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AUTOBIOGRAFIA DEL DR. FRANZ LEE

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26 oct 2013

La vida del Dr. Franz J. T. Lee contada por él mismo (A 75 Años de su Nacimiento)

por Chucho Nery


29 de Octubre de 2013: 75° Aniversario del Nacimiento del Dr. Franz J. T. Lee.

(Transcripción del relato sobre su vida grabado en video por el poeta canadiense Clifton Ross en el año 2003 en casa del Dr. Lee en San Onofre, Municipio Campo Elías del Estado Mérida, Venezuela, donde cuenta de manera resumida su nacimiento y entrada a la lucha política contra el apartheid en su natal Sudáfrica, sus estudios universitarios en Alemania y posterior actividad académica, la cual conjugó con su activismo en contra de la discriminación y en pro de la justicia social y la emancipación humana. Tomando como punto de partida ese video, de tan sólo treinta minutos, aquí se han agregado los datos y hechos que por razones de tiempo el profesor no pudo profundizar en su exposición. El mencionado video fue editado, traducido y subtitulado al español por mí en el año 2008 bajo el nombre “Empezó en una pequeña choza”, que puede verse y descargarse en YouTube.)

Todo comenzó en una pequeña choza en el centro de Sudáfrica, un año antes de la II Guerra Mundial, cuando Sudáfrica se preparaba para transformarse en una colonia de la Alemania nazi. Fue la época en que los líderes, los arquitectos del Apartheid acababan de regresar de Alemania, como por ejemplo el entonces Primer Ministro, Dr. Hendrik Frensch Verwoerd, o el Dr. John Baltazar Vorster, que vinieron con sus ideas, especialmente Verwoerd, que estudió psicología y las leyes racistas de Alemania, para aplicarlas en Sudáfrica. Esa fue la época en que nací.

Y nací en una chocita por la simple razón que mi nacimiento fue una contradicción dentro de la sociedad sudafricana, ya que mi padre (Franz Tennyson Lee) venía de una familia británica que había llegado a Sudáfrica y mi madre (María Smith de Lee) era una autóctona originaria de los pueblos del sur de África, por lo cual fui clasificado como “de color”. Mi familia ya expresaba la barrera de color que dividía a Sudáfrica entre blancos, de color y negros. En realidad no se suponía que estuviéramos juntos ya que según las leyes los blancos no debían vivir con los de color, y los de color no debían vivir con los negros. Lo que ocurrió fue que esta ley fue aplicada y el matrimonio entre mis padres fue anulado, por lo que mi padre, que era maestro de escuela, fue enviado a otro lugar y a mi madre la dejaron ahí conmigo por un tiempo. Luego fue deportada y estando yo muy pequeño me dejaron al cuidado de una tía, por lo que no vi a mi mamá hasta que tuve catorce años. Todo empeoró pues la familia de mi padre, orgullosa de ser blanca, donde algunos de los hermanos de mi padre se habían casado con mujeres blancas y otros con musulmanas, cuando mis tías blancas venían de Johannesburgo me escondían en la cocina, donde yo comía. Fueron condiciones muy miserables

Por alguna razón, tal vez genética, fui un alumno brillante, más inteligente que los demás. Entré en la escuela primaria cuando tenía tres años y medio, y ya a esa edad le enseñaba el álgebra y el alfabeto a los que tenían seis. Mientras mis compañeros de clase pasaban un grado yo pasaba dos, sin examen. A la edad de seis años ya había pasado tres grados y entonces se fue agravando mi problema de la vista, por lo que me dijeron que si seguía forzándola (leyendo) quedaría ciego. Siempre tuve sobre mi esta Espada de Damocles: si leía, si estudiaba, afectaría mi ya deteriorada visión, por lo que me sacaron de la escuela. (En otra ocasión el Dr. Lee me contó que la causa de su mala visión provino de un accidente cuando era bebé en la choza donde vivía, al incendiarse por dentro mientras dormía y su madre estaba afuera buscando agua. En Sudáfrica en esa época hace mucho frío, por lo que la gente debe encender fuego dentro de las chozas para cocinar y mantenerse calientes.)

Mis tíos y tías que venían de Johannesburgo traían periódicos o libros, los cuales yo devoraba, así como cada pedazo de papel que caía en mis manos, a escondidas, con una vela bajo una cobija, pues tenía prohibido leer. Quería estudiar y no podía, y al mismo tiempo trabajaba cuidando ganado junto a mis amiguitos negros, en el campo, acostado mirando al cielo azul y las nubes blancas, soñando con hacer algo, saber algo.

