En
1930, John Maynard Keynes predijo que gracias al incremento de la
productividad y a la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo,
la generación de sus nietos trabajaría 15 horas a la semana. Tres
generaciones después, trabajamos más que nunca y la izquierda ha
abandonado casi por completo su lucha para reducir la jornada laboral.
Tomando como inspiración a los autonomistas italianos de los 70 , la
teórica feminista Kathi Weeks reivindica esa lucha en su libro El
problema del trabajo. Habla con CTXT sobre el poder de las
“reivindicaciones utópicas” y explica por qué piensa que deberíamos
concentrarnos en trabajar menos horas y en crear condiciones para
imaginar un mundo fuera del trabajo.
¿Cómo definiría el concepto de trabajo?
El
trabajo es una actividad productiva basada en el modelo del trabajo
asalariado. Si le preguntas a la gente en qué trabaja, asumen que te
refieres a su trabajo remunerado. A lo largo de la historia ha habido
luchas sobre qué debería ser considerado trabajo. Estoy pensando en la
lucha feminista para que el trabajo doméstico se reconozca como trabajo
real, aunque no esté pagado.
Su libro es en parte una crítica al enfoque ‘productivista’ tradicional de la izquierda. ¿Cuál es esta tradición?
Ha
habido una tendencia general a aceptar la idea de que el trabajo es una
especie de esfuerzo humano sagrado. Hay también discursos feministas
muy consolidados que se dedican a abogar por la igualdad de
oportunidades en el trabajo asalariado para las mujeres, y argumentan
que el trabajo remunerado sería el billete de salida de la domesticidad
impuesta culturalmente. En general, en la izquierda ha habido un énfasis
socialdemócrata en programas laborales, en cómo introducir a gente en
el ámbito del trabajo y en cómo empoderarlos como trabajadores.
¿Qué ofrece para contrarrestar esa tradición ‘productivista’?
Lo
que necesitamos es un asalto frontal a la cultura y a las instituciones
del trabajo, a sus ideologías y estructuras. Y no creo que esos
discursos de los que he hablado tengan esa capacidad porque comparten
los mismos valores, percepciones y suposiciones. En estos tiempos, en
los que el trabajo está fallando, en los que el sistema de distribución
de la renta se está desmoronando, creo que es hora de arremeter contra
ese concepto y las ideologías que lo sustentan, cantando las alabanzas
del trabajo como si fuera una actividad más humana e importante que
cualquier otra.
Escribe sobre el ‘efecto disciplinario’ del trabajo. ¿Cómo de importante es en nuestra cultura?
Es
absolutamente crucial. Es en lo que se ha convertido el trabajo. El
sistema económico está funcionando muy bien como modo de producir
capital pero no como manera de distribuir la renta. Todavía es útil para
disciplinar a la gente y para cargar de responsabilidades a aquellos
que están excluidos del trabajo, a los que culpa de falta de esfuerzo o
de iniciativa.
¿Algo de eso está autoimpuesto, ligado a la hegemonía, no?
Sí.
¿Es lo que significa la ética laboral?
Es
difícil separar estructuras e ideologías. Hay muchos elementos que nos
obligan a trabajar: la necesidad de pagar el alquiler y la comida son
las más importantes. Esos argumentos se ven reforzados por todo un
acervo cultural e ideológico que presentan el trabajo como la principal
obligación del ser humano y como un inapelable requerimiento moral.
Operan en tándem.
Muchos en la izquierda consideran que no es el
trabajo lo que aliena, sino las condiciones en las que se desarrolla, o
la falta de democracia a la hora de tomar las decisiones sobre el
trabajo. ¿Qué opina?
Esa sigue siendo la tradición que pretende
eliminar las categorías explotadoras y alienantes del trabajo asalariado
dentro del capitalismo. Yo diría: ´De acuerdo, pero hay mucho más que
hacer´. Tenemos que cambiar el espacio que ocupa el trabajo asalariado
en nuestras vidas y en nuestro imaginario colectivo. No queremos sólo
trabajar mejor; queremos trabajar menos. Y esa postura es difícilmente
compatible con la que dice: ´Pero si el trabajo fuese maravilloso,
querríamos hacerlo todo el rato´.
¿Cree entonces que es una fantasía?
Sí.
