«Existe un juramento mágico muy conocido que dice ‘Prometo lidiar con todo fenómeno como si fuera un trato particular entre Dios y mi alma’, basado en la creencia metafísica de que el Universo es ‘un espejo mágico’ que constantemente refleja las condiciones internas de nuestras almas».
-Aeolus Kephas
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Las neuronas espejo son células del cerebro que se activan cuando hacemos algo y también cuando observamos a otra persona —o animal— hacer la misma acción. Según va la historia, un grupo de neurocientíficos italianos descubrieron estas neuronas con un macaco conectado a unos electrodos; midiendo neuronas individuales, los científicos notaron que las mismas neuronas se encendían cuando el mono tomaba un cacahuate como cuando uno de los asistentes tomaba un cacahuate. De ahí que se les llame neuronas espejo, ya que reflejan lo que sucede en el exterior, en otros individuos, como si les sucediera a ellas, al interior. Las implicaciones de este simple mecanismo son inmensas. Las neuronas espejo muestran que no existe una barrera definida entre los individuos, estamos mentalmente interpenetrados (todos vivimos atravesados de espejos); y a su vez representan un modelo de comunicación telepática y empática transpersonal que nos liga dentro de una estructura de vasos comunicantes con todos los seres con los que hemos interactuado en una red mimética y memética inextricable. Es decir, somos reproductores (como máquinas Xerox holográficas humanas) de lo que hacen y piensan todas las personas con las que hemos tenido contacto —donde cada transmisión del espejo se convierte en el eco de una catedral de infinitas campanas— y así se va construyendo el proceso de nuestro cerebro con el que aprehendemos la realidad y la transformamos —en un loop de retroalimentación.
Para intentar dilucidar lo que significan las neuronas espejo para el conocimiento humano y las posibilidades que abren una vez que hacemos consciente que somos fundamentalmente espejos –lo somos en la medida en la que nuestro cerebro es un espejo que inevitablemente reproduce lo que ha visto— recurriremos al neurocientífico V.S. Ramachandram, quien considera que las neuronas espejo fueron claves en el desarrollo de las habilidades lingüísticas del ser humano y por consiguiente en su evolución; y, por otra parte, a Aeolus Kephas, especialmente por su ensayo didáctico “Escritores del Cielo en Hades” (publicado en Pijama Surf), en donde argumenta que las neuronas espejo constituyen una base científica de la telepatía y que éstas también son agentes de la evolución humana hacia una siguiente etapa en la que dicha telepatía —que sucede ya en estos momentos— se haría consciente, transparentando la noósfera en la que convivimos y comunicando la totalidad de nuestros seres de manera directa, sin interferencia: esencias múltiples de un único Logos.
V.S Ramachandram es uno de los grandes expertos y promotores de las neuronas espejo, a las cuales considera uno de los más grandes descubrimientos científicos de la historia. Este neurocientífico de origen indio cree que las neuronas espejo están ligadas al desarrollo del lenguaje en el ser humano y a su toma de conciencia:
«He especulado también que estas neuronas no solo pueden ayudar a estimular el comportamiento de otras personas sino que pueden ser reviradas hacia dentro para crear representaciones de segundo orden o meta-representaciones de tus propios procesos cerebrales anteriores. Esto podría ser la base de la introspección y de la reciprocidad de la autoconciencia y de la conciencia de los otros. Esta es evidentemente una pregunta de huevo o gallina sobre qué evolucionó antes, pero el punto central es que las dos co-evolucionaron mutuamente, enriqueciendo una a la otra para crear la representación madura del ser que caracteriza a los humanos modernos».
En esta plática de TED, corta pero cargada de fascinante información, Ramachandram explica cómo funcionan las neuronas espejo.
«He aquí una neurona que se dispara cuando alcanzo algo y lo tomo, pero también se dispara cuando veo a Joe alcanzar algo y tomarlo. Esto es extraordinario porque es como si esta neurona estuviera adoptando la perspectiva del otro, es como si estuviera realizando una simulación de realidad virtual de la acción de otra persona».
Lo cual significa que para el cerebro no hay gran diferencia entre lo que sucede en lo que llamamos realidad y lo que sucede en simulación. En otras palabras, no hay estricta diferencia entre lo que vemos y lo que hacemos, pero tampoco entre lo que pensamos y hacemos o entre lo que hacemos y soñamos (como ha demostrado el psicólogo Stephen Laberge analizando los sueños lúcidos, en particular aquellos en los que un orgasmo onírico produce las mismas reacciones fisiológicas que un orgasmo despierto). Solo podríamos distinguir en el grado de intensidad con el que se reproduce un fenómeno en nuestro cerebro, sin que haya una necesaria hegemonía del acto “real”, físico, sobre el acto mental, imaginario —únicamente nuestra riqueza sensorial e imaginativa como límites.