Ese lugar donde vivíamos (Poplar Farm, Distrito de Herschel, provincia de El Cabo) era muy peligroso pues estaba lleno de culebras, especialmente de la Mamba Negra de Sudáfrica (la más venenosa del mundo), y una vez uno de mis amiguitos fue mordido por una culebra, muriendo a los quince minutos. Esa experiencia me llevó a desear ser médico , pero ¿cómo serlo si no podía leer? Aun así soñaba y ocurrió algo interesante, que demuestra cómo algo que uno critica puede tener el efecto opuesto.

Mis familiares pertenecían a la iglesia anglicana. Mi abuelo, un oligarca de la zona, se cambió al catolicismo y ordenó que todos sus trabajadores y familiares se hiciesen católicos también. Como consecuencia se acercó un sacerdote de una escuela misionera a dar una misa para todos ellos, en latín, como se hacía en aquellos días, y yo era el único que podía aprender y entender en latín. Aunque no entendía realmente lo que se decía me convertí en monaguillo, y aun después de tantos años recuerdo lo que aprendí entonces: “Mia culpa, mia culpa, mia maxima culpa. In nomine Pater et Filiis et Spiritus Sanctus”.

Eso era lo que hacía a los doce años de edad, y además de eso yo en verdad era muy, muy religioso, porque el ambiente era muy religioso. Creía en Dios y quería ser un niño bueno. Quería ser más papista que el Papa. Fue entonces cuando el sacerdote dijo que quería llevarme a la escuela misionera para convertirme en misionero o en cura, lo que me hizo muy feliz y asistí a esa escuela. Me dijeron que debía rezar veinte veces al día. En cinco años recé tanto que lo único que sabía eran plegarias. Pero me di cuenta que de toda esa gente tan religiosa el único que realmente aplicaba los principios católicos era yo. Muy pronto descubrí que en realidad no necesitaba de todo eso porque todo lo que alguna vez tuve o hice fue por mi mismo. “Hazlo tu mismo”, ese es el principio (enseñado por el profesor en su Trialógica) del hacer, pensar y superar todo por ti mismo.

Mi padre trabajaba como maestro en el centro de Sudáfrica en una escuelita de Aliwal del Norte, por lo que fui allí. Al no tener suficiente para vivir trabajé en las haciendas de los Boer. Como ven, he recorrido toda la estructura de la sociedad sudafricana. Trabajé manejando tractores, ganando una miseria, la cual utilicé para pagar un curso de bachillerato por correspondencia y así ir a la universidad. Pero debido al sistema del Apartheid no habían universidades, sólo una, para negros, que quedaba muy lejos.

Saqué el bachillerato, me inscribí en el Union College en Johannesburgo y luego me inscribí en la sede de la Universidad de Sudáfrica en Pretoria para sacar mi licenciatura en artes, idiomas y psicología. Eran los años sesenta, con agitaciones a escala mundial y también en Sudáfrica, donde el sistema racista del Apartheid se aplicaba con todo rigor. Pude vivir y ver el fascismo, ver lo que es un estado policial, de manera que puedo reconocer uno cuando lo veo hoy en día.

Esas eran las condiciones de entonces, cuando me vi enfrentado a un doble problema, no sólo por parte del gobierno blanco, del estado policial racista, sino de mis propios compatriotas negros, ya que para ellos no era lo suficientemente negro y para los otros no era lo suficientemente blanco. Siempre he estado en problemas, y si algo sale mal Franz es el indicado para echarle la culpa.

Debido a que no ganaba lo suficiente trabajando en las haciendas fui a la gran Ciudad del Cabo, como secretario en una fábrica, la Western Steel Company, propiedad de judíos sudafricanos acaudalados. Una tarde, creo que del Veintiuno de Marzo de 1960, salía de mi trabajo, en donde también laboraban muchos sudafricanos negros, y vi una marea de sesenta mil personas marchando, todos hombres negros, de los que trabajaban por nueve meses en una reservación (bantustán). Me acerqué a hablar con ellos pues conocía sus lenguas: xhosa, zulú y sotho, y me dijeron: “No hace falta que nos hables en nuestra lengua, ¡acompáñanos!”

