprise según Mark Rademaker.
A fecha de hoy, la NASA sigue manteniendo que el motor de curvatura
espaciotemporal es algo perteneciente al mundo de los sueños. Porque
curvar el espaciotiempo, aun teóricamente factible, es muy difícil de
creer y aún más difícil de llevar a cabo. Y sin embargo, Howard White
lleva desde 2012 trabajando en colaboración con el doctor Richard Juday
en su péndulo de torsión, en un experimento dirigido al fin y al cabo a
generar una microburbuja de curvatura espaciotemporal. Lo llaman Interferómetro de campo warp de White–Juday,
y aunque sus resultados no han sido concluyentes, el hecho siquiera de
que lo estén intentando ya nos hace temblar las piernas a quienes
creemos que el futuro de la humanidad estará en el otro extremo de la
galaxia.
http://www.yorokobu.es/naves-viaje-interestelar/