Y una fantasía muy peligrosa. Porque lo que podrías terminar
consiguiendo al usar ese tipo de argumento serían trabajos en
McDonald´s para todos, lo que obviamente sería un fracaso. Por otro
lado, la promesa de un trabajo tan satisfactorio y no alienante que
todos quisiéramos dedicarnos a él todo el rato es lo que algunas
compañías, como Google, pretenden ofrecer de manera tramposa a sus
empleados. Han tenido éxito haciéndolo justo por la ideología del
trabajo y nuestra falta de tiempo e imaginación para cultivar una vida
rica fuera del trabajo y su satélite: la familia.
Una parte de la
agenda feminista más aceptada es la que pretende lograr un equilibrio
entre la vida familiar y la laboral. ¿Usted rechaza esto, verdad?
El
trabajo y la familia forman parte del mismo sistema. No son
alternativas. Uno organiza cierto tipo de trabajos y la otra,
normalmente por la división de tareas basada en el género, otro tipo de
trabajo. El trabajo puede ser importante, la familia también, pero son
parte del mismo sistema, y deberíamos pensar en la posibilidad de
generar alternativas a estos dos tipos de instituciones.
También
tenemos niveles altos de desempleo. Mucha gente está desesperada por
encontrar trabajo. Y a la vez, un problema de saturación de trabajo,
trabajamos más y más horas incluso cuando la productividad sube. ¿Cómo
valora estas tendencias aparentemente contradictorias? ¿Se refiere a eso
cuando habla del sistema laboral fallido?
Sí. Para algunos
analistas marxistas los desempleados y los sobreexplotados no tendrían
nada en común. Muchos tenemos problemas con el trabajo, bien porque
trabajamos mucho o bien porque no podemos encontrar trabajo. Es una
oportunidad para hacerse más preguntas sobre el sistema de trabajo
asalariado como modelo social de inclusión y de distribución de renta.
Porque no solo no funciona para los desempleados, tampoco funciona para
mucha gente.
Se inspira en el movimiento autonomista italiano de
los años 70 y en su crítica al trabajo, que articula como rechazo al
trabajo. ¿En qué consiste y por qué es relevante hoy en día?
El
rechazo al trabajo se entendía no como una prescripción para individuos
--muchos de nosotros no podemos permitirnos el lujo de rechazar el
trabajo; no hay alternativa-- sino como proyecto colectivo. Consiste en
reconocer que rechazamos trabajar todos los días con pequeños gestos,
como llegar tarde al trabajo, pretender que estamos enfermos, o tener
mala actitud, pero también como un proyecto político que dice ‘no’ a
este sistema de trabajo.
¿Qué hay del movimiento de los 70 que
demanda que el trabajo doméstico sea asalariado, el movimiento ´Wages
for Housework´ (salarios para el trabajo doméstico)? ¿También se inspiró
en él?
Hicieron del rechazo al trabajo algo incluso más
relevante, aunque más difícil. Se asoció a una reivindicación concreta:
queremos sueldos para el trabajo doméstico. Fue muy instructivo y
relevante. Intentaban desmitificarlo, y destronar la idea absoluta del
amor de las mujeres hacia sus familias. Intentaban decir ´Mira, esto es
trabajo de verdad´ y a la vez ´Es solo trabajo´.
¿Cuál era el valor de esa reivindicación?
Supuso
una crítica a la institución de la familia, de la división de trabajo
por género. Planteaban esa reivindicación como una provocación.
Intentaban decir que el proceso de exigir salarios para el trabajo
doméstico era en sí mismo una actividad política de valor. En ese
momento, en los 70, decías ‘salarios para el trabajo doméstico’ y la
reacción era ‘Qué?’ Se entendía como lo que llamo una reivindicación
utópica.
Hablemos de ese término. Uno piensa en el término
reivindicación como algo muy concreto, pero utopía tiene casi una
connotación opuesta. Habla de reivindicaciones como provocaciones. ¿Es
ahí donde empieza este tipo de conexión?