Marchamos hasta el parlamento de Ciudad del Cabo, supuestamente para hablar con el ministro, pues la protesta era por las condiciones miserables de trabajo y de vida y por tener que llevar un pasaporte, una visa (el llamado “pase”) dentro de su propio país. Al llegar allí el ministro no apareció, los que sí llegaron fueron la policía y el ejército con helicópteros, disparándole a la gente. Pude escuchar las balas zumbando en mis oídos. Corrí como nunca había corrido en mi vida. Al día siguiente, al volver a mi trabajo, encontré una carta en mi escritorio que decía: “Despedido por Comunista”. Adicionalmente estamparon un sello que decía “Comunista” en el certificado de trabajo que uno utilizaba para encontrar empleo.

Como consecuencia, para el año 1961, no pude hallar empleo en ninguna parte, por lo que fui a dar a un sitio, al pie de una bella meseta, el Distrito Seis, un área con mucha delincuencia, durmiendo en las bancas, robando manzanas, viviendo de lo que me daban los amigos. De noche, bajo la luz de los faroles, jugaba a los dados, convirtiéndome en un experto, ganando dinero en las apuestas para poder sobrevivir.

Entonces vino el invierno y con él la nieve. Al estar durmiendo cubriéndome tan solo con periódicos viejos me enfermé, algo que me sigue afectando hasta el día de hoy. Alguien me dijo: “Allá en aquella casa hay un médico que atiende a la gente aunque no tenga dinero”. Fui allí, pero lo que no sabía era que al entrar a ese lugar también estaba entrando en la revolución sudafricana, puesto que en esa casa estaban el Dr. Kenneth Abrahams y su amigo el Dr. Neville Alexander, fundadores del Club Yu Chi Chan (“guerrilla” en chino).

En medio de las protestas populares contra lo que ocurría en Sudáfrica en los años sesenta la gente decidió que la única forma de salir de aquello era la guerra de guerrillas. Ellos trataron de salir del fascismo en Sudáfrica a través de la lucha de clases violenta.

Después de mejorar ellos me dijeron: “Mira, estamos trabajando y tenemos dos niños, te puedes quedar, te pagamos tus estudios y por cuidarlos a ellos”. ¡Me había vuelto niñero! ¡Fíjense en todas las posiciones en las que he estado en este mundo!

Estando allí (1962) encontré unos libros, los cuales leí, y por primera vez entendí qué era un comunista pues eran los libros de Marx y Engels, “El Papel del Individuo en la Historia” de Pléjanov, “La Guerra de Guerrillas” del Ché Guevara. Además de eso había gente muy extraña entrando y saliendo, hasta que un día me dijeron: “Mira, pensamos que tú ya entiendes lo que nosotros estamos haciendo aquí. Danos una charla sobre la Revolución Francesa”. Precisamente de lo que estoy hablando hoy en día. Ellos siguieron: “Tu ve y reúne información y danos una charla sobre la Revolución Francesa”.

Cuando lo recuerdo pienso que debe haber sido la peor charla que he dado en mi vida pues para entonces no entendía lo que había pasado en la Revolución Francesa. Aun así estuvieron encantados, me uní al grupo, que cambió su nombre a “Frente de Liberación Nacional de Sudáfrica”. Estuve en el primer núcleo del movimiento guerrillero sudafricano. ¡Miren todo el camino recorrido: de estar cuidando ganado a esto! Todavía no existía el Congreso Nacional Africano ni el movimiento panafricanista, nada de eso.

Debido a mis buenas notas en el bachillerato ellos lograron que yo obtuviera una beca para estudiar en Alemania. ¿Que cómo logré esa beca? Pues debido a que eran tiempos revolucionarios en Alemania, donde cada alumno que se inscribía en la Universidad de Tubinga donaba un marco, y ese dinero se utilizaba para darle una beca a un estudiante no-europeo de Sudáfrica.

Al mismo tiempo esta organización guerrillera, que se estaba multiplicando al estilo de Blanqui y Babeuf, de la Sociedad de Las Estaciones, estructurada en días, semanas, meses, años, con sus respectivos líderes, fue infiltrada por el servicio secreto sudafricano (BOSS), por lo que me dijeron que iría a estudiar a Alemania pero en calidad de “canciller”, para explicarle al mundo lo que ocurría, establecer contactos internacionales, recabar fondos. Así fui a Alemania.

Primero estudié en Tubinga y luego en Francfort del Meno, pero fue muy difícil pues para Septiembre de 1962 no sabía alemán, sólo afrikaans, por lo que tuve que aprender el alemán en tres meses para poder pasar el examen, siendo el único que aprobó, de entre cuarenta y tres estudiantes. Al entrar ocurrió otra cosa interesante. En aquella época llegó a la Universidad de Tubinga en Alemania el famoso profesor marxista Ernst Bloch con su “Principio de la Esperanza”. Imagínense sentarse en un seminario de Bloch, con mi pésimo alemán. Aun así lo escuchaba.

