¿Hacia dónde camina el trabajo humano en este sistema capitalista? Lo más realista es responder partiendo de a dónde hemos llegado ya. En los informes recientes de la OIT leíamos un dato estremecedor: seis de cada diez trabajadores en el mundo carece de contrato laboral. Más de dos mil millones de esos trabajadores reciben por su trabajo una renta menor de dos dólares diarios. Y en el último eslabón de esta cadena de degradación, explotación y esclavitud, se encuentran los más débiles y vulnerables, los niños. Más de cuatrocientos millones de niños (cerca del 10% de la población laboral mundial) esclavos.
Nuestros móviles o cualquiera de nuestros aparatos electrónicos de marca, nuestra ropa o calzado de marca, nuestros muebles, el material deportivo, los juguetes, los grandes proveedores de las grandes cadenas de distribución de alimentos, nuestro turismo, nuestro ocio… toda esa llamada economía "productiva" en cualquier sector, se cimenta cada vez más en "paraísos" de la explotación y la esclavitud que se van extendiendo más y más por todos los continentes.
Regiones enteras de África, de Iberoamérica, del Sureste asiático se han convertido en plantaciones esclavistas y prisiones-factorías, en "zonas francas de explotación" (llámense maquilas o lo que sea) donde los grandes privilegios de los deseados inversores contrastan con los humillantes desprecios a la dignidad del trabajo que no deja de degradarse a mercancía barata. El 60% de la población activa mundial transita entre el desempleo- que obliga a sobrevivir en el trabajo negro, entre los basureros y las migajas del "sistema"- y el empleo sin contrato.
Y ahora la "crisis", las "deudas soberanas", y los consiguientes "ajustes" se han instalado también- ¿casualidad?- en el territorio del hasta ahora casi inexpugnable "estado unilateral de bienestar", la Unión Europea, para proclamar que la explotación y la esclavitud del trabajo no puede tener fronteras para ser competitivos: ¡Globalicemos la explotación!
El imperialismo quiere esclavos, y no le duelen prendas en arrasar la infancia de más de 400 millones de niños. Si queremos un mundo solidario, no podemos dejar intactos estos cimientos.
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