«El porno no nos hace pensar en el sexo. En cambio, el porno nos hace pensar que estamos teniendo sexo. Desde la perspectiva del cerebro, el acto de excitación no es precedido por una idea separada, la cual absorbemos a través de la televisión o de una pantalla de computadora. El acto en sí mismo es la idea». En otras palabras, «el porno funciona convenciéndonos de que no estamos viendo porno. Pensamos que estamos dentro de la pantalla, haciendo la cópula» (“Porn and Mirror Neurons”, Jonah Lehrer).
Podría parecer exagerado decir que ver porno es como tener sexo, que existe una transpersonalización y que «estamos dentro de la pantalla» copulando (podrá argumentar el lector: ver porno no se siente igual que tener sexo). Pero esto es solo una distinción de grado o intensidad determinado por el hábito, lo relevante es que ver porno [1] puede activar exactamente las mismas neuronas que tener sexo y que la frontera de la pantalla se borra (la pantalla de una computadora o de una persona: su cerebro). Es decir, el espejo está abierto y lo cruzamos; la solidez y la separación de la realidad es la de un teatro virtual de paredes etéreas.
Pero volvamos a Ramachandram:
«Por una parte las neuronas espejo deben de estar involucradas en cosas como la imitación y la emulación, ya que imitar un acto complejo requiere que mi cerebro adopte el punto de vista de otra persona. Pero, ¿por qué es importante esto? Si regresas en el tiempo a un punto hace 75 mil años —veamos la evolución humana— algo muy importante sucedió en esa época y eso es el súbito surgimiento y la veloz expansión de una buena cantidad de habilidades únicas del ser humano: el uso del fuego, herramientas, albergues, por supuesto el lenguaje y la habilidad de leer la mente de otra persona e interperatr su comportamiento. Todo esto pasó relativamente rápido aunque el cerebro humano había llegado a su tamaño actual hace 300 o 400 mil años. Lo que sugiero que sucedió fue la emergencia de un sistema sofisticado de neuronas espejo que permitió imitar y emular el comportamiento de otras personas, de tal manera que cuando ocurría un descubrimiento por algún miembro de la tribu, como el fuego o el uso de herramientas, en vez de acabarse ahí se transmitía de forma horizontal a gran velocidad entre la población o verticalmente entre las generaciones. Esto hizo a la evolución lamarckiana en vez de darwiniana. Esta es la base de la mutación y las habildades complejas que llamamos cultura».
Ramachandram describe aquí el mecanismo por medio del cual el ser humano puede dar saltos evolutivos y favorecer mutaciones aceleradas. El biólogo Rupert Sheldrake entiende este mismo proceso de imitación como la resonancia de un organismo con los campos de información de una especie, en la que se transmiten no solo conductas observadas, sino también conductas no-observadas. Sheldrake considera que la naturaleza tiene una memoria incórporea o difundida no-localmente, la cual hace posible que un miembro de una especie pueda aprender una conducta o asimilar aquello que hizo que esa conducta fuera aprendida, con solo sintonizar la información generada en el campo morfogenético de la especie a partir de ese aprendizaje. Quizás lo que podría estar ocurriendo es una comunicación entre las neuronas espejo de toda una especie o de un grupo de individuos vinculados por algún tipo de comunicación instántanea, probablemente un sistema sutil de entrelazamiento cuántico en el que a nivel molecular, si un individuo toma un cacahuate, todos los miembros de ese conjunto toman un cacahuate, no obstante que no hayan presenciado el acto de tomar un cacahuate. El acto genera una memoria, aunque en estado inactivo, en la mente grupal.
Tal vez por esto en la historia de la humanidad se han dado descubrimientos paralelos sin aparente contacto directo, como la invención del cálculo por Newton y Leibniz, o la formulación de la ecuación de onda en la cual se basa la mecánica cuántica por Heisenberg y Schrödinger, prácticamente al mismo tiempo por métodos distintos. ¿Podrían estar conectados a un sistema telepático global sin saberlo?
«Si me inyecto anestesia en el brazo para que no tenga ninguna sensación y luego te veo a ti siendo tocado, literalmente lo siento en mi brazo. En otras palabras, hemos disuelto la barerra entre tú y otro ser humano. Por eso les llamo neuronas Gandhi o neuronas empatía. Y esto no en un sentido abstracto metafórico: todo lo que te separa de otra persona es tu piel, remueve la piel y experimentarás el tacto de esa persona en tu mente. Has disuelto la barrera entre tú y otras personas. Esto es por supuesto la base de la filosofía oriental. Y es que no hay un ser independiente, desconectado de las demás personas, inspeccionando el universo e inspeccionando a los demás. En realidad estás conectado y no por Facebook o por Internet, sino literalmente por tus neuronas, en esta habitación hay una serie de neuronas hablando entre sí y no hay verdadera distinción entre tu conciencia y la conciencia de alguien más».