Con el tiempo nos volvimos muy buenos amigos, y él mismo se interesó por la revolución sudafricana. Le informé que todos mis amigos estaban presos o sentenciados a muerte. Él donó dinero, organizó gente. Mientras tanto las cosas empeoraron en Sudáfrica a mediados de los sesenta. Fui a los EE.UU. (hablando ante el Comité Especial de las Naciones Unidas contra el Apartheid en Nueva York), recabé fondos, divulgué la verdad en casi sesenta ciudades. Llegué a través de Canadá, desde Halifax a Vancouver, entrando por San Francisco, llegando hasta Nueva York, y por el sur hasta Miami.

Al obtener mi PhD (en Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad de Francfort del Meno en 1972) quise comenzar a aplicar mis conocimientos pero entonces sucedió un ataque por parte del gobierno sudafricano, ya que según sus leyes hablar ante las Naciones Unidas contra el gobierno de Sudáfrica era un delito que se castigaba con una pena mínima de diez años. Me sentenciaron en ausencia en Sudáfrica a diez años de cárcel. En conjunto con el gobierno alemán acordaron extraditarme a Sudáfrica. Prepararon a mi familia diciéndoles que había muerto. Lo único que me quedaba era subir al avión de Aerolíneas Sudafricanas sin saber a dónde me llevarían ni qué harían conmigo.

Pero en aquellos días, debido a la solidaridad europea, todo el mundo protestó la medida, el movimiento estudiantil, inclusive algunos ministros. En veinticuatro horas anularon la orden de extradición y me pude quedar en Alemania. Inclusive me otorgaron la nacionalidad. De repente este kaffir, este negro que vivía en un monte, era un europeo.

Luego de aquello empaqué mis maletas, pues quería volver al África, mas ninguna universidad me ofreció empleo allí. Sólo pude ir a Guyana (Universidad de Guyana, Departamento de Ciencias Políticas y Derecho), donde para entonces había un gobierno socialista cooperativista. Estando allí trabajando no tardaron en notar que estaba en algo pues había conocido a Walter Rodney, un revolucionario conocido mundialmente, quien había fundado otro movimiento, al cual yo me uní, tratando de ayudar a Guyana.

No pasó mucho tiempo antes de que el gobierno guyanés tratara de matarnos. Pude salvarme gracias a que el profesor universitario estadounidense Roland T. Ely se interesó en que yo trabajara en la Universidad de Los Andes (en Mérida, Venezuela), debido al conflicto fronterizo entre Guyana y Venezuela (1978-1979), por lo que el gobierno venezolano sabía de mis conocimientos y contactos en Guyana. Así fue como llegué a Venezuela (en 1979), ¡una vez más sin saber ni jota del idioma! Aun así tenía que enseñar a estudiantes de post-grado. En tres meses también pude superar ese obstáculo. Aquí hallé, a principios de los ochenta, un ambiente académico pluralista en la universidad, en donde necesitaban de un marxista, especialmente el marxista radical adecuado, tan sólo para demostrarle al mundo su “tolerancia”, por lo que tuve toda la libertad para decir lo que quisiera; y mientras más radical mejor para ellos, sólo porque sabían que nadie escuchaba y mis colegas no me entendían.

En aquellos días, pero a finales de los ochenta, surgió este movimiento estudiantil de izquierda, donde la mayoría son los bolivarianos de hoy en día, ocupando posiciones importantes, y que también pasaron por mi post-grado, como por ejemplo el gobernador (del Estado Mérida) Florencio Porras, el Alcalde (del Municipio Libertador del Estado Mérida) Carlos León, y muchos otros. Inclusive los golpistas de 1992, el grupo de Chávez, fueron mis estudiantes. (Como por ejemplo el Comandante Francisco Arias Cárdenas, que para el año 1989 estudiaba un post-grado en el núcleo de la Universidad de Los Andes en el Estado Táchira, una de cuyas materias fue dictada por el Dr. Lee).

En aquellos días discutíamos mucho acerca de estas cosas, sobre la teoría, la práxis, pero lo extraño es que fue algo muy prematuro y allí está el problema. En todas las partes que estuve me adelanté mucho en mis enseñanzas. Sólo ahora esta gente (el gobierno bolivariano) está empezando a leer, estudiar y pensar en otras cosas, de las que yo ya hablaba hace veinte años.

Ese es el trasfondo de cómo llegué aquí y empecé a aprender qué pasa en Venezuela.

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