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16 nov 2013

(RETRO) GARCIA MARQUEZ OPINA SOBRE ROMULO GALLEGOS EN 1950

OTRA VEZ EL PREMIO NOBEL

Todo parece indicar que Rómulo Gallegos será premio Nobel de Literatura en 1950. Un
respetable sector de la inteligencia americana se muestra satisfecho con esa candidatura
que está, además, respaldada por una obra seria, justamente divulgada, aunque también
explicablemente sobreestimada. Un breve repaso a la lista de quienes en los últimos años
han recibido el premio Nobel de Literatura, es suficiente para reconocer que el novelista
venezolano sí merece esa distinción. Gabriela Mistral, en Chile, se hizo acreedora al
codiciado premio. Su obra poética tiene un valor indudable: Pero sería necesario olvidar a
otro gran compatriota suyo, Pablo Neruda, antes de afirmar que era la Mistral quien
verdaderamente merecía, en Suramérica, el premio Nobel de Literatura. En igual forma lo
recibió Hermann Hesse en Europa, antes de Gide y antes de Aldous Huxley. Cuando el
primero de los nombrados fue designado por la Academia Sueca para el significativo
galardón, escribió don Ramón Vinyes, en su sección de este mismo diario —Reloj de
Torre— una nota crítica sobre la obra de aquel autor, que me releva de la tarea de
demostrar por qué —en mi concepto— no merecía Hermann Hesse el premio Nobel de
Literatura. Demian y El lobo estepario así como los cuentos recogidos en La ruta interior
son, en realidad, obras de valor. Pero de un valor relativo. Y estoy seguro de que los
venerables miembros de la Academia Sueca pasarían un rato mucho más agradable
leyendo Contrapunto, Con los esclavos en la noria —para no citar sino dos de las cosas
más interesantes de Huxley— que una cualquiera de las de Hesse, con ese fatalismo
oriental que las caracteriza, con ese budismo teórico que las hace pesadas, iguales,
fatigantemente repetidas.
Por otra parte, cuando la señora Pearl S. Buck —la autora medio china, medio
norteamericana, de La buena tierra— recibió el premio Nobel, estaba vivo aún —si no
me equivoco en mis cálculos— nada menos que James Joyce, cuya obra extraordinaria,
monstruosa, no lo hizo acreedor a ese premio, tal vez por exceso. En ningún modo por
defecto.

Esos antecedentes establecen una tabla de valores, dentro de la cual es posible otorgar la
máxima distinción a Rómulo Gallegos, tan justamente como podría otorgársele a nuestro
Germán Arciniegas, a Luis Alberto Sánchez o a Lin Yutang, a pesar de que todavía andan
por el mundo Aldous Huxley, Alfonso Reyes. Y, sobre todo, a pesar de que en los Estados
Unidos hay un tal señor llamado William Faulkner, que es algo así como lo más
extraordinario que tiene la novela del mundo moderno. Ni más ni menos.
Creo, sin embargo, que sería inútil insistir en el caso de Faulkner. El autor de El villorrio
no será nunca premio Nobel, por la misma razón por la cual no lo fue Joyce. Por la misma
razón que posiblemente no lo habría sido Proust. Por la misma razón que no lo fue ese
genio inglés que se llamó Virginia Woolf. Si la institución del premio Nobel fuera más
antigua, posiblemente nos sorprenderíamos ahora de que no le hubiera sido otorgado a
Cervantes, a Rabelais o a Racine. Por eso no debemos sorprendernos de que William
Faulkner no sea premio Nobel 1950 y de que el año pasado —estando ya escritos y
traducidos a varios idiomas, entre ellos el sueco, sin duda, Mientras yo agonizo, El sonido
y la furia, Luz de agosto, El villorrio, Santuario, Las palmeras salvajes, varios libros de
cuentos, además— el premio Nobel de Literatura hubiera sido declarado desierto.
Sorprende menos —en ese ritmo— que ahora lo reciba Rómulo Gallegos. Dentro de la
línea establecida, quizá nadie lo merece tanto como él. Y la, circunstancia
especial de que sea suramericano —de que sea vecino nuestro, casi pariente de los
colombianos— es un motivo de que registramos con satisfacción la escogencia de su
nombre para el presente año.

Gabriel García Márquez , columna “La Jirafa”, Diario El Heraldo de Barranquilla, Abril de 1950.
Obra Periodística vol. I
Textos Costeños, Editorial Sudamericana, pp. 127-128.