Sí. Alguna de las
reivindicaciones que me interesan no son sólo reformas que pueden
mejorar la vida de la gente y se pueden lograr, sino también reformas
que pueden, en el proceso de lucha y debate, abrir nuevos horizontes
para pensar, desear e imaginar el mundo en el que queremos vivir. Por
ejemplo, las reivindicaciones de jornadas laborales más cortas son una
manera de crear más puesto de trabajo para otros, una manera de dar
tiempo a más gente para poder realizar otras actividades productivas que
tienen que hacer fuera del espacio del trabajo asalariado. A la vez,
ese proceso reivindicativo fuerza a la gente a decir ‘¿qué haría si
tuviese más tiempo?’ No es difícil entender por qué alguien quiere un
aumento de sueldo. Para entender por qué es razonable pedir una renta
básica garantizada, o una jornada de seis horas, hay que hacer un
esfuerzo mayor: determinar qué no funciona en el sistema actual. Implica
una crítica más amplia. Por lo tanto, cuanto más utópica es la
reivindicación, más está basada en una crítica sustancial, y más nos
obliga a pensar con imaginación sobre las maneras diferentes de
organizarlo. El revindicar tiene mucho de arte.
Las dos que
propone --renta básica y la reducción de la jornada laboral-- parecen
utópicas pero a la vez alcanzables. ¿Por qué ha elegido esas dos?
Nos
obligan a imaginarnos una vida fuera del trabajo. Suponen un gran
desafío a la idea de que el trabajo debe ser el centro de nuestra
existencia. La reivindicación de una renta básica ayuda a comprender que
el sistema del trabajo asalariado no funciona. Tener salarios más altos
ayudaría a la gente que puede tener trabajo, pero hay mucha gente que
no tiene esa capacidad, y muchas de nuestras actividades, que son
discutiblemente útiles y productivas, no están remuneradas. Estamos en
una situación de crecimiento sin empleo (‘jobless recovery’). Está
claro que el sistema no está funcionando.
Uno de los argumentos
en contra de la renta básica universal es que puede llevar a que la
sociedad progrese menos. ¿Disociar el trabajo de la renta puede llevar a
un estancamiento de la productividad y a una sociedad que no progresa?
Es
interesante que haya dos líneas de crítica dominante a la renta básica
garantizada: una es ‘¡La gente necesita trabajar! Somos trabajadores’,
si les quitas el trabajo les estarías privando de algo esencialmente
humano. Por el otro lado, está el miedo de que ‘¡Nadie trabajará nunca
más!’, que supone reconocer que la única razón por la que uno trabaja
es porque hay un incentivo monetario, que la necesidad es lo único que
empuja a la gente a trabajar. Resulta gracioso que convivan estas dos
críticas, completamente divergentes, y ninguna de las dos lo
suficientemente persuasiva. No creo que el trabajo sea ni el todo ni la
esencia de lo que significa ser humano. Podemos entender otras maneras
de estar en el mundo y relacionarnos con otros y con el medioambiente,
más allá de lo laboral. Pero seguramente, incluso disfrutando de una
renta básica garantizada y suficiente, la gente querrá, además, un
trabajo remunerado. Es un complemento al trabajo asalariado, por eso no
es una reivindicación revolucionaria, sino reformista y utópica.
Además,
la mayoría de la gente trabaja en tareas que no son socialmente
necesarias. No es difícil entender que alguien que está creando la
enésima marca de champú esté trabajando en algo socialmente necesario.
Cuando
piensa en las posibilidades que nos abrirían la renta básica universal y
la reducción de la jornada laboral, ¿qué se le ocurre?
No suelo
jugar ese juego. Lo que intento hacer es obligar a la gente a pensar en
qué harían y en por qué se resisten a ello. Puedo pensar que yo estaría
mejor creando arte y haciendo política, pero otros pueden pensar de otra
manera.
Está haciendo alusión a una especie de miedo a la libertad. ¿Eso es parte de lo que pasa?
Sí.
Creo que hay miedo a perder lo que significa ser humano --lo que ofrece
un percepción de cómo nos ha construido como humanos la cultura-- o a
que derive en una descomposición social masiva, traducida en forma de
disturbios, por ejemplo. Imaginamos una suerte de indisciplina de masas
porque pensamos en el trabajo como la única herramienta que nos puede
tener controlados, o imaginamos a gente completamente pasiva, incapaz de
levantarse de la cama. Creo que hay un miedo real a estas dos
situaciones. Ese miedo es profundo y resulta esclarecedor sobre la
posición que el trabajo ocupa en nuestro imaginario y sobre lo que
significa ser humano y relacionarse con los demás.
(La entrevista la realizó para CTXT Álvaro Guzmán Bastida)
http://www.sinpermiso.info/textos/sobre-feminismo-renta-basica-trabajo-asalariado-el-trabajo-no-es-la-esencia-de-lo-que-significa-ser