Ramachandram hace referencia al caso de los miembros fantasmas —miembros amputados que siguen exhibiendo sensación física en el cerebro— y revela la posibilidad de la sanación a distancia. Sin decirlo menciona la labor del chamán que sana a través de la representación, de la teatralidad cósmica:
«Tienes un paciente con un brazo fantasma que tiene dolor en ese brazo. Lo increíble es que haces masaje al brazo de otra persona y eso alivia el dolor en su brazo fantasma, como si la neurona obtuviera alivio por solo ver a alguien más ser masajeado».
Llegamos al terreno de la empatía como arma de evolución colectiva. En el gran teatro de la realidad solo es necesario ver cómo alguien hace algo para poder hacer ese algo, para poder experimentarlo, sentirlo y, en el caso de los grandes arquetipos de la psique humana, vivir una catarsis, un acto de alquimia psicológica y sanación (por esto es tan popular el cine o el mismo teatro). Pero ese simulacro puede dirigirse, puede exponenciarse: en teoría podríamos reproducir un acto de sanación individual hasta el punto de que se convierta en la sanación colectiva de todo el planeta. Un acto mágico y a la vez un acto de ciencia… de con-ciencia.
Aeolus Kephas nos dice que «las neuronas espejo nos presentan una base científica sólida para la telepatía y la existencia de la telepatía cambia todo. El giro es que las nueronas espejo no indican que la telepatía es algo que puede suceder, es algo está sucediendo todo el tiempo». Pero entonces la clave, creemos, es hacer consciente esa telepatía que sucede todo el tiempo entre nosotros a través de las neuronas espejo que comparten permanentemente estados cerebrales, porque somos espejos contra espejos.
Hacer consciente la telepatía, la distribución de archivos cerebrales que está ocurriendo en este instante, para decodificar el mensaje y descubrir el secreto de la empatía: «Después de todo lo que en realidad queremos comunicar, con cada mensaje, es quiénes somos y ‘en’ dónde estamos. Y esto es precisamente lo que comunicamos, sin siquiera intentarlo y en contra de nuestra voluntad» (Aeolus Kephas) —para entablar la verdadera comunicación, más allá de la piel, más allá de los giros del lenguaje y de los malentendidos, la comunicación total, hiperpermeable, de seres desnudos que significan al universo.
«Tener verdadera empatía por otra persona significa sintonizar no solo a esa persona sino a todas las personas que hemos visto en un estado similar o circunstancia en el pasado» (Aeolus Kephas) y quizás no solo acceder a nuestra memoria sino a la memoria de toda la humanidad y todo el universo, sentir en un instante todos los instantes, en una persona a todas las personas, el sentimiento océanico que buscan todas las tradiciones místicas: la unidad a través de la otredad, del rayo del espejo.
V.S. Ramachandram sugiere que la conciencia humana nació a la par de la activación de un sistema de neuronas espejo (también el lenguaje). Esto supone que el nacimiento de la conciencia, el gran acto autorreflexivo, es en esencia un acto colectivo, co-creativo. El destello del primer hombre que toma conciencia no ocurre en su propio cerebro sino en el cerebro del otro que lo refleja, que escucha lo que dice, y en su escuchar la conciencia se significa conciencia: se ve a sí misma. De aquí podemos extrapolar que nuestra conciencia se sostiene en la conciencia de los demás y que desde su origen la humanidad ha compartido una mente grupal —y no solo de forma metáforica (la filosofía oriental sugiere que no hay pensador –yo– detrás de los pensamientos, sólo una red de conciencia que fluye por el universo, que es el universo).
Hacer consciente esta mente grupal, este sistema global de telepatía, es el siguiente paso en la evolución humana. La clave, como sugiere Aeolus Kephas, es simplemente escuchar a los demás. Abrir el canal de la empatía, justamente aquello que nos hace humanos (recordemos que en la novela de Phillip K. Dick¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es la empatía lo que distingue a los humanos de los androides, aunque en esa distopía los humanos declinen hacia su extinción incapaces de afirmar su empatía).
Tal vez sea nuestra capacidad empática, nuestra capacidad de escuchar lo que nos están diciendo en silencio las personas a nuestro alrededor, lo que nos lleve a escuchar qué nos dice el universo —y lo que nos estamos diciendo nosotros mismos (nuestro código mandala). La empatía: lo que nos sintoniza con la transmisión original que se emitió holográficamente sobre el vacío —y se sigue emitiendo